OPINION: En la cuenta regresiva

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Mañana, efectivamente, comenzamos a mirar el reloj escénico de la obra El Vestidor. Esto, porque a partir de mañana… ¡la Sala Ravelo es nuestra!

Suelo llegar muy temprano para ir acomodando vestuario, utilería, maquillaje y a mi. ¿Por qué no permitir que algún asistente lo haga?

Cuando era un jovenzuelo escuché decir a un paracaidista, que jamás permitía a alguien preparar su paracaídas porque en esos preparativos arriesgaba su vida.

Aprendí la lección. Cada pieza de vestuario que uso, cada elemento de utilería y todo lo que necesito para maquillarme sobre el escenario me es imprescindible. Y la única garantía que tengo de que esos elementos “vitales” estén disponibles y en lugar correcto, es si yo mismo me cercioro de eso. En ese proceso, el paracaidista que habita en mis laberintos interiores, arriesga la vida.¿Tranquilos? ¿Estamos tranquilos a estas alturas los actores? ¡Jamás!

Precisamente, en El Vestidor interpreto a un renombrado actor inglés que en uno de sus parlamentos habla sobre el terror (“que no cesa nunca”) que sentimos los artistas cuando estamos ya cerca de salir a escena. El cantante Marco Antonio Muñiz definió ese miedo, que se nos evidencia en un terrible vacío del estómago, como nuestra manifestación de respeto por los espectadores.

Se dice que los actores somos los perfectos masoquistas. Es que, en todo el devenir de los ensayos oscilamos desde el placer teatral a la angustia. ¡Si! Sentimos miedo de no lograr captar la Sicología del Personaje, de que las acciones se parezcan más a uno que a él, no terminar de memorizar el texto, que la caracterización no sea la adecuada, que nos traicione la voz, de contagiarnos con una gripe y mil angustias más.

Pero mañana la preocupación es otra. Desde temprano del lunes los actores de la obra tomamos el complicado camino de las invocaciones. Hablo de las invocaciones de las emociones. Ahí tenemos que funcionar con la precisión de un cirujano cardio-infantil. Meses de trabajo podrían irse a pique si nuestro bisturí emocional se desvía siquiera un milímetro. El “corte”, entonces, tiene que ser muy justo. No podemos fallar. En esa operación interior no utilizo bisturí de metal. Prefiero el corte limpio de la obsidiana. Voy a entrar no al cerebro del personaje, sino en su alma. Tarea muy peligrosa.

Me pararé en el llamado Umbral del Subcontinente. Caminando por una delicada cuerda floja procuraré conciliar entre el personaje y el subconsciente; pero evitando ser desplazado. Si pasara eso, el personaje ocuparía mi lugar y, entonces, él sería un ser independiente y sin control. Eso es lo que realmente se llama Sobreactuación. Cuando un actor comienza a creerse el personaje, en el teatro decimos que hay que despedirlo y llamar con urgencia al siquiatra.

Desde mañana nos comprobaremos en el escenario. En el primer ensayo con escenografía (Fidel López), luces (Lillyanna Díaz), vestuario (Renata Cruz Carretero) y sonidos (Ernesto Báez) generalmente nos sentimos perdidos. Comenzamos a desear que podamos ensayar un mes más y fácilmente le mencionamos la madre a cualquiera. Consejo sano: no se acerquen mucho a los actores luego de ese primer ensayo en escenario.

En los siguientes, las cosas empiezan a funcionar si se ha trabajado correcta y disciplinadamente.

En el Ensayo Pre-General decimos al productor que tenemos malestares intestinales, que hemos perdido la voz, que estamos al borde de un infarto, que nos duele la espalda y docenas de otros males. Por lo tanto…

—¡La obra debe posponerse!

Sin embargo, la obra va. En el Ensayo General estamos completamente drogados…

¡Si! Les he mentido. He jurado que nunca he introducido en mi cuerpo alguna droga peligrosa. ¡Si lo he hecho! En mi interior andan Tolstoi, Camus, Sófocles, Shakespeare, Ovidio, Brecht, Valéry, Borges y el… ¡maldito duende del arte!En ese momento del Ensayo General, procuro echar mano al recurso interior más peligroso: El Toque Asesino del Actor. Es como casi llegar al desborde, es casi caer al abismo del subconsciente, es el extra de todos los extras. Si me descuido, yo mismo tendré que despedirme antes que la regidora, Gina Marte, grite que deben subir el…¡Telón!

of-am

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