Mi amigo Chiche
Dicen que fue por un resabio, pero el cardiólogo me confesó que su corazón ya casi ni latía y que de nada serviría la cirugía para tratar de reponerle una deteriorada válvula. La muerte incrustada sobre su anatomía no pudo desalojar esa proverbial sonrisa hasta cuando convulsionó para no regresar.
Aunque caminaba con dificultad, en poco tiempo me visitó a mi oficina dos o tres veces, porque nuestra conversación era para él como ingresar por el túnel del tiempo hacia ese pasado de nuestra primera juventud, cuando consolidamos una gran amistad a pesar de que militábamos en partidos diferentes.
Más de cuatro décadas después, ignoro si la banda Colorá lo buscaba a él o mí, pero las veces que nos tirotearon o nos persiguieron andábamos juntos, siendo él tan solidario que me aconsejo denunciar por la prensa el acoso a mi persona de ese grupo para policial.
No olvido aquel día de uno de los meses de 1978 cuando la secretaría de Educación pagó los primeros tres meses de atraso a los profesores de escuelas de clubes culturales, lo que significó para mí la estrambótica suma de 345 pesos.
Lo primero que hice con tanto dinero fue cumplir un viejo sueño de visitar la exclusiva barra El Barrilito, ubicada en la Gerónimo de Peña, lugar muy frecuentado por los mayores de mi viejo barrio de San Carlos.
Convencer a mi amigo de acompañarme en esa aventura no fue tarea fácil, porque él era un militante de izquierda muy ortodoxo, tanto así que vestía ropa de kaki y borraba el brillo de sus ásperas botas, por considerarlo vicio pequeño burgués.
Sobre silla de guano y mesas laminadas de formica, pedimos una botella de wisky, y como de la nada nos acompañaron dos hermosas damas, como de las que se ven en películas. Esa noche nos divertimos mucho. Yo cumplí mi sueño de emular a mis mayores, y él vivió una experiencia inolvidable.
Cuando ya la botella había agotado poco menos de la mitad de su contenido, mi amigo me confió un secreto, no sin antes advertirme que no podía repetirlo ante ninguno de los muchachos del barrio: “Orión, ser rico no es malo, na”.
José Luis González (Chiche), murió dos días antes de concluir 2014, a los 61 años, sufrió mucho por una afección cardíaca que le segó la vida. Llegué a tiempo a la funeraria y pude darle el último adiós a un buen amigo, por quien derramé lágrimas de dolor y nostalgia.