Cayó el muro
Hace 30 años un conjunto de eventos inesperados destruyeron el muro que dividía a hermanos de una misma nación. El muro de Berlín fue el símbolo más evidente de la Guerra Fría, la lucha ideológica y la carrera armamentista entre Rusia y Estados Unidos, que dejó una grave brecha en toda una generación de alemanes y europeos por igual.
El 9 de noviembre quedará marcado como una fecha inolvidable para la humanidad, por ser el día en que el azar hizo causa común con las aspiraciones de libertad de toda una sociedad, que al escuchar las inesperadas declaraciones de Gunter Schabowski, funcionario del Partido Socialista Unificado de Alemania y portavoz de Berlín oriental, desbordaron los puntos de cruce fronterizo entre ambas partes de la ciudad, para reclamar lo que por muchos años les fue negado: la libertad.
Sin el muro, el contraste entre un lado y otro de la ciudad, habría sido tan evidente que los soviéticos no habrían encontrado la manera de sobrevivir tantos años. La utopía socialista resultaba incomprensible porque a decir de muchos, sus ciudadanos eran parte del “pueblo más triste que jamás hubiesen visto”.
Gabriel García Márquez escribió sobre ello antes de que se instalara el muro, resaltando las multitudes enlatadas en el transporte público, las vitrinas con artículos de mala calidad a precios escandalosos y las largas filas para adquirir artículos de primera necesidad. Lo único que ofrecía la “revolución” era una vida anticuada y decrépita. La historia de la humanidad ha demostrado que no se puede luchar contra la libertad de los pueblos ni contra el deseo de los seres humanos de crecer, en todo el sentido de la palabra.
Cuando las figuras en posiciones de poder interpretan ese deseo de las sociedades, logran ponerse del lado de la justicia y la solidaridad. La cicatriz que dividía a Berlín denegaba de la determinación de los berlineses de abrazar la libertad como valor humano, una realidad que encontró eco en un amplio conjunto de figuras de la época, quienes apuntaron a un nuevo rumbo en un período tan complejo de la historia mundial.
El presidente Ronald Reagan fue a Berlín a reclamar a Gorbachev que “el único compromiso serio con la paz y la prosperidad” tenía que manifestarse en la destrucción del muro. San Juan Pablo II hizo su parte también, haciendo un llamado firme y fuerte a los cristianos, a que no tuvieran miedo y “abrieran las fronteras de los Estados y las sociedades a la libertad”. En aquel entonces, y un poco como sucede ahora, aires de cambio circulaban en muchas partes del globo terráqueo.
Deng Xiaoping en China; Lech Walesa en Polonia; Vaclav Hável en Checoslovaquia; Margaret Thatcher en Inglaterra. Un cambio que se combinaba con el desarrollo de la tecnología y la mejora en los medios de comunicación. Se había sembrado la semilla de la globalización. Los engranajes de la historia pusieron las piezas que faltaban en su lugar. Al llegar Gorbachev a la escena, ningún hombre tan joven había alcanzado desde Stalin el máximo escalón en la jerarquía soviética, y desde Lenin, ningún Secretario General había tenido formación universitaria. Gorbachev había llegado para ser el más cándido líder comunista a la hora de reconocer los fracasos de la ideología marxista-leninista.
Las reformas que resultaron del deseo de Gorbachev de llevar aires de libertad a la esfera comunista generaron cambios más allá de lo esperado. Las limitaciones económicas y la evidente incompetencia del aparato estatal soviético para otorgar calidad de vida a sus ciudadanos, impedían mantener un muro de contención ante los deseos de libertad de la esfera comunista.
El muro cayó el mismo año en que se celebraba el bicentenario de la gran Revolución Francesa y la caída del viejo régimen que apostaba a que los Gobiernos basaran su autoridad en una legitimidad heredada. El régimen soviético creyó que tenía control del devenir de la historia, pero su poderío estaba instalado encima de un montón de arena a punto de desmoronarse. La caída del muro fue el triunfo de la esperanza, la victoria ineludible de la libertad por encima de la arrogancia. Diría Gorbachev alguna vez que “la vida castiga a los que no actúan a tiempo”.
La caída del muro de Berlín nos recuerda que todos los imperios caen, que todas las ideologías son susceptibles a la fuerza del amor y que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.
of-am