Luís Graveley Hereaux, el último Quijote
Algunos lo conocen desde siempre y otros afirman que hizo su primera aparición con los colonizadores españoles; y hay quien hasta llega a asegurar que él capitaneaba la cuarta carabela de Colón. De cualquier manera, nadie conoce con exactitud cuántas auroras habrá despuntado Luís Graveley; lo que sí se sabe es que para la guerra de Abril ya portaba el sable al cinto.
Celso Cedeño, otro ejemplar del Medioevo y compañero de parrandas del Gurú, afirma sin reparos que para entonces, ya eran muchos los “cubos” que ambos habían echado en “los kilómetros”, esa antigua zona de tolerancia localizada al norte del viejo aeropuerto General Andrews, alrededor de la avenida San Martín de ciudad Trujillo.
No se le conoce vicio mayor que el análisis político y el buen razonar. Porque su afán por la lectura selecta, el buen tinto -sea californiano o de la tierra de Neruda- el disfrute de la música de clase y su predilección por las formas artísticas mas variadas, son defectos de fábrica que heredó de su padre, don Luís T Graveley I, prominente personaje de muy grata recordación en Quisqueya, así como en la ciudad de Amsterdam, upstate New York.
En realidad, conocí a este Oshabí de la lógica llamado Luís Graveley recientemente, hará unos cuatro lustros más o menos y ya tenía todas las mañas que se llevará consigo en la barca, cuando surque el Aqueronte, en su viaje a los confines de Hades. Sin embargo, creo que a lo largo de estos años, es mucho lo que hemos intercambiado mutuamente. Yo en particular, tengo que admitir que ha influido en mi vida personal, al extremo de redefinir el concepto de la lealtad, al calor de sus efluvios personales.
Su búsqueda permanente de la verdad, así como su eterno empeño por lograr que las cosas se hagan de forma armoniosa y sin estridencias, han empujado a todos los que nos hemos cobijado bajo su sombra -luminosa y radiante- a ser más comedidos y cautos en las exposiciones públicas y más profundos e inquisidores en los diálogos privados.
Con LT Graveley puedo decir, que he aprendido -aunque lo olvido con frecuencia- a decir no más de lo necesario y siempre asumir lo extremo. “Piensa lo peor y acertarás” dice con absoluta seguridad, cuando se trata de alguien a quien él ya le reconoce tendencia al desparpajo. Intransigente con los principios que dieron origen a su partido, Luis ha sentado cátedra de coherencia política al abordar el accidentado discurrir de la organización a la que ha dedicado mas de cincuenta años de su vida.
De hablar pausado, casi dormido, no puede pasar desapercibido en una conversación “de fondo”. No importa si el tema es cultural, social, político, histórico, artístico o religioso, don Luís siempre tendrá una opinión autorizada sobre el asunto. Y esa opinión, muy propia de un “cocolo rayano” encubierto, tiene el doble mérito de ser sostenida por un autodidacta puro, de sólidas convicciones, medalaganario, para el gusto de algunos, y elitista para la opinión de otros.
Si tuviera la encomienda de señalar las tres características que mejor definen la personalidad de mi amigo del alma y cómplice de sabrá Dios cuántas veladas conspiraciones, irremediablemente tendría que comenzar por su pasión primera: el culto al pensamiento político de Peña Gómez, causa y razón de su militancia; segundo, la lectura profunda, como única fuente del conocimiento racional; y por último, el hábito del trabajo, garantía obligada para prevenir la involución del ser humano.
Al iniciar esta temporada de floración, y en honor a las interminables horas de buen libar y mejor comer que me han brindado Luis y Edith Graveley en la quietud de su rincón personal, quiero testimoniar mi amistad inquebrantable a estos dos gladiadores de la vida, que a la luz de Estefanía y Luisito como muestra de su complicidad, han visto pasar mas de treinta inviernos bajo la misma cobija.
Ya al final de mi cavilación, tengo que confesar una duda que sospecho he de irme sin aclarar y que me asaltó en forma de pregunta: ¿quién ha pesado mas en el temple de Luis Graveley: don Miguel de Cervantes, con su comentario de caminos, “los perros nos ladran Sancho, es señal de que avanzamos” o Violeta Parra, con sus versos eternos, “gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio…”, magistralmente vocalizados por La Negra, Mercedes Sosa?
Ciertamente amigos lectores, si ustedes creen que hablo a “tontas y locas” o que sólo deseo “comparar puntos de vista y opiniones”, sepan que “no hay que echarle perlas a los puercos”, que la verdad llega como “llegaba el hielo a Macondo” y sobre todo, que “ella siempre viene después del pero”.
Saludos primaverales en pascua Maestro, estoico sobreviviente de las mezquindades de tus “amigos” y compañeros de viaje.