¿Para quién escribe uno realmente?

 

Esta pregunta me la he planteado un millón de veces; y no sé si lo hago buscando una respuesta o simplemente para reafirmar mi duda, que es el motivo de mi incertidumbre. Es como el viejo chiste aquel que dice: “se puede dejar de fumar, yo lo he dejado doscientas veces”; una especie de aceptación indulgente de un designio, una cruz llevada por voluntad propia, un mal necesario tal vez.

 

Ahora, de lo que si estoy seguro es de que se escribe solo por unas pocas razones: por placer, por deber, por hábito, por paga o por vocación. Y como no estoy seguro de para quien escribo con exactitud, sigo el viejo consejo de mi padre: “como nunca se sabe para quién siembras, trata de sembrar frutos buenos siempre, frutos que los tuyos puedan cosechar”.

 

Los que embarramos cuartillas periódicamente, siempre tendremos dudas sobre el alcance y las consecuencias de esa costumbre de decir en público lo que pensamos en privado; en especial cuando sabemos las reacciones de los lectores que nos dispensan su atención. Por momentos creemos que seguimos “códigos” diferentes o cuando menos incompatibles; que la gente que nos lee y opina sobre nuestro pensar, vive en una dimensión diferente a la nuestra.

 

Los que no comentan nuestras opiniones -que parecen ser la mayoría- lucen siempre mas atinados y tolerantes que los interactivos. Por lo general, cuando te confiesan que te leyeron sobre tal o cual tema, en este o aquel medio, lo acompañan con un explicativo “yo nunca escribo comentarios pero, estaba por verte para decirte que…….”; y es ahí donde descubres que ese amigo a distancia se ha pasado la vida de acuerdo con tus ideas o en contra de ellas, pero que te respeta y no teme disentir de ti. Desde luego que vivir esa experiencia de solidaridad espontanea es reconfortante en extremo, quizás por lo extraño.

 

Y debido a esa fidelidad de mis amigos, es que quiero compartir con ellos y con otros no tan amigos, los motivos que me empujan a hablar en voz alta. Pienso que definitivamente, no lo hago “por deber”, pues no hay razón alguna que moralmente me ate al hecho de enjuiciar las acciones de otros, que es lo que en general hacemos los que publicamos artículos de opinión; y desde luego que acompañar las acciones con la justeza del pensamiento, es la premisa del deber.

 

Si lo hiciera “por el hábito” de escribir, debía yo tener una decena de libros publicados cuando menos; y es hoy, en el otoño de la vida, cuando me apresto a presentar el primero. Tampoco creo que lo haga “por vocación”, porque esa actitud aparece muy temprano en la vida de los hombres y yo tengo escasamente unos pocos lustros haciendo opinión con cierta asiduidad.

 

Al momento de confesar mis razones, tengo que reconocer que en muy pocas oportunidades he cobrado por hablar de alguien o de algo en particular, y nunca por adelantado. Mis aliados mas cercanos dicen que ese es mi principal fallo: que yo no valoro mi pluma, lo que pueda decir de un hecho o de algún personaje, su partido o gobierno; o de todos al mismo tiempo. Y siento que mis camaradas yerran al juzgarme de “mal negociante”; es que yo creo lo que escribo y solo escribo lo que creo, por tanto, no puedo esperar recompensa. Ciertos manjares solo se disfrutan cuando uno se siente ser el cocinero. Son costumbres que se heredan y forman parte de tu ADN; y ese parece ser mi caso.

 

Siento que mi motivo primero para escribir, es el placer y que además lo hago como entrenamiento. Es muy cierto que siento extrema satisfacción al describir mis puntos de vista e ideas sobre cualquier cosa, por mas banales que resulten; y que con el tiempo, me cautiva el hecho de pasar revista a mis viejas creencias, plasmadas en textos, y compararlas con las que sostengo hoy; mientras trato de hilvanar como fui cambiando de opinión -si es que lo hice- y que tan cerca o alejado me encuentro de lo que sostenía originalmente.

 

Me encanta comprobar cómo me he ido transformando de “liberal y soñador” en un “redomado conservador”, aunque sigo soñando igual; me deleita saber que pasé de ser nieto a bisabuelo en un santiamén; y que espero el invierno casi con la misma pasión que una vez disfruté la primavera.

 

Pero el escribir como entrenamiento, implica un anhelo oculto que a veces dejo salir casi a hurtadillas y con temor. Trato de aprender a escribir porque mi gran sueño es alguna vez poder escribir para otra persona. La idea de exponer el punto de vista de otro, con la suficiente “fidelidad” como para que me lo crean, es la mas profunda aspiración que tengo en esto de hilvanar palabras y frases, hasta convertirlas en el discurso de alguien que no sea yo mismo; esa aparente simpleza se me antoja que es la tarea mas difícil del mundo y la posibilidad de lograrlo me seduce enteramente.

 

El día en que logre solapar mi impronta personal en algún texto de importancia, al extremo de que el lector no pueda relacionarme ni con el contenido ni con el “autor”, habrá de ser el día de mi declaración de independencia y felicidad individual; para cuando ello suceda, ya estaré listo para abordar la barca de Aqueronte sin la mas mínima preocupación.

 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

rolrobles@hotmail.com

jpm

 

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Edwin
Edwin
8 Años hace

yo necesito un escritor como usted.