El Arzobispo en Palacio
Aunque Churchill aconsejó: “Nunca debe hablarse en público sobre política, religión o sexo”, las circunstancias obligan a escribir sobre política y religión. Dostoievski sentenció: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Luis Buñuel, irreverente, expresó: “Soy ateo, gracias a Dios”, pudiendo intuirse que proclamaba implícitamente que no era ateo, pues no se agradece a algo irreal. Voltaire, enciclopedista, señaló: “Si Dios no existiera habría que inventarlo” , opuesto al sectario Lenin: “La religión es el opio de los pueblos”. El anarquista Bakunin desbordó a Lenin: “Si Dios existiera habría que hacerlo desaparecer”. En la polémica Sartre-Camus, Jean Paul Sartre escribió: “Camus no es ateo: es un antiteísta…”.
Siempre han existido personas, incluyendo gobernantes, que actúan como si todo les estuviera permitido, comportándose así, no sólo por ateos, porque para ellos Dios no existe, sino también por su sed de poder. Siendo pecador, más creyente que asiduo practicante del ritual litúrgico de la iglesia católica, apostólica y romana, vivo con la convicción de que todos –incluyendo publicanos, sacerdotes, gobernantes – tendremos que responder por nuestros actos, en el más allá, y a veces aquí, en esta existencia terrenal, adelantándose la posible dispensa o penitencia, por cargos que nos serían formulados en el ineludible Juicio Final.
La providencia calificativa para incoar juicios políticos terrenales no siempre consiste en un expediente escrito donde se fundamentan los cargos. A veces la prueba es una simple foto. Tentados y confundidos, Juan Isidro Jimenes Grullón y Viriato Fiallo fueron retratados entrando a Palacio en Septiembre 25, 1963 para apoyar el golpe de estado contra nuestra incipiente democracia. Juan Isidro, ya en 1934 participó en el complot libertario para ajusticiar tempranamente a Trujillo y en el exilio mostró una vida pulcra, sin cuestionamientos. Poseía sólida formación intelectual. Fue nombrado Presidente de la “Junta Revolucionaria Gobernante en el Exilio” que gobernaría el país con el triunfo de la epopeya de Junio 1959.
La resistencia interna, pura y valiente, tuvo como símbolo a Viriato, patriota luchador contra la primera ocupación americana, educador, rebelde disidente que nunca se inscribió en el Partido Dominicano de Trujillo. Como médico atendió a grupos carenciados de bateyes cañeros.
Juan Isidro desechó su ideología progresista, conspiró con derechistas y rubricó la ignominiosa acta golpista. Viriato, derrotado por Bosch en 1962 no se destacó como protagonista de la conspiración. Lo recogieron en su hogar, viajó apretujado en un carro y usaron su presencia en Palacio intentando darle un imposible lustre a la asonada golpista. Juan Isidro se auto-criticó incesantemente y vivió y murió lamentándose de ese error. Viriato, contrito, se alejó de la política y se esfumó. Siendo el cristianismo la religión del arrepentimiento y del perdón, al ellos arrepentirse, Dios los habrá perdonado. Ya fue para ambos un suplicio insufrible saber que su presencia en Palacio, ese fatídico Septiembre, les impidió consagrarse como próceres.
Ahora tenemos otra foto histórica palaciega, contrastante con la de Juan Isidro y Viriato. Se trata del daguerrotipo del Arzobispo Ozoria con el Presidente Medina en Palacio. La presencia allí del Arzobispo no se debió a que conspiró contra la democracia , sino todo lo contrario. El Arzobispo fue convocado a Palacio a causa de su valiente defensa de la democracia y de la Constitución. Danilo, con su prestigio en estrepitosa caída libre necesitaba, imperiosa y urgentemente, manipular la opinión pública para amortiguar los efectos de la prédica de la Iglesia por la democracia. Para controlar daños, Danilo, afanoso, habilidosamente articuló retratarse con Monseñor Ozoria para intentar descalificar el mensaje de la Iglesia.
Una sola palabra del Arzobispo Ozoria, “dictadura”, bastó para que no sólo la grey católica, sino todos los gobernados por Medina, percibiéramos que la Iglesia Católica vuelve por sus fueros con el “aggiornamento” de la Pastoral de 1960, que desató la lucha del pueblo para sepultar la tiranía . El Arzobispo, Obispos, Rectores y Capellanes denunciaron la amenaza cierta de instaurar una dictadura, violando la Constitución para la re-reelección. El mensaje libertario se amplificó durante el místico Viernes Santo con el Sermón de las 7 Palabras pronunciado, esta vez, por 7 sacerdotes, no por laicos, alcanzando un tono equiparable al estruendo de las trompetas que derribaron las murallas de Jericó, tal como ocurrirá al continuismo gobernante. ¡Lo dicho, dicho está!. Cobremos conciencia de que apoyando los mensajes redentores de la Iglesia restauraremos la democracia.