¿Por qué baila con la muerte la OISOE?

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

¿Es la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE) una caja de Pandora tan peligrosa y de un potencial destructivo tan grande que si se destapara podría volar en pedazos los ministerios de Educación, Obras Públicas, los fondos del cuatro por ciento y hasta la reelección?

A la Isla de las Herejías le han sobrevenido todas clases de males. Cabe preguntarse: ¿Dónde están realmente esos males? ¿Estarán en la propia Isla o en quienes administran sus bienes? ¿Sería posible que el superior gobierno de la Isla, entretenido, como está, en su reelección, pudiera ordenar el cierre de esa caja de Pandora llamada OISOE?

Si no fuera tiempo de elecciones podría ordenarse el cierre de esa Oficina. Sin embargo, una disposición de esa naturaleza no sería posible en medio de un proceso de campaña de reafirmación gobernativa del Presidente, que absorbe tantos recursos económicos cuyos fondos deben obtenerse de alguna botija del Estado.

Esas preguntas y otras que podrían salir a relucir más luego en el curso del desarrollo de este artículo son el resultado de la preocupación que mantiene a los habitantes de la Isla de las Herejías viviendo una etapa de grandes disgustos, de desasosiegos y de precariedades sociales y económicas. Esos estados de deterioro parecen no parar desde que el gobierno de la Isla cayó en manos de políticos miserables, ansiosos por lograr una acumulación personal de riqueza a costas del Estado.

Cuando esa gente llegó al poder, dice otro de los contertulios, fue indagando el manejo de recursos, como olfatean los perros herejes de la Hondonada de los Buitres, de las arcas de cada ministerio, y la de cada dirección general, tratando afanosamente de dar con la institución desde la cual se pudiera manejar y trasegar con fondos, principalmente, que tuvieran que ver con las construcciones del Estado y las supervisiones de obras.

«¡Leoncio, Leoncio, creo que dimos con una institución que podríamos convertirla en  una botija!» —profirió un compañerito con ojos brillosos por el entusiasmo que le causó el hallazgo—.

«¡Aquí…aquí está jefe!» «¡Eureka ¡Eureka!» —exclamaron todos al unísono—. ¡Encontramos la fuente para saquear el Estado! ¡Gracias Satanás por darnos mucho sin tantas exigencias! Si hubiese sido el Señor aquel nos hubiese puesto a hacer grandes sacrificios personales, a visitar iglesias y compartir el botín con otros pendejos—se dice asimismo frotándose las manos y con sus ojos abiertos mirando la cueva del diablo u OISOE con rostro agradecido—.

«¡Ese diablo de Balaguer creó la OISOE para supervisar las construcciones del Estado y no supo aprovecharse! !Qué idiota fue ese viejo reformista ¿verdad Leoncio?» «¿Qué tú dices a eso Donaldo? No te quedes tan calladito que algún día tú serás parte interesada de este gran yacimiento. Tú te haces como el que tira la piedra y esconde las manos. ¡Jajajaja!, si yo no te conociera —le recuerda Leoncio—. «¡No… no descuiden, yo estoy aquí con ustedes pero no quiero nada de eso por ahora!» Mi momento vendrá, no hay por que apresurarse» —contesta Donaldo mirando hacia el futuro con la sonrisa picara del hombre listo que tiene algo grande en mente—.

Mientras la alegría fluye entre el grupo por el hallazgo uno de ellos pregunta: «¿Jefe, a quién le confiaremos el manejo de este gran yacimiento de dinero?» «Déjenme esa decisión a mí, creo tener el individuo indicado para la OISOE. Recuerden todos ustedes que esa institución en lo adelante tendrá que operar como una verdadera hermandad» —sugiere Leoncio—. «¿Usted quiere decir Jefe como si fuera una cofradía?» —pregunta maliciosamente el compañerito—. «¡Exactamente, eso mismo, como una hermosa cofradía o una especie de organización mafiosa! —responde Leoncio—

«¡Bueno muchachos, vámonos todos a descansar y a pensar en grande! ¡Por fin dejaremos de vender periodiquitos de Vanguardia y, sobre todo, de ver la gente burlándose de nosotros y los ricos de la Isla cerrarnos las puertas de su mansiones!» ¡Seremos tan ricos o más que ellos sin haber tenido que trabajar y sacrificarnos tantos años!—exclamó Leoncio con satisfacción—.

Le dice Sixto Buenrostro, el barbero de La Hondonada de los Buitres, a sus demás amigos que comentan el supuesto suicidio del arquitecto: «¡Me da en pensar que la forma de actuación de Donaldo frente a Leoncio cuando encontraron la botija de la OISOE es sospechosa. Donaldo debe guardar algún rencor muy grande contra Leoncio ¿verdad?»

«¿Eso por qué Sixto?» —pregunta el Villavicencio—. Y, seguidamente agrega: «¡ No sé, me da esa impresión por la manera escurridiza que se deduce al ver su rostro! Además, creo que en algún momento Donaldo podría traicionar a Leoncio y quitarle el liderato del partido» —pretende adivinar Sixto—. ¡Sixto, eso no sucederá nunca!—exclamo Villavicencio—. Déjalo ahí, ya veremos. Recuerda que Napoleón era más pequeño de tamaño y tuvo el mundo en sus manos—acotó—.

«Mira, estoy de acuerdo con tu deducción!» —respondió Villavicencio— «Me atrevo traer a esta conversación el incidente de la mitología griega y el engaño urdido por Prometeo cuando dijo que los hombres sacrificaran a los dioses y le reservaran la carne y las vísceras».

Sixto, que es un barbero con un caudal de lectura amplia aún sin haber terminado el bachillerato, le expresa a Villavicencio: «Yo pienso que Balaguer cuando creó a la OISOE no pensó jamás que esa institución podría convertirse en algo parecido a cuando Zeus creó a Pandora, introduciéndole males a la Isla de las Herejías. Esa institución paralela al Ministerio de Obras Públicas se comporta como un instrumento de enriquecimiento ilícito y de alta corrupción de Estado».

«Me parece que Leoncio cree que a él le pasó con Donaldo lo que le sucedió a Prometeo, que le dio poderes de fuego a Pandora en contra de su voluntad» —acotó Villavicencio—.

Al momento de correr como pólvora la muerte del arquitecto David Rodríguez García, en un aparente suicidio, los habitantes de la parte oriental de la Isla se preguntarían qué pensarían en ese instante los señores Hernani Salazar y Félix Bautista, ambos exjefes de la OISOE, con historia y hechos inconclusos o precipitados en los tribunales, ambos bajo el son de la duda o la claridad de lo oscuro como son los de aquel país de Pedro Mir, que no sería otro que el de la Isla de las Herejías.

 

 

 

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