Ni églogas ni trompetas para nuestras cárceles (1)

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El autor es abogado. Reside en Santo Domingo

A Roberto Santana Sánchez

Una cárcel, prisión o penitenciaría es una institución autorizada por el gobierno donde  son alojadas personas consideradas por la ley como autores de un determinado delito. Son instalaciones en las que se encierra también prisioneros de guerra. Forman parte del sistema penitenciario, que es el conjunto de prisiones y la organización respectiva que las administra.

En la mayoría de países, la única autoridad que puede ordenar el encarcelamiento de un individuo es el poder judicial.

Pero, otras formas de privación de libertad pueden, según los países, decidirse por diferentes autoridades, como el poder ejecutivo, policía, militares, aduaneros o médicos, entre otros. En nuestros días, hay más o menos 10, 35 millones de personas presas en todo el mundo, la mayoría en los Estados Unidos, con más de 2,2 millones.

Históricamente, las prisiones han cambiado mucho dependiendo de las necesidades económicas y productivas de la sociedad. En sus comienzos, existían los calabozos donde los acusados esperaban que llegara su sentencia, que estaba siempre relacionada con un castigo corporal para hacer valer y sentir el poder del Monarca y de Dios.

Las famosas “oubliettes” mazmorra secreta, donde se encerraban las personas condenadas a prisión perpetua, o en las cuales se quería deshacerse de ellas. Los castigos eran suplicantes y buscaban infligir miedo para implantar el orden social, pero llegó un periodo en el que se compadece a los acusados y se veía con infamia a los verdugos.

Nació una necesidad de deshumanizar a los culpables (que hasta entonces no eran previsible inocentes desde que se les acusaba) y comenzó a cubrirse a los acusados cuando eran acéfalos o se les cortaba una mano, bajo la inferencia de volver más humano el proceso, se silenció e invisibilizó a los reos y la tortura se trocó en algo que debía esconderse.

De ahí que las prisiones se encontrarán a las afueras de las ciudades, donde nadie pudiera verlas.

Por otro lado, según Nieves Sanz, se puede observar que de encerrar a los reos y marginados, se empezaron a edificar casas de trabajo entre el siglo XVI y XVIII por la falta de mano de obra y la necesidad de tornar a los presos productivos, bajo el pretexto de reinsertarse a la sociedad y viendo la paradoja de “incluir excluyendo”, al llegar la revolución industrial y necesitar menos mano de obra, los internos comienzan a considerarse una amenaza para los trabajadores libres desocupados y vuelven a desaparecerlos. El castigo desde finales del siglo XVIII y hasta nuestros días, recae sobre la voluntad y ya no en el cuerpo.

A lo largo de la historia, los que delinquían eran castigados con penas aflictivas e infamantes: latigazos, amputación de una extremidad del cuerpo, golpes, marcas. Era también aplicada la pena de muerte a través de la utilización de maquinarias como la guillotina, la horca, la picota, hogueras, entre muchas.

La ejecución era producida, en general, por descuartizamiento o ahorcamiento, entre otras metodologías. Durante el juicio, la persona era víctima de atroces torturas en las cuales el objetivo era infligir el máximo dolor posible ante un público que se acercaba a presenciar el  evento.

Para comienzos del siglo XIX desaparece la distracción del castigo y se integra a un nuevo orden en el cual el castigo físico público sería suprimido. A partir de ahí se orientaría en la pérdida de un bien o un derecho, y en la actualidad esa pérdida radica en la supresión de la libertad ambulatoria.

La creación de la institución carcelaria en el marco de la fundación del Estado Moderno tiene por objetivo utilizar el encierro institucional como recurso para gobernar el malestar social. Hacia fines del siglo XVIII y entrando el siglo XX, con el nacimiento de la criminología, se comenzó a ver a la cárcel como un espacio para estudiar científicamente al delincuente y a la vez, para transformarlo en una persona disciplinada.

jpm-am
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