La cruzada de los resentidos

  1. La fabricación del resentido

En una obra memorable (  Le ressentiment dans  l´histoire, Paris, 2007) el historiador francés  Marc Ferro, nos explica que el resentimiento puede manifestarse como una fuerza histórica, cuando un pueblo se siente herido, porque le han inculcado que su circunstancia le viene de una injusticia, de la discriminación, del olvido,  del desprecio, de la venganza. Imagina que  esa situación debería ser reparada mediante la guerra o la agresión.

Ferro demuestra que en todas las guerras  y grandes conflictos hay un componente de resentimiento.  Una visión falseada  lleva al agresor a sentirse permanentemente maltratado,  privado de  las conquistas materiales que tienen otros. Enfrentamos, pues, a una sociedad carcomida por el rencor,  por el racismo, por el desprecio,  por la hostilidad y las frustraciones.

A los haitianos se les han enseñado que ellos antes eran dueños de la República Dominicana, en un pasado glorioso ( oprobioso para nosotros). Que ahora no lo son. Que, probablemente,  su gran fracaso histórico se explique por estas razones. Los haitianos han logrado exportar la idea de que su hundimiento social  se debe a que las potencias del mundo no le perdonaron que se hubiesen independizado. La explicación histórica es cabalmente distinta: no es fue que el mundo excluyó al Imperio de Haití (1805), sino que los propios haitianos se cerraron al mundo, introduciendo el exclusivismo racial como doctrina e implantando un régimen despótico de reyezuelos y dictadorcillos vitalicios, que eran un retorno, a la monarquía absoluta, al Antiguo Régimen, que constituía una reacción antirrevolucionaria, antiliberal,  contraria a todas las independencias del continente., y que , por lo tanto, no podía ser  modelo para nadie, y sólo los dominicanos padecimos en carne propia los desastres de su espantosa expansión territorial.

Cegados por el resentimiento, se creen propietarios de los derechos humanos, de la compasión universal. Su debilidad y su pobreza han sido empleadas como un arma para culpar al vecino de su trágica condición, para explotar sus sentimientos cristianos hasta lo irracional, e incluso para conquistar las mentes de muchos dominicanos, que, en esta batalla  se han transformado en la quinta columna, el enemigo interior que justifica y declara  todas las acusaciones contra nuestro país, que combate al  Tribunal Constitucional y que libra una batalla sin cuartel contra  las instituciones. Que hace que, inexplicablemente, los dominicanos se sientan culpables y responsables de un problema extra nacional.

Entre los dominicanos predomina un sentimiento de solidaridad, del cual se abusa  para hacer que abandonemos nuestros propios intereses.  Según esto, para que los haitianos y los que  los promueven nos consideren humanitarios ,  debemos colocarnos la corona de espinas de todos sus problemas. Subirnos a la cruz. Renunciar  a nuestras propias vidas. Permitir que se nos despoje del territorio, de  los empleos, de los hospitales, de las escuelas y, soportar que se nos suplante, en el registro civil.  Y, cuando  nos resistimos a ese calvario,  nos insultan, nos desacreditan, nos condenan ante una corte internacional.

¿En qué consiste, pues,  el conflicto que han  declarado los haitianos urbi et orbi contra la República Dominicana? ¿Por qué tienen tanta sed de victimizarse,  de  presentar la aplicación de nuestras leyes (muy superiores a las haitianas) como una violación de los derechos humanos? ¿No es acaso un derecho humano que los hijos de haitianos tengan la nacionalidad de sus padres? ¿Por qué fomentar la separación de las familias y de la sociedad?

El resentimiento ha llevado a  los haitianos una visión completamente deformada,  que apoya en mentiras. Que  los dominicanos mantienen una actitud de confrontación, de discriminación, que los privan de los derechos humanos y que se oponen a su  crecimiento  . Las diferencias  de desarrollos, progresos y perspectivas  históricos han hecho crecer un sentimiento de envidia colectiva entre los haitianos. De todas las frustraciones, de todos los fracasos y de todas las ilusiones perdidas culpan a los dominicanos.  En verdad, nosotros hemos sido siempre la nación agredida. Todo el movimiento humano va del oeste hacia el este, y nunca en sentido inverso. El resentimiento los lleva a odiar todo lo que representa superioridad material, y los llena de impotencia y de miedo ante el porvenir.

La presencia haitiana en nuestro país debe regirse estrictamente por el derecho de extranjería,  No debemos permitir que esta cruzada de resentidos desmantele nuestra soberanía.

Detrás de todas estas  maniobras, que promueven el triunfo de la haitinización, no hay ningún sol radiante ni ninguna utopía, sino la desintegración de nuestra sociedad. La Independencia de 1844  deshizo  la ocupación haitiana de aquel punto y hora. Nosotros, si deseamos  preservar ese legado, el mayor y el más  glorioso, debemos  ponerle punto final a una ocupación  que se ha producido a los 170 años  de la Independencia, que constituye la mayor amenaza a nuestra existencia de Estado independiente.

  1. La violencia de los resentidos

Los haitianos han hecho entrar en el teatro de la diplomacia un sentimiento de inferioridad. Son el país más pobre del hemisferio, figuran entre los Estados fallidos, esta dimensión emocional los lleva a plantearle al mundo una deuda moral que los redima de la humillación.  Predomina en sus dirigentes una mentalidad de asistidos sociales. El trauma se fundamenta en realidades incontrovertibles. De 1965 al 2009 , el país tuvo un escaso crecimiento económico de  0,4%, y en contrapartida, una creciente tasa de crecimiento demográfico de casi un 3%; una inflación nominal 9,3% y el 65% de población vive en pobreza crónica; el desempleo estructural alcanza al 80% de la población; esa circunstancia sin duda calamitosa la administra un Estado cuyo presupuesto en un 55% permanece a cargo de instituciones internacionales; que tiene 10.000 ONG ( 1 por cada 900  habitantes) y, para completar el cuadro dantesco, no tiene un polo de autoridad, y la seguridad sólo puede ser mantenida por un Ejército internacional de Naciones Unidas , MINUSTAH.

