OPINION: Rezonificación y gentrificación, dos palabras malditas
Digamos que, de entrada, hay mucha confusión sobre el alcance real de esa palabra que hemos estado escuchando diariamente: “rezonificación”. Y el asunto se complica cuando el vocablo en cuestión se complementa con otro aún mas complejo, como es la llamada “gentrificación” de la comunidad dominicana residente en uptown Manhattan.
Técnicamente, en la ciudad de Nueva York y probablemente en el resto de esta nación, el uso de la tierra debe estar acorde con las especificaciones establecidas por la autoridad correspondiente. De suerte que, para poder convertir una zona de almacenes y talleres en un residencial, por ejemplo, se requiere de la aprobación del Consejo Municipal y los afectados deben ser compensados apropiadamente. Este proceso puede durar años, como es el caso que nos ocupa.
Sin embargo, lo primero que nos viene a la memoria son los cambios experimentados en el Sur de El Bronx y en el Harlem tradicional, aunque no sean dos ejemplos 100% similares a lo que sucederá en Inwood, en unos cuatro o cinco años. Los dos primeros barrios, tenían una imagen muy desastrosa y deprimente en los años 80’s; pero eso no sucede hoy en lo que era la antigua propiedad del hacendado William Dyckman, migrante de origen holandés, que se estableció hace mas de dos siglos en la zona.
Aunque si debe reconocerse que, la parte colindante con el río Harlem, no luce como la urbanizada zona al oeste, que toca el Hudson River Parkway. Esa franja entre la décima avenida y el río Harlem, es la que será objeto de la llamada “rezonificación”, principalmente. En sus alrededores, se planean construir mas de 5,000 apartamentos, de los cuales, unos 1,500 serán reservados para familias de ingresos anuales promedio de $42,000.00 o de individuos con entradas de $33,000.00
¿Qué tan bueno será ésto para los dominicanos que hoy residen en la zona de Inwood? La respuesta es en verdad incierta. Pero ¿cómo será la familia dominicana dentro de unos diez años? Bueno, las proyecciones aseguran que al ritmo de superación que llevan los muchachos nuestros que hoy cursan la escuela secundaria, para entonces, tendrán entradas muy superiores a los $60,000.00 al año. De hecho, ya lo estamos viendo con los graduados de universidad y con tres o cuatro años de trabajo continuo.
De esta realidad se infiere que, la preocupación principal de los padres dominicanos no ha de ser -y no lo es- pretender que Nueva York crezca al ritmo de nuestra pobreza sino, que al invertir en la “segunda generación”, consigamos que nuestros hijos y nietos puedan competir con los “blancos” por los puestos de trabajo en igualdad de condiciones, y, en consecuencia, no tengan que abandonar los barrios donde nacieron o se criaron, porque el alquiler los empuje a los suburbios.
Nueva York es probablemente, una de las ciudades mas caras del mundo; y para vivir en ella no se puede pensar en que las manijas del reloj se detendrán y se mantendrán los niveles de pobreza que ahora tenemos los inmigrantes de primera generación. La rueda de la historia no se va a detener para que simplemente, podamos subsistir mal viviendo y dejarle de herencia a nuestros descendientes, un apartamento alquilado de “renta controlada”.
Porque el avance de esta ciudad no depende solo de nosotros los inmigrantes; los que sí dependen de nosotros y de nuestra actitud y dedicación, son nuestros hijos. En ellos es que debemos invertir. Que lleguen hasta la universidad y se gradúen. De seguro que ganarán cuatro o cinco veces lo que ganamos nosotros hoy y podrán vivir en la Nueva York del futuro.
Lo que pretendo no es desalentar la lucha por lograr mejores condiciones de vida para nosotros, los ciudadanos adultos y mayores; de ninguna manera. Lo que quiero es que miremos al futuro, con espíritu crítico y que entendamos que las “reglas del juego” no las establecemos nosotros sino, la dinámica de desarrollo de la urbe mas influyente del mundo.
Lo que realmente nos conviene, no es que los muchachos se queden a vivir, por otra generación, en las viviendas de renta controlada, sino que, cuando nos vayamos de este mundo o de retiro, ellos no puedan conservar los apartamentos, porque sus salarios no les permiten calificar para recibir esa ayuda que sí recibimos nosotros y que al final desaparecerán.
Comprendo que el razonamiento luce anti popular y cuesta arriba, porque el activismo político irresponsable y parasitario así lo califica. Pero demos una miradita analítica al segundo vocablo del título: “gentrificación”. Es una traducción callejera de “gentrification”, que al igual que sucede con la llamada “registración” de los vehículos de motor, la hemos españolizado y la usamos en lugar de “registro” o “matrícula”, que es como realmente la conocemos en nuestro país.
Gentrificación significa “aburguesamiento”, convertirse uno y/o el barrio donde vivimos, en acomodados; superar el nivel de vida y pasar a uno de mas comodidad. Los “activistas”, que son burgueses reales en su mayoría, que aprendieron a vivir de las luchas sociales de los otros, quieren que nosotros son sintamos ofendidos ante la posibilidad de aburguesarnos.
Derrotar a la burguesía, ya no es un objetivo para los que vinimos a este país y vivimos el otoño de la vida. Lo que realmente queremos, es que nuestros nietos sean parte de ella, que la representen; y para eso hemos trabajado.
Pero peor todavía, es que el canibalismo de ciertos “dirigentes” políticos que nos gastamos, pretende satanizar a los que han conseguido logros mas tangibles que los de ellos. Recurren al populismo político insensato y vulgar, para explotar el sentimiento derrotista de la comunidad, en lugar de educarla y juntos construir una agenda de progreso.
Todos conocemos a esos “buenos para nada”, que jamás consiguieron nada para la comunidad que representaron por años y que hoy se deleitan poniendo trabas y desvirtuando los planes que nunca pudieron ejecutar, porque no supieron ponerse a la altura de las promesas que hicieron a los electores.
La rezonificación de por sí, no es mala ni es buena; es un proceso propio de las comunidades organizadas, donde el desarrollo y la movilidad socio-económica, obligan a redefinir el uso de la tierra de manera planificada. El asunto es que nos sentemos en la mesa de negociación porque, además, es un fenómeno que nunca podremos detener.
¡Vivimos, seguiremos disparando!