Horacio Vásquez, Leoncio Ramos y la reelección
Si hay una constante en la historia dominicana es el hecho de que los gobernantes encarnan el lujo privilegiado de la lisonja, y súbitamente se sienten una transparencia imborrable, y entornan los ojos, y son indispensables. Incluso reemplazan la ambición personal por la Patria. Todo pende de ese mito feliz que nos salvará. Santana, Báez, Lilís, Mon Cáceres, Vásquez, Trujillo, Balaguer, Leonel e Hipólito. Todos han cantado a coro su salmodia mesiánica. De los casi dos siglos de vida republicana, el continuismo se ha presentado siempre como la redención coyuntural, y ha terminado devastando la nación y descoyuntando sus instituciones. Como Danilo Medina ahora, con ese aspaviento de un ambicioso creyéndose un redentor y no es más que la continuidad vergonzosa de la historia nacional.
Lo que más se le parece es el caso de Horacio Vásquez y Leoncio Ramos. Tanto Danilo como Horacio Vásquez se dejan lamber por la zalamería, y renunciando a sus principios anti reeleccionistas sucumben a la adulación y a la falsa conciencia de creerse predestinados. Horacio se apegó de tal forma al poder que forzó una modificación constitucional que el 17 de junio de 1927 prorrogó su mandato por dos años más. Se le llama “La prolongación”, pero no fue más que el pórtico de la ambición del caudillo (“Horacio o que entre el mar”), puesto que cumplida ya la prolongación, los partidarios de Horacio Vásquez armaron la reelección para el periodo 1930 a 1934, y desplegaron la leyenda de un ser providencial y mágico, imprescindible para la continuidad de la patria, pese a que Horacio estaba gravemente enfermo, y las instituciones destruidas por la corrupción.
Entonces saltó al ruedo un apacible juez de la corte de apelación de La Vega, el licenciado Leoncio Ramos; dirigente del Partido horacista, y modesto integrante del pensamiento político social de la época. Rápidamente se hizo el héroe intelectual del momento, porque colocó al predestinado frente a su propia ambición, y apostrofó duramente al otrora líder antirreeleccionista porque “las promesas suyas en nombre de las cuales convocó tantas veces al pueblo a la guerra y a la matanza, en donde encontró ese pueblo infructuosamente su ruina económica, la mengua de su buen nombre, gran derramamiento de sangre, han quedado desmentida con su actitud de hoy”. Con su carta pública, Leoncio Ramos se convirtió en un paradigma de valentía y probidad ciudadana, citado con veneración por todos los que auscultaban con preocupación el porvenir de la patria. Incluso Juan Bosch escribió un artículo en esos días nombrándolo como uno de los “hombres de vergüenza” con que contaba el país (ver: “La más anunciada revolución de América”, p.25; Bernardo Vega, editor). El mismo caso de Danilo Medina, sin su Leoncio Ramos empotrado en un partido envilecido por la corrupción. Porque si hay algo que demuestra el caso de Horacio Vásquez, y ahora reitera la continuidad histórica el caso de Danilo Medina, es que hay una relación dialéctica entre el continuismo y la corrupción.
En la penosa historia de la reelección presidencial en nuestro país, el pequeño burgués que se traga el suspiro de su condición de insustituible, construye siempre un mundo de justificaciones hecho a la medida de su comercio. Nuestra historia es aterradoramente circular. Horacio se creía “La virgen María con chiva”, Leonel se pantalleó como “La virgen de la Altagracia con bigotes”, y ahora Danilo encarna “La virgen de Las mercedes adolorida”. Manipulaciones circulares en la historia que quieren fundar como naturaleza y eternidad lo que no es más que ambición.