OPINION: El espiritu de la navidad regresa tras el triunfo de Trump
(En el recuerdo de mis padres, David Efraín Raimundo García y Natividad Vargas Veloz)
SANTO DOMINGO.- En medio de nieve, problemas económicos, desempleo hasta lo sumo, la impotencia de los demócratas de aceptar la derrota vergonzante que recibieron de los que forman la Unión Americana. Los norteamericanos en su conjunto se sienten con una formulación diferente. Celebran sus navidades con un espíritu diferente. Se les nota en el rostro. Ver a amigos que aun votando por la candidata demócrata se está alegre, porque el sentido de la Navidad norteamericana ha retomado su esplendor.
Y es que el espíritu de la Navidad mantiene una dinamia horizontal y vertical con la Paz. Esa Paz encarnada en Jesucristo. Y les afirmo, amado lectores, que pocas palabras de la historia humana igualan a estas en belleza y en poder sedante. Son a la vez como un bálsamo y como una promesa. Bálsamo que nos alivia un poco de lo que Unamuno llamara «sentido trágico de la vida», y promesas de utopías reales y posibles, no importa cuán lejanas.
Forman como una pirámide espiritual en cuya cúspide está Dios. Abajo, en la base, la extensión horizontal de la especie. Alrededor, música de angelé que cantan.
Me atrevo en ocasión especial a arriesgarme a contarles la historia.
He aquí el origen.
Cuenta el evangelista Lucas que aquella noche, en las cercanías de Belén, estaban los pastores resguardando vigilia sobre su ganado. Quedamente, para no despertar a sus ovejas, recordaban las viejas tradición de los Libros de los Profetas que anunciaban al Mesías que vendría enviado de Dios a restituir el reino de Israel y a traer redención a su pueblo.
La conversación era sólo un murmullo bajo la tenue luz de los astros cuando, de pronto, en medio de gran resplandor, se les apareció un ángel que les decía: «No temáis; he aquí os doy nuevas de gran gozo que será para todo el pueblo, que os ha nacido hoy en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.»
La sorpresa y el efecto fantástico de la aparición los dejó anonadados y sin palabras. Perplejos estaban aun por la visión del insólito mensajero divino, sin saber qué hacer. «Y repentinamente –continúa el evangelista—fue con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales que alababan a Dios y decían: Gloria a Dios en alababa Alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres…»
Tal es la escenografía y el contenido del más famoso y trascendental anuncio que se haya hecho al hombre. Fue, fundamental y teológicamente, un anuncio de paz: de redención, de perdón, y de justicia a un tiempo, que son los elementos esenciales de la paz.
Bueno, aquí, Josè Amaya, Salvador Fernández, Nataniel Vázquez, Fernando Efraín Lopez, David Raimundo, Juan Josè Binet, Mary Beard, Selma Ruth, Wilma Francisca, Rugiero Izaquirre, Antonio Barraza, Eduardo Acosta, Josè Beltré, Salvador Rivera, María Rosario, Antonio Escaño, Salvador Rivera, Amparo Luis viuda Morel, Benjamín Silva, Bienvenido Álvarez Vega, María Nerys Pérez, Leslie Efraín Raimundo, Marconi Misael Raimundo, Lymari Edlyn Raimundo, Madai Abigail Raimundo, Samuel y Bárbara Delgado, Alfonso Jiménez, Amparo Quezada, entre otros, se frotan la mano del frio y también de la alegría.
Sin embargo, porque la ocasión viene de perillas, aclarar una falsa versión que se ha vulgarizado en el idioma español. La última parte del menaje evangélico NO es, como a menudo suele repetirse, «entre los hombres de buena voluntad» sino «buena voluntad para con los hombres», que es cosa muy distinta. Nótese que lo primero, aunque sin duda grato al oído humano, supone que la «buena voluntad» es una cualidad propia de determinado grupo de hombres a los cuales Dios desea paz. Pero no es eso precisamente lo que dice el Evangelio: la «buena voluntad» de que habla no es cualidad humana sino divina, de Arriba, que desciende como óleo sobre los hombres.
Es imposible disociar este mensaje del sentido verdadero de la Navidad. ¿Qué es el Cristo sino la realización personal de esa voluntad? ¿Qué es la presencia del Recién Nacido sino la garantía tangible, carne y sangre, de la promesa? La Navidad, pues, materializa en su ocurrencia los elementos subjetivos que encontramos en la paz: es perdón, es redención, es justicia. Es, en suma, amor de Dios.
Cada año viene como una fiesta que engalana de colores y de alegrías, muchas veces nada navideñas, la vida de los hombres. Mas, para un mundo dividido hoy por violencias ideológicas y materiales, el aviso trascendente a los pastores de Belén cobra nuevo sentido y nueva revelación. La fantasmagoría de los ángeles se convierte en amonestación real. ¿Cómo se vive? ¿Se deja al Cristo olvidado en el pesebre de una tradición superficialmente religiosa, o se le invita a pasar adelante al mesón trágico de nuestra existencia?
La pirámide puede será algo mas que un símbolo. Es, quizás, la única geometría social estable y verdadera. Los hombres unidos en entendimiento fraternal, todos con la irada a la Altura, donde está Dios. De allá arriba, el heraldo agradable de la Buena Voluntad, bajando como un cántico de aliento y de esperanzas.
No es tan simple ni tan candoroso como parece. Se necesita el punto de referencia divino para que lo humano alcance su verdadera dimensión. De no ser así, estamos irremediablemente condenados al polvo. (¡Se han andado ya tantos caminos!)Vale la pena, pues, escuchar al que promete: «En la tierra paz, y buena voluntad para con los hombres…»
El presidente electo de los Estados Unidos de América, Donaldo Trump, ha dicho que el verdadero sentido de la Navidad regresará a la Unión Americana en su forma original. Es saludable que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento reine entre todos los seres humanos del mundo, especialmente entre demócratas y republicanos. ¡Amén!
jpm