Muere una pluma de oro del periodismo

«El periodismo es el mejor oficio del mundo», Gabriel García Márquez.

Cuando el oro todavía reposaba imperturbable debajo de la tierra sin hollar; cuando la virtud periodística gozaba de juventud y corría ágil y vigorosa la tinta sobre el papel bajo el impulso de las ideas frescas que emanaban de aquella fuente maravillosa y humana, la vitalidad de la crónica o el arte de redactar tuvo un nombre: Radhamés Gómez Pepín.

Los escritores y periodistas de opinión conocimos el talento del reportaje leyendo a Homero en La Ilíada y La Odisea y las cuatro crónicas de la Biblia escritas por reporteros y ensayistas y supimos que la crónica no es un resumen de hechos relatados de manera cronológica, sino algo más grande y significativo. Ya alguien en México definió la crónica como la reconstrucción literaria de sucesos o figuras donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas.

Radhamés, desde el escritorio pulcro de caoba fina sobre el cual escribía desde la redacción del vespertino El Nacional, tuvo la fuerza de extraer con gran denuedo de aquel manantial literario que representa Carlos Fuentes, una cita para expresar que la «pureza no existe, como de igual manera tampoco podría existir la pureza periodística.

Empero, podríamos decir, sin equivocarnos, que se puede llegar a acercarse a la pureza periodística pasando primero por la pureza de los ideales y de los principios, como pasa la miel pura de las abejas al panal a través del exquisito elixir de la flor.

El periodista Gómez Pepín, a quien hoy cargamos su ataúd con pesar en nuestros débiles hombros para depositar sus restos mortales en una tumba de alabastro parecida a la que se edificó en el Cairo para enterrar a Tusum Pasha, hijo de Muhammad Alí.

En cambio, la tumba de este periodista que escribía con pluma de oro sus editoriales, nacido en Santiago de los Caballeros, dijo una vez que la crónica permite desglosar la vida de la gente, con sus dichas y desdichas, alegrías y tristezas, fracasos y triunfos.

Cada vez que leemos su columna «Pulsaciones», la cual terminó felizmente en un libro que debe servirnos de astro pedagógico, nos damos cuenta que el reportaje está vinculado con la literatura, porque contiene valores estéticos y con el lado humano de las cosas y los hechos cautiva sutil y vivamente al lector.

La inteligencia que mostró en todo momento de su vida periodística Radhamés Gómez Pepín nos conduce a entender que una crónica bien pensada «debe ser escrita de manera literaria de tal suerte que el lector pueda recrear su lectura a través de las emociones que provoca, por cuanto es testigo directo, inmediato y presencial de los hechos. Esta muerte nos angustia, nos deprime, nos deja una profunda oquedad en medio del pecho.

Los editoriales que escribió este genio del periodismo dominicano y antillano pusieron en práctica lo que se denomina la «rigurosidad informativa y la belleza cadenciosa» sintetizada de manera maravillosa en la palabra en una crónica, en un texto periodístico cualquiera.

Los reportajes que escribió Radhamés Gómez Pepín exhibían de forma detallada el hecho, la acción, el paisaje, la trama y las ideas, describiendo a los personajes y a las ciudades con maestría y una inigualable preciosidad.

Durante muchos años escribí enjundiosos artículos de opinión desde Nueva York en las páginas del periódico El Nacional y en la revista Ahora, tanto en tiempo del prestigioso Molina Morillo como en el de Radhamés Gómez Pepín. Este último era hermano de mi amiga adorada y nunca olvidada Teresita Gómez Pepín, hija de mi fenecida profesora doña Ana Pepín de Gómez, a cuya amiga del alma doy mis más sentidas condolencias desde la tribuna centenaria y respetable del matutino La Información, escuela del diarismo de provincia levantada para forjar a fuerza de praxis a un colectivo de hombres y de mujeres capaces de informar lógicamente al lector.

Este finado ilustre del periodismo responsable dominicano escribió ejemplarmente teniendo en cuenta que con su quehacer estaba formando las futuras generaciones de periodistas, como expresara Joseph Pulitzer: «El poder para moldear el futuro de una República estará en manos del periodismo de las generaciones futuras».

La fría losa que cubre el cuerpo sin vida de Radhamés Gómez Pepín guardará en la eternidad de lo sagrado su grandeza periodística y sus cátedras cardenalicias quedarán sobre la tierra dominicana como historias perdurables que trascienden la propia gloria del prestigioso amigo y compueblano fenecido.

A manera de despedida de esta personalidad del periodismo nacional qué mejor forma sería hacerlo con algunas estrofas del epistolario o más bien decálogo escrito por Jorge Yerce titulado «Señor periodista», similar a aquella carta redactada por el poeta y dramaturgo británico Dylan Thomas al también poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura (1956). Veamos a continuación:

«Es trabajar por la verdad, buscarla y aproximarse a ella por sobre los prejuicios propios y ajenos». Es informar a la comunidad de los hechos que merecen ser convertidos en noticias. Es dar a conocer acontecimientos de interés público después de analizar y valorar muy bien los datos que se poseen.

Es tener prudencia de no precipitarse y averiguar muy bien por la validez de las fuentes de información. Es decir las cosas de forma que sean los hechos los que hablen y no se note lo que piensa quien redacta la noticia.

Es preferible escuchar mucho a hablar mucho: dos oídos —el doble de lo que se habla—, una sola boca, es norma de sentido común. Es no convertir una risa en lo que es causa de dolor ni tristeza lo que es motivo de alegría. Es saber que la calumnia es siempre una acusación falsa hecha maliciosamente y que difamar es atentar contra la honra ajena aunque sea cierto lo que dice.

Es callar cuando con hablar los daños para las personas y la sociedad pueden ser peores. Es averiguar por sí mismo y no repetir las cosas oídas sin verificarlas. Es amar la exactitud y la imparcialidad.

Es hablar y escuchar con claridad, brevedad y corrección. Es no mezclar nunca la información con las propias opiniones. Es respetar el derecho del público a ser informado verazmente. «Es procurar no usar adjetivos al redactar las noticias, porque un adjetivo puede acabar con la objetividad».

Paz a sus restos.

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