OPINION: El poder, ¿para qué?

 

«O se hace literatura o se hace erudición o se calla uno». Ortega y Gasset

¿Para qué quiere un hombre el poder? Es la pregunta que ha de hacerse el ciudadano común cada vez que tropieza con los que ambicionan dirigirlo. En una época ceremoniosa, los elegidos a la Suprema Magistratura del Estado, hacían ante la Asamblea Nacional el juramento siguiente:

Por la patria y por mi honor, juro cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República; respetar y defender su Independencia, defender y respetar  los  derechos del pueblo dominicano, y llenar fielmente los deberes de mi cargo.

Tres factores se hallan involucrados en el Juramento que hacían nuestros Presidentes:

  • Se le otorgaba primacía  a la Constitución  en todos sus actos; no ha  de promulgarse nada contra ella. Se  ha de acatar el principio de la separación de los poderes,  garantía del ejercicio democrático y  de los límites de la representación que el pueblo le delega, transitoriamente, tras unas elecciones.
  • El Presidente se compromete, igualmente,  a respetar y a defender los resultados históricos que nos llevaron a la independencia de la nación dominicana en 1844. Es decir,  no promoverá nada que se oponga a esos resultados. Nada que ampute, recorte o destruya su soberanía.
  • Es obligación del gobernante defender los derechos de sus ciudadanos, y cumplir con los deberes de representar la autodeterminación del pueblo que lo ha elegido.

En contraste con estos preceptos, predominan en la palestra política,  la ambigüedad moral, la falta de grandeza, políticos simuladores, mentirosos, irresolutos. Hombres para los cuales lo fundamental es  poder seguir engañando al pueblo,  tras un rosario de  promesas incumplidas. El vulgo suele dejarse engatusar por la falsa humildad y por los oropeles  de las apariencias; no llega descubrir  el verdadero talante del gobernante. Los presidentes predican siempre concordia y buena fe, aunque luego mandan a sus cachanchanes a demolerlas.

La gran preocupación de Maquiavelo era descubrir cuáles hechos  conducían a un pueblo a repudiar al que gobierna.  Tres son las grandes circunstancias que llevan al pueblo a odiar  a un gobernante, según el gran pensador.

  1. Que se trate de un expoliador del patrimonio y del honor de los demás;
  2. Que sea considerado por la población como  voluble, frívolo, afeminado e irresoluto;

Y,  3. Los gobernantes pueden ser dadivosos, rapaces, crueles, traidores, clementes, leales, soberbios, lascivos, castos, astutos, duros, débiles, frívolos, religiosos, incrédulos; todas esas cualidades se hallan en el celemín de los comportamientos compendiados por Maquiavelo, como si se tratase de un entomólogo,  en su obra El Principe;  representan vicios y virtudes; y todos pueden, según Maquiavelo, ser útiles en algún momento para el gobernante  (cap. XVI). Pero de todos los comportamiento, el que resulta imperdonable es “el que lleva a la vergüenza que significaría la pérdida del Estado” . Maquiavelo que era un patriota italiano nos dice  que no debemos confiar nuestra seguridad en la decencia y en el sentido de justicia de los poderes extranjeros. “no debemos dejarnos caer por el simple hecho de creer que habrá alguien que nos recoja. Porque no lo hay; y si lo hay y acude,

No es para salvación nuestra, dado que la defensa ha sido indigna “. (El Príncipe, cap. XVI)

Sobre ese teatro, en el que ahora entraran unos cuatro mil candidatos para las elecciones presidenciales, legislativas y municipales del 15 de mayo del 2016, se esbozan ruidosamente dos tendencias:

  • La auténticamente  política, disciplina que atañe a la  gestión de la vida colectiva, fundada en el servicio a los ciudadanos,  la defensa de su proyecto de sociedad y ,desde luego,  de su continuidad histórica.
  • La de la politiquería, que  es el activismo  ejercido sin ideales, sin proyecto, sin valores, basado casi exclusivamente en el manejo del poder, la intriga y en el cálculo inmediato. La politiquería se desentiende del patriotismo, y se fundamenta  en la tesis de que el fin justifica los medios.

Nos hallamos fatalmente ante dos proyectos de nación rotundamente opuestos.    Uno, representado por un conciliábulo de fuerzas que tratan de anular los resultados históricos de la Independencia de 1844, y otro, simbolizado por la resistencia de un pueblo abandonado, y acaso traicionado, por sus dirigentes.

El Gobierno que ambiciona la reelección y la oposición, representada por el PRM, que ha salido al ruedo defienden el mismo proyecto político. Ambos combatieron la Sentencia TC168/13. Ambos se hallan poseídos por la politiquería. Representan una alternativa sin ideas y sin proyecto. Nos encontramos, pues,  entre Escila y Caribdis. Perseguidos por dos monstruos, por dos destinos igualmente letales.

Hemos  visto en el escenario  político el ejercicio de un poder que no hace nada para defender la soberanía, que, por conveniencias momentáneas,  ha estado a punto de implantar bases militares estadounidenses. Que se ha gastado más de 2000 millones de pesos para regularizar el volumen de población ilegal extranjera en el país, y finalmente se ha negado a repatriar a los extranjeros ilegales, convirtiendo ese proyecto que se había  vendido como solución al mayor problema del país, en un estrepitoso fracaso.