El resentimiento de los haitianos contra esa situación consiste en imputarle el fracaso histórico al deseo  de los dominicanos de mantenerse como país independiente. En lugar de  dedicarse a la tarea hercúlea de recuperar  a su país.;  fomentar la riqueza; desarrollar todas sus capacidades, centran la diana en el odio, en la prosperidad del vecino y en  arrebatarle todas sus conquistas sociales. El objetivo central del resentido es la destrucción.  Se disfrazan de víctimas para destruir todos los progresos que hemos logrado

De esta actitud podría dar muchísimas ejemplos y testimonios  que muestran la presencia de una mentalidad de resentidos. Los propios haitianos  han realizados estudios concluyentes que muestran los problemas psicológicos que trituran a su sociedad. Micheline Labelle escribió  « Ideologie de la couleur  et classes sociales en Haiti »( 1987),  Leon Francois Hoffaman  «  Haiti : couleurs, croyances, creole » (1990). En ambas se muestra  el diagnóstico minucioso de una sociedad desunida por el resentimiento, que nació sin proyecto de nación, plagada de odio racial.  Una sociedad que vive el pasado de la esclavitud como si fuera un presente perpetuo, imborrable, devastador.

Me quedaré, sin embargo, con tres  ejemplos que muestran la violencia social de la cruzada de resentidos que nos ha escogido como su víctima predilecta.

Jean Price Mars nos acusa en su obra (“La República de Haiti y la República Dominicana “) de creernos lo que no somos. A renglón seguido dictamina, que no habrá paz en la isla de Santo Domingo hasta tanto los dominicanos no renuncien a la doctrina de la superioridad de las razas. La idea de Price Mars es que los dominicanos no tenemos derecho a la Independencia, que nuestra frontera se fundamenta en el racismo, y en vista de ello concluye su libro con una amenaza para los dominicanos:

Fuera de dicha contingencia, no hay perspectiva sino para la matanza y destrucción de una comunidad por parte de la otra. No querría ser profeta de desgracia. Pero, tal como le sucedió a Casandra, veo el horizonte ensombrecido por grávidas nubes de tormenta.” (pág., 813).

 El libro de Price Mars es un ataque feroz contra los historiadores nacionalistas dominicanos. En más de un pasaje se lamenta de que Haití haya perdido la guerra de Independencia de los dominicanos, y le reprocha a Geffrard que no haya emprendido la campaña que había planificado el emperador Faustin Soulouque en 1859, que habría de ser la madre de todas las batallas.

Al igual que historiador Price Mars,  el intelectual Leslie Manigat nos plantea en un librillo “ Ce que tout Haitient doit savoir de la Repúblique dominicaine” (Chudac, ), la obligación de federarnos o fusionarnos con Haiti. De lo contrario,  nos remata con una amenaza grandilocuente:

“El porvenir de las relaciones haitiano dominicanas estaría sobre la rodilla de los dioses (…) el porvenir quizá sea lo que nosotros creamos, razonablemente, que sea.  Cuestión de filosofía personal, entre dos posibilidades: yo  veo el mal, fácil,  basta con dejar actuar a la bestia que hay en nosotros. He escogido el otro, el bien, difícil,  pero  hay que  hacer triunfar el ángel que hay en nosotros” (pág. 33)

 Quizá el que mejor retrata esta circunstancia es RoseNesmy Saint Louis en su obra “ le Vertige Haitien” (2010):

“El absurdo  del mulatismo y de negrismo es aún más nauseabundo que el racismo de donde procede. Se trata del odio mutuo mantenidos entre ciudadanos de un mismo país, de la misma nación, de la misma cultura y de la misma raza—fundado en simples matices de color de piel. El colorismo, falso complejo de superiodad de los negros  de tez clara o los llamados mulatos frente a otros negros y la reacción irreflexiva o el terrible golpe sangriento de los negristas contra los mulatistas”  ( Le Nouvelliste, 20/11/13).

El autor que ha metido la sonda en la mentalidad haitiana nos dice lo siguiente: “Esta patología es  socialmente mortífera. Su origen se remonta  a la época de la esclavitud. Devora  el cuerpo, el corazón, el alma y el espíritu de la nación haitiana (…) puede volverlos locos, llevarlos al desprecio de la historia, al genocidio, al fratricidio o al nihilismo social, al economicidio, a la negación de la humanidad” (Ídem)

 Los dominicanos no podemos  permitir que estas circunstancias fatales, que son la causa eficiente de la destrucción de ese proyecto de nación, se exporten a nuestro país; ni dejarnos arrastrar por la violencia de sus rencores. Ni por el hundimiento de sus ilusiones ni  por  sus ansias de venganza,  por la  envidia y el  revanchismo ciego y estéril de sus campañas  contra nuestro país. Nosotros no somos culpables de sus malos gobernantes, de su estado de barbarie, de la irresponsabilidad de sus élites ni de haber carbonizado sus bosques

El pueblo dominicano ha vivido como una unidad en sufrimiento, receloso de su continuidad y en la incertidumbre de su destino.Ha resistido todas las desgracias, las traiciones de sus políticos y de sus intelectuales, y se sabe por instinto,  que si permite la fragmentación de su autodeterminación, sepultará el Estado nación de 1844, y se perdería para siempre el sentido de nuestra existencia.

 

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