OPINION: Rencor haitiano

A medida que se acerca de manera inexorable la fecha límite para que el país inicie su proceso de reivindicación de su soberanía, con el fin de regularizar a los ilegales que residen en el país y que la mayoría no ha hecho ningún esfuerzo para ese mandato, más nerviosos nos tornamos los dominicanos en la conducta, cuando ya las disputas entre las razas estallan en cualquier rincón de la parte dominicana de la isla.

La sentencia del Tribunal Constitucional de septiembre del 2013 marcó sin dudas el despertar dominicano, que se encontraba acomodado a vivir con la presencia masiva de ilegales haitianos, que tenían en la inexistente frontera un medio para utilizarlo a su antojo, y en caso contrario, si surgía algún obstáculo, sabían que con pocos pesos aseguraban su ingreso y hasta su traslado a cualquier ciudad dominicana.

El rencor haitiano hacia los dominicanos tiene sus raíces en generaciones anteriores cuando Haití en 1800, bajo dominio francés y como consecuencia del tratado de Basilea de 1795, Francia fue amo y señor de la isla, desde Cabo Engaño hasta la mole de San Nicolás, controlándola con el predominio de las huestes haitianas, en donde las historias de exterminio que ellos practicaban contra la población española sembraron, en los genes de los colonos de oriente el terror hacia una raza que buscaba el exterminio, tal como ocurrió en 1805 cuando Dessalinnes, bajo un Haití independiente, acabó con la población de Moca, culminando con el genocidio al incendiar la iglesia llena de ciudadanos huyendo de sus feroces perseguidores.

Después de haber dominado la parte dominicana de la isla durante 22 años y verse expulsados más allá de la frontera, los haitianos, que prácticamente ellos la habían trazado al ocupar los adicionales cuatro mil kilómetros cuadrados, comenzaron a alimentar su rencor y mantenerse en su firme posición de recuperar la totalidad de la isla. Así iniciaron una serie de invasiones con las consecuentes derrotas, que finalmente en enero de 1856 se registró el último encuentro armado en la batalla de Sabana Larga. Pocos años después el país cayó bajo el coloniaje español hasta 1864, cuando se inició un proceso desarrollista dominicano que Haití no tuvo y allí los dictadores se sucedían con una frontera acomodada por ellos, que dio origen a un acuerdo de fronteras de 1874, apoderándose de las poblaciones de San Rafael, San Miguel de la Atalaya, Las Caobas e Hincha.

La ocupación a principios del siglo XX, casi simultánea de los dos países de la isla por parte de Estados Unidos, con la excusa de proteger sus fronteras y evitar los avances bélicos de la I Guerra Mundial, produjo un giro en la situación cuando los gobernadores yanquis en ambos países impusieron una etapa de desarrollo que buscaba borrar los atrasos de las poblaciones, estableciendo eficaces programas viales, educativos y de salud. Los dominicanos le sacaron más provecho a esa ocupación finalizada en 1924, pese a que heredamos las simientes de la más terrible dictadura de la región. Desde entonces se inició un proceso desarrollista que dejó muy atrás a los haitianos, que desocupados años más tarde por los norteamericanos, se sumieron en su ancestral miseria para convertirse en el principal suplidor de mano de obra para la agricultura y las construcciones dominicanas.

En pleno siglo XXI, las relaciones entre las dos naciones se encaminan hacia un probable enfrentamiento, ya que los haitianos se creen con el derecho a abusar de los miedos de los dominicanos; ellos se sienten apoyados por la opinión pública internacional que les permiten hacer y decir lo que quieran en contra de los dominicanos, con tal de que no pretendan dirigirse hacia sus países, mientras que aquí, los gobiernos, con mucho miedo para no ofenderlos. Ahora, aguijoneados por la sentencia 168-13 del TC, es que se trata de corregir las debilidades que por tantos años ha alterado las relaciones isleñas, donde Haití impone sus verdades y la fuerza de su miseria para emigrar masivamente hacia oriente a ocupar los puestos de trabajo que los dominicanos rechazan para estos emigrar al exterior, o dedicarse al motoconcho, engancharse a la guardia o la policía, o dedicarse a cualquier cosa que no sea muy legal para no dedicarse al trabajo de cortar caña, o recoger tomates, o guineos, o arroz, o romper roca en las zanjas de los construcciones.

herreraclubnaco[@]gmail.com

 

 

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