Nuestro castigo
El adelanto nos ha perturbado el deseo de contemplar al entorno. La velocidad a la que se desplazan los vehículos de hoy supera a la de los aviones cuando despegan; la fuerza que generan los motores provoca una aceleración que atemoriza a la fauna y sonroja a la flora. La generación Z o las próximas subatómicas que sobrevivirán al apocalipsis nuestro, no disfrutarán del efecto psicológico que provoca en el ánimo la caída de una semilla que penetra en la charca de un río. Nietos del robot se comportarán a semejanza, no observarán sino al objetivo del comando central. La microbiología se convertirá en la reina de las especialidades de las ciencias médicas, la cirugía tradicional desaparecerá, los cirujanos no podrán intervenir los órganos de secreción interna o endocrinos dado el avance de las células madres progenitoras, los transplantes de órganos no se practicarán. Nuestras habilidades oculares sufrirán el deterioro que provoca la velocidad, el teléfono tarado que cuelga de la cintura, o yace en la cartera o en el bolsillo. Habrá que preguntarle al avance y al desarrollo qué fue de la Tierra, no habrá testigos, no existirán pruebas, el silencio de un agujero negro, o de una estrella blanca sin luz, enana y errática, vagará en los confines de la materia como un náufrago sin tierra, como un destello de lo que fuimos, sin huella de los pobres, los que a falta de seguros médicos no disfrutaron de los logros de la medicina, sin jueces que juzguen el abuso callado a que fueron sometidos. No sabremos del néctar de la flor del mango, ni del playazo de hojas verdes del platanal, la quietud reinará hasta que nuestras partículas atómicas decidan en la nata del cosmos si vagaremos eternamente o si nos integraremos a otra zona intergaláctica del universo donde el homos sapiens sea una vez más bienvenido o aherrojado por los tiempos de la eternidad, a causa de su poder hegemónico en tratar de doblegar a las fuerzas más ciegas de la naturaleza. Las aves caerán desde lo alto, arrojadas al vacío por tormentas de lava y ceniza, los sobrevivientes se habrán arrepentido de haber sobrevivido. Castigo mayor no se ha podido narrar con más coherencia narrativa, más sentido del ritmo y del tono y más veracidad que lo narrado por los fabuladores del Apocalipsis. No sabremos si fue un castigo heredado, como se les ocurrió a los filósofos griegos o un castigo provocado por la curiosidad humana ante el fenómeno de lo incognoscible. Lo que parece irrefutable es que la velocidad es la madre y progenitora del castigo nuestro.