Los papeles del economista X
Una noche fue vista caminando con pasos presurosos la silueta de un hombre alto de estatura, embolsado en un traje gris y sumergido en un sombrero cuasi a lo Indiana Jones. Llevaba bajo su sobaco izquierdo un paquete bien protegido de papeles. Mientras caminaba se le veía moviendo su cabeza a uno y otro lado del camino y hacia detrás, como quien transporta misteriosamente documentos de alguna importancia estratégica que debe celosamente proteger.
En la esquina entre Dolores y 28 el hombre repentinamente detiene sus pasos. Antes de cruzar la ancha avenida vuelve y mira a uno y otro lado, como si sospechara que estaba siendo seguido. Luego cruza con discreción la ancha vía, tratando con su actitud de eludir a alguien con sus zigzagueos. Toma la calle 13 y enfila su marcha cuesta arriba hasta que su silueta se pierde en la oscuridad de la noche sórdida.
Al siguiente día aquella silueta humana aparece en su materia completa en los medios de televisión de la Isla de las Herejías, sin aquel sombrero a lo Indiana Jones y con una barba gris que descubría sus experiencias, su saber, así como sus sanas y buenas intenciones. Tenía en sus manos, y no debajo de su axila izquierda, un fajo de papeles bien ordenados. Esta vez no parecía fatigado ni huraño, en cambio, dejaba entrever complacencia consigo mismo y con su misión social y política.
Aquel día hubo una gran conmoción. Una muchacha de Palenque se tiró al vacío en la Isla de las Herejías. Por suerte esta viva y uno siempre tiene que celebrar la vida a pesar de la maledicencia de los políticos herejes y el insensible mundo financiero.
El economista X había delineado con esmero profesional un boceto sobre la realidad social, política, económica e institucional de la Isla de las Herejías y, con ello, esbozaba, a grandes rasgos, las que podrían ser las líneas maestras que debían seguirse para poder producir un proceso de reingeniería de la sociedad a través de un ejercicio gubernativo modélico.
Al parecer el economista X había hecho un estudio bastante reflexivo sobre la problemática de la isla y, sobre todo, lo que debía hacerse para tratar de revertir los estados de iniquidad social y de injusticia distributiva existentes —sociológica y económicamente hablando— en aquella isla.
Lo que se pudo apreciar durante el discurrir de aquella interesante exposición fue el hecho de que mientras el economista X estudió con precisión la teoría de los juegos para arribar a un proceso de decisión y de formulación de estrategias en mi opinión no aplicó el mismo criterio para determinar la personalidad concreta de los individuos que integran el grupo que estaría llamado a implementar esta novedosa visión. El distinguido economista tampoco estudió el grado de obsolescencia doctrinaria de estos señores.
Posiblemente de haberlo hecho no dudaría que todo el grupo necesitaría viajar a la famosa clínica Barraquer, de España, a modernizar no los cristales de sus lentes, sino más bