OPINION: Nueva York, otra vez zona cero
Por FRANCESC PEIRON
Hay estampas de Nueva York que son universales. Hace un par de veranos vino de visita un familiar. Tenía el deseo de una experiencia local: ir a jugar a baloncesto a una de esas canchas urbanas que tanto había visto en las películas.
Cumplió su anhelo en Riverside Park South, en el Upper West Side. Este pasado jueves, un adolescente neoyorquino se asombró. “¡Han quitado las canastas!”, exclamó al caminar por ese sitio.
The End . El Ayuntamiento ha sacado los aros en 80 de esas instalaciones en los cinco distritos. La meta es favorecer “la distancia social” –no acercarse a menos de 1,80 metros, teóricamente– que copa la actualidad. Esta ciudad se ha convertido en el epicentro del coronavirus en Estados Unidos, el país del mundo con más positivos, una cifra que supera los 119.000 casos, aunque varía con el transcurso de las horas.
La amputación de las canastas ilustra la lucha contra una enfermedad en una metrópolis que en pocos días ha registrado más de 30.000 contagiados y un mínimo de 517 difuntos de un total nacional superior a los 1.840 fallecidos.
Nueva York vuelve a ser la zona cero. A diferencia de los atentados del 11-S de 2001, el punto crítico no se ubica exclusivamente en una parte del bajo Manhattan. Esta vez se extiende a todos los rincones de la metrópolis.
La Gran Manzana está cerrada. En este nuevo cotidiano no existe ni rastro de aquella vida cosmopolita que la define y que la hecho ser la capital del planeta.
La Gran manzana en el diván
“Los describiría como una ciudad sitiada por el coronavirus”, según el psicólogo Jaime Inclán
Hoy hace una semana que entró en vigor la orden de permanecer en casa, con las salvedades de salir a pasear o comprar, y de la que están exentos los que desarrollan trabajos esenciales.
A fin de reducir la densidad humana, los coches han sido expulsados de algunas calles y se han destinado a los peatones. “Lo describiría como una ciudad sitiada por el coronavirus”, subraya Jaime Inclán, doctor en psicología con más de cuatro décadas de experiencia en Nueva York. “Todo el mundo está mirando que hace y que no hace, aguardando que algo ocurrirá, con la esperanza de que no le toque, pero con miedo. Vivimos un estado de sitio sin control sobre lo que nos está sucediendo”, dice.
En ruta hacia el Bronx, el metro se halla bastante menos transitado de lo habitual, aunque los vagones todavía tienen una ocupación desaconsejable.
Muchos se bajan en Grand Concourse con la 138. Los viajeros se dispersan en la superficie. “No es fácil sobrellevar esto, ahora me voy a meter en un pequeño apartamento y somos cinco”, señala Julius, un afroamericano que se dedica a la mensajería, negocio en la lista de esenciales.
“Es una cosa rara –añade–, porque me gusta ir al trabajo, ¡puedo salir!, pero también me da pánico exponerme”.
Una vez en Harlem en la esquina este de la 125 y Malcolm X Boulevard, un grupo de personas conversan a la puerta de un establecimiento. Como si no nada. “¿Qué me quede en casa? ¿En qué casa”, replica uno. Un coche patrulla circula por allí y por megafonía se recuerda que esto es una crisis sanitaria y que “se ha de mantener la distancia”. Los concentrados hacen caso omiso.
Epicicentro de la crisis
El 11-S tenía su punto crítico en el bajo Manhattan, el virus abarca la Gran Manzana
Pese a estas excepciones, las calles de una metrópolis energética lucen casi vacías. “A primera vista parece una distopia, un relato que imaginaban escritores como Cormac McCarthy, esto se asemeja a su libro La carretera ”, comenta sobre esa soledad Kirmen Uribe, poeta y narrador, que se instaló en 2018 al oeste de la calle 79 de Manhattan después de recibir una beca de la Biblioteca Pública neoyorquina y que ahora da clases en el Barnard College.
En 2008 publicó su novela Bilbao-New York-Bilbao , con la que ganó el premio nacional de literatura (narrativa). Esta no es la metrópolis que le atrajo, la de sus lecturas, sus filmes o su música. “Da tristeza, porque Nueva York no son sus edificios sino su gente y su dinamismo. Los anuncios de Times Square están encendidos, no sé para quién”, reflexiona.
La Gran Manzana ha sufrido en la ficción numerosas destrucciones. Godzilla, King Kong, los marcianos o los simios, por citar sólo a unas cuantas fuerzas demoledoras de la metrópolis.
Pero esta situación recuerda más a aquella supuesta bomba de neutrones de la Guerra Fría, que, aseguraban, mataba a los ciudadanos dejando el entorno intacto.
“Esta situación da más temor –apunta Uribe al comentarle el cine de destrucción– y, además, me preocupa la sanidad, los puestos de trabajo que se van a perder, ¿de qué sueldos vivirán esas personas?, hay locales que tal vez no reabrirán. Cierran locales y también cierra recuerdos”.
Pasear por estas calles, en las que se niega la esencia de una ciudad, que es la proximidad social, provoca una rara sensación de conciencia ante el peligro y, a la vez, de hermosura por el efecto de ese vacío. O como expresa Leopoldo María Panero en su libro El último hombre : “La imaginería exótica, retorcida, sigue una técnica, la de contrastar la belleza y el horror, lo familiar y lo unheimlich (lo no familiar, o inquietante, en la jerga freudiana)”.
La visión literaria
“Los anuncios de Times Square están en marcha y no sé para quien”, dice Kirmen Uribe
“No experimento este tiempo de calles vacías con tristeza. Pienso que paradójicamente es un tiempo de esperanza, todos estamos haciendo esto quedándonos en casa juntos”, recalca Todd Chanko, neoyorquino de pura cepa, nacido y criado en Manhattan. ex analista en medios de comunicación (Showtime y WNYC-TV), que dio el salto a Wall Street (Deutsche Bank) y que desde hace diez años gestiona su propia cartera de valores.
“La gente está siendo muy creativa, hemos organizado encuentros con los amigos en Zoom. Nos sentamos con una copa en la mano, música y lo sentimos como algo normal”, sostiene.
“Mi madre –añade– residía en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. Por la noche todo estaba apagado. Las persianas debían estar bajadas. Tenían miedo de que la luz sirviera de señal para los aviones de combate de los alemanes. Así era la existencia entonces y no fue para siempre. Ganamos la guerra”.
Esta ciudad de ciudades ha superado otros momentos de graves turbulencias. Los efectos del Sandy, el huracán de octubre de 2012, aún se siente hoy con los inconvenientes que genera la reparación de un túnel del metro.
Sin embargo, por la escala de la tragedia, la comparación que surge en cualquier conversación remite al golpe terrorista del 11 de septiembre de 2001, que derribó las Torres Gemelas y causó tres millares de muertos.
“Este es un momento diferente. Podemos expresar solidaridad quedándonos en casa, en cierta manera incrementa el sentido de comunidad. Me enfado cuando veo por la ventana a personas en la calle. Me encoleriza si un amigo me llama y dice que va al parque. ¡No! Estar en casa significa estar en casa”, indica Chanko
La visión del novelista
Frente a la distancia social, Lago recuerda el 12-S del 2001 con la gente en la calle
“No es lo mismo que el 11-S”, señala Inclan, fundador y director en el Lower East Side del centro Roberto Clemente, destinado a una población inmigrante y pobre. “Si algo hay en común es que una crisis de esta magnitud nos deja a todos muy claro algo que normalmente no tenemos tan claro, y es que vivimos todos bajo la sombra de la muerte”, prosigue. “Nos olvidamos de eso. Cuando cayeron las torres, la gente ordenó sus prioridades y ahora está empezando a hacer lo mismo. Pero aquel ataque fue una cosa puntual y esto es progresivo, por eso es diferente”, remarca.
“Como no voy a ser consciente del contagio con el continúo sonido de las sirenas de las ambulancias”, confiesa una mujer en el entorno de Roossevelt Avenue, área de Q ueens muy popular con una gran mezcla de orígenes que se ha quedado a oscuras. El apartamento de esa mujer está al lado del Elmhurst Hospital, uno de los que registra más mortalidad por el virus, donde se hacen colas para someterse al test y recinto que pone de relieve las carencias de la sanidad pública en Estados Unidos: faltan camas y material básico como respiradores.
“Esta crisis es, en ciertos aspectos, la imagen en el espejo del post 11-S”, afirma Adam Gopnik en T he New Yorker . Pero matiza: “El remedio social es el contrario a la unión de todos que hubo en días y semanas posteriores al 11-S y que lo hizo soportable”
El escritor y profesor universitario Eduardo Lago, ganador en 2006 del premio Nadal, entre otros, con su novela Llámame Brooklyn , lleva 32 años instalado en la ciudad. Es de los que no sale de su apartamento. “Nueva York –explica– es una ciudad que tiene historias de catástrofes, pero esta es distinta y novedosa. Ver las calles vacías es algo insólito. Es lo contrario del 11-S. Hay conexiones interiores, el daño interno es el mismo, pero no las exteriores. Recuerdo el 12 de septiembre con la gente en la calle, hablando, algunos sacaban la televisión”.
Neoyorquino pura cepa
“Me encoleriza si un amigo me llama y dice que va al parque; ¡no!, hay que estar en casa”
Tiempo de silencio. Para Lago ese silencio lo simboliza la estación de bomberos al lado de su edificio, cerca de Washington Square. “No sé por qué, pero han dejado de hacer ruido”, comenta. Al revés, unos amigos que residían al lado de un hospital, en el Upper East Side, se han mudado. No soportaron más esas ambulancias las 24 horas del día.
Este es el símbolo de Nueva York en época de coronavirus.
“La ciudad cambiará”, diagnostica Inclán. Recuerda que tras el atentado se dijo que sería una metrópolis fantasma, pero eso no sucedió. ¿Cómo cambiará? Es impredecible –subraya–, pero volverán a florecer los capullos de libertad y creatividad que configuran el espíritu de Nueva York”.