. Un poder que ha sido incapaz de hacer respetar la autoridad del Estado. Cuando  vemos  a las autoridades, combatidas  con armas de fuego, con piedras y machetes por las poblaciones ilegales. Nos preguntamos:  ¿Cuántas humillaciones más  serán necesarias para que las autoridades puedan recuperar el Estado de derecho?     Un poder que no defiende el empleo de los dominicanos. Que , ante el naufragio del sistema de salud, producido entre otras razones, por los enormes gastos que nos ocasiona una población ilegal extranjera venida del país más insalubre del continente , decide darle la estocada definitiva, incluyendo en la Seguridad Social a 288.466 haitianos a los que se la dado residencia provisional por dos años. De este modo, quedará completamente  demolido el sistema de la seguridad social dominicano.

Cuando se escuchan los discursos de estos candidatos, y los que proclaman  otros, que también han salido al ruedo, y que al igual que los primeros promueven la colonización extranjera, parecería que ninguno de los candidatos les interesa la soberanía y la autodeterminación del pueblo dominicano.

Ninguno se ha propuesto recuperar el empleo. Muy por el contrario: nos han sumergido en una desnacionalización  que destruye el mercado de trabajo. Que empuja brutalmente los salarios hacia la baja. Que anula la posibilidad de modernizar la agricultura. Una situación fuera de control que solo trae desesperanza, importación de pobreza, destrucción de la cohesión nacional

En el desbarajuste nacional  hemos visto desaparecer vidas extraordinarias ante un desafío  que amenaza volver ceniza  el esfuerzo de todas las generaciones pasadas. Vivimos una democracia que ha abandonado  los intereses del pueblo. Que no defiende su sistema sanitario. Que no protege  los  empleos. Que no resuelve el naufragio de la seguridad pública. Que ha abandonado las conquistas sociales del pueblo dominicano. Todas esas verdades permanecen en penumbras; ahogadas por la vocinglería  y la comunicación social,  convertida en instrumentos de propaganda política.

¿Podrán  estos candidatos fomentar el empleo, proteger nuestros bosques de la carbonización , llevar a cabo  la recuperación de nuestros hospitales,  los mismos que han puesto en práctica  una política de fronteras abiertas,  abandono de la soberanía e irresponsabilidad ante la inmigración ilegal ?

¿Están conscientes los dominicanos de que todas estas políticas lo meterán en el antro de Trofonio de  una sociedad  binacional? ¿Se han enterado de que en el esquema que implica la suplantación del dominicano como mano de obra en la construcción, en la agricultura y en los servicios, nos llevará, inevitablemente,  a una confrontación?

Toda esta circunstancia se halla redoblada por el propósito haitiano de hacer aparecer  a la República Dominicana  ante el mundo como verdugo de los haitianos, que luchan contra la posibilidad de que los dominicanos puedan recuperar los territorios perdidos,  que emplean a la comunidad internacional como instrumento contra nuestra propia existencia.

Vivimos un momento excepcional de nuestra historia.

Al igual que durante la primera república que va desde 1844 a 1861,  el liderazgo dominante en esa etapa heroica de nuestra vida como nación, habían traicionado los intereses nacionales, y tenía como designio  traspasarle la soberanía a un poder extranjero.  Los dos caudillos, el general  Pedro Santana y el político  Buenaventura Báez, ambicionaban el poder para ponerlo al servicio de una servidumbre internacional. En los momentos del predominio de esas dos personalidades avasallantes,  la visión patriótica era representada por Juan Pablo Duarte y los trinitarios que, tras la derrota del golpe de Estado del General Santana a la Junta Central Gubernativa, fueron a parar al exilio..

De todas las fuerzas que participan en la contienda electoral, la única que ha planteado la necesidad de construir un muro fronterizo que le devuelva la confianza a todos los dominicanos,  son las representadas en el Polo Soberano y la Fuerza Nacional Progresista. Un muro que ponga a salvo el bosque dominicano de la depredación extraordinaria, fundada en las necesidades del vecino; que nos proteja de la inmigración ilegal, de las enfermedades y que represente simbólicamente la decisión de los dominicanos que proclamen ante el mundo que no hallarán una solución al problema haitiano a expensas de la destrucción de la  República Dominicana. Necesitamos desde luego ser gobernados por un Presidente que recupere  todos los espacios de nuestra soberanía; que organice la seguridad en el territorio nacional; que defienda al país vapuleado por una brutal campaña en playas extranjeras, que detenga la suplantación del pueblo dominicano, que desarrolle una política de familia y de seguridad, que recupere la independencia nacional. El pueblo sabe que votando por los mismos no tendrá resultados diferentes.

Nos encontramos  ante el mayor desafío de nuestra historia desde el momento de nuestra Independencia. Una coyuntura en la que se han juntado todas las crisis. Una conmoción  que puede desplomar todas las estructuras del Estado; una circunstancia   que constituye la mayor amenaza a la autodeterminación  y la  libertad del pueblo dominicano. La única frontera que han encontrado esos planes diabólicos   es la que representa el amor a la patria. La de un proyecto de nación que busca concretarse, y hallar su expresión en el polo soberano  y en la boleta de la Fuerza Nacional Progresista. ¿Qué harán los dominicanos? Muchos, desde luego,  caerán en las trampas del clientelismo; otros, naufragarán en la resignación; otros permanecerán atrapados por el engaño, la desinformación y la manipulación; pero, habrá otros  para  los cuales votar será un deber patriótico; será el voto consciente, de ese proyecto  de nación que representa el ideal de Juan Pablo Duarte, que es la recuperación del territorio perdido.

 

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