OPINION: Toma de conciencia del pueblo

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EL AUTOR es abogado y político. Reside en Santo Domingo.

A los pueblos les falta mucho que aprender para lidiar con una fl uida comunicación social, capaz de obstruir una comprensión publica adecuada.

Y es que diferenciar el vómito de la maquinación calumniosa, de una convicción recta de conciencia, podría resultar fácil en el trato personal de la vida corriente, pero una vez se trate de información, noticia, interpretación u opinión, aparece la incomprensión, y más que esta la impotencia del colectivo bajo embrujo, que no puede separar lo sano y útil de lo venenoso y corrosivo.

Sigue siendo rigurosamente cierto, no obstante, que una buena prensa resulta el oxígeno de toda sociedad democrática y que si se la suprime, o se le amenaza, se descalabra toda la estructura en que descansa el estado de derecho para el cual la libre expresión del pensamiento es columna vertebral insustituible.

También es irrefutable que ha sido de la pluma de donde han surgido las más bellas y brillantes páginas de defensa de los pueblos cuando han visto enfrentados a las más aciagas circunstancias de su existencia.

Esto engendró un prestigio enorme en favor de ese decoroso David de la prensa libre frente a la injusticia y las opresiones más diversas contra las libertades y los derechos.

Lo trágico ha sido que ese prestigio se fue convirtiendo en poder, pero de otra índole, no ya ético sino practico, capaz de imponer ideas y anuencias en favor de intereses especiales, que ordinariamente están opuestos a los más altos y netos fi nes del desarrollo, el progreso y la felicidad de los pueblos.

Al amparo de ese prestigio originario se fueron acomodando las bajezas peores, oriundas de la mentira; las que preceden a la desorientación pública generalizada más anonadante, casi como si fueran un prerrequisito de oscuros propósitos de dominio.

La prensa escrita experimentó de tal modo una adulteración alarmante en la medida en que se fuera vaciando el morral de propósitos transcendentales de servicio de los tiempos heroicos del periodismo como apostolado.

Desde luego, esto último no puede afectar el reconocimiento de que en el seno del periodismo reside gran parte del coraje humano; algo que se refl eja en las muy trágicas experiencias inmolatorias de sus mártires.

Solo basta pensar en las decapitaciones del terrorismo o en las desapariciones y atrocidades de un México herido por el asesinismo aterrador del crimen de sus carteles.

Sin embargo, siendo tan válido eso último, se advierte que se ha venido gangrenando el menester y sus misiones se han ensombrecido por obra de su instrumentalización extorsiva, que tantas veces ha venido sirviendo, a escala mundial, para exaltar lo peor y denigrar lo mejor. Y viceversa.

La cuestión se complicó más al sobrevenir otras dos dimensiones de la comunicación social, que fueran tenidas desde hace décadas como progresos tecnológicos de la humanidad: la radio y la televisión. Así la posibilidad de condicionar a la sociedad hasta el arrebaño aumentó en proporciones indescriptibles.

Cuando esos “avances de la civilización” asumieron potencias dominantes para fraguar los adocenamientos se agravió gravemente la verdad y la mentira se hizo cargo del escenario y hasta del aplauso.

La televisión, singularmente, degeneró en torreta para fogonear todos los embustes y las disimulaciones que resulten necesarios, sin importar que versen sobre aspectos muy delicados de la sociedad, como sexo, costumbres, relativismo de conducta, ruptura de la familia, violencia multiforme, pornografía. De este modo se han comprometido valores cuya precariedad se está advirtiendo como leucemia de la convivencia social presagiosa de muchos males.

A todo ello se han agregado armas auxiliares, tales como las encuestas y los sondeos que aportan pólvora gruesa a la torreta encargada de extinguir toda posibilidad de un entendimiento público libre e imperturbable, no inseminado de perversidades.

Todo esto se está percibiendo como preocupación devastadora a escala mundial.

Y como si todo lo expuesto fuera poco la tecnología de punta más brillante engendra la comunicación social transversal de las redes, no se sabe, todavía, que tanto para bien o para mal.

En fin, todo un pandemónium cuando se piensa en los peligroso que es la deriva hacia las pasiones, el despreció, la persecución, las falsedades, que entraña el manejo de las creencias, de las honras y valores del prójimo.

Adiestrar pues al pueblo para poder vadear ese rio hondo de la información no es tarea fácil. A veces, es tanto el poder que se ha llegado a tener que han entendido que el pueblo permanecerá indiferente y descuidado ante todas las deformaciones posibles.

Se olvidan que, si bien es cierto que para la política o la lucha de intereses especiales sus condicionamientos muchas veces han sido temibles y decisivos, otra cosa es apostar contra la suerte nacional.

Lo cierto es que ha aparecido bronco y mal humorado el sentimiento patriótico y la primera execración se refiere a la traición a sus intereses vitales; de esa patria que se ha buscado caricaturizar en honda connivencia con ataques externos repugnantes; de la que saldrá todo el heroísmo necesario para los escarmientos, que en tiempos de paz se expresan por desprecios, pero que, una vez se turben, se harán imprevisibles sus gestos airados. El himno nacional lo explica todo.

El pueblo tiene historia, brillante historia, y es una trágica torpeza pensar siquiera que lo puedan amordazar cuando se intenta destruirlo. Tales son las dimensiones de la encrucijada. Y nadie puede pretender que deje de mirar el colectivo nacional los abismos propuestos y en curso. Su toma de conciencia sabrá establecer un antes y un después.

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