OPINION: La cruda realidad del contagio con VIH llevado al teatro
Encarnar una multiplicidad de personajes con perfiles sicológicos disímiles, a veces contrapuestos, historias de vidas distintas, pero unidas por el contexto y ámbitos sociales es tarea difícil para cualquier actor por más experimentado que éste sea.
Sin embargo cuando hay trillada una carrera, fraguada con base al talento, versatilidad, capacidad histriónica y manejo perfecto de las técnicas y herramientas teatrales, resulta mucho menos engorroso alzarse con el éxito.
Lo puso en evidencia el laureado dramaturgo, director y actor Wadys Jáquez en la bien depurada producción “Crónica Cero”, presentada, en Casa de Teatro hasta el domingo último pasado.
Escribir, dirigir y actuar una misma obra, muchos roles, es hacerlo casi todo, supone un reto enorme, Wadys lo enfrentó y venció. Fue una fiera en el escenario. Siempre apostó a darlo todo y lo hizo.
En menos de una hora de intensa actuación desfilaron en el escenario al menos seis personajes, piezas claves de la comedia, hilvanada por historias de tristeza, exclusión, dolor, vejaciones, marginación social, olvido y soledad.
Es el drama de los pacientes portadores de VIH, en unas sociedades más acentuadas que en otras, visto desde una perspectiva sicológica, social y hasta económica.
Una historia bien contada, prevalece el estigma social hacia quienes conviven con el virus 35 anos después de haber sido descubierto, acompañadas de las distintas teorías sobre los orígenes de la infección y los distintos modos de contagio.
Sin ostentosos recursos escenográficos, solo un perchero con un chalequito blanco de plumas, Wadys irrumpió el, ataviado de negro con una vetusta maleta negra a cuesta, en ella carga a todos los personajes que dan vida a la obra y un anecdotario de sus traumáticas vidas.
Así inicia “Crónica de Cero”, con Tito, un cantante urbano boricua, al que la fama y el brillo enceguecedor de los escenarios llevaron directo al consumo de drogas, arrastra al vicio a su inseparable amigo Poncho, sonsacado por una mujer que les ofreció un paraíso encantado de amor.
Excita y mueve las fibras más sensibles cuando aparece en escena “Lola la Rompe Olas”, un travesti obligado al retiro debido al cierre del Camaleón, el bar cabaret de un México de los años 80. La aterra la realidad del despido de una actividad que fue su vida, la irremediable soledad, se niega a quedar en el olvido.
Con facilidad hace la transición a Vinicio, un gay cubano, víctima de la persecución y el rechazo en su familia y una sociedad cubana desdeñadora y de la homosexualidad y la prostitución, ambas proscritas o consideradas un pecado capital, hasta por quienes bajo las sombras buscaban disfrutaban de ese placer.
Su espíritu valeroso, indomable, irreverente y la relación, de protección mutua, sincero amor y cuasi complicidad con Sobeida, una prostituta sin tapujos y vivaracha le dieron las fuerzas para vivir planamente su orientación sexual, añora los momentos de escapada furtivas entre los puertos, de calenturientos marineros y amores, que no lo fueron.
Penetra hasta los tuétanos la historia de Juancito, un joven de prodigiosa inteligencia, la aparición del virus, fruto de un fugaz relación con una vendedora de pasión que simuló haber enloquecido por él, le adelanta el regreso a casa, obvio, no con un o buscado “SEROPOSITIVO”, muy lejos de la beca universitaria otorgada por la UNESCO.
Música estridente, pero contagiante, excelente diseño de luces y escenografía, sustentado en aditamentos de los personajes representados, los poderosos aliados de Wadys, como pez resbaladizo se metió en las entrañas de cada uno de los hombres y mujeres a los que dio vida, convirtió al público en testigo vívido.
Estuvo en la piel del luchador infectado del Virus, sentenciado a muerte hacía diez años y seguía vivo, con igual acierto fue cuerpo, alma, espíritu y corazón de Marina, la lesbiana residente en el corazón de Manhattan.
Nada sumisa, al contrario irreverente, contestaría, agresiva, en ocasiones. El antídoto perfecto a una sociedad aparentemente abierta, democrática, incluyente, pero que a la vez segrega y margina. Era ella el prototipo de minorías. Era negra, mujer, latina, lesbiana y seropositiva. Enfrento a todos, se impuso y vivió con mayor felicidad que muchos de los que la persiguieron por su condición.
Quien juzgue y valore con sentido de justicia, de objetividad, de sinceridad y profundo criterio analítico tendrá que colegir que en “Crónica Cero” Wadys Jáquez no solo demostró su incuestionable capacidad actoral, sino que demostró estar en el punto culminante de una carrera teatral.
Al final, el selecto público, compuesto mayoritariamente por actores, dramaturgos y productores, tributó un aplauso tan intenso e inmenso como la calidad de su actuación……..Si hubiera que ubicarla en una escala del uno al diez le otorgo un diez, sin lugar a alguna reserva.
of-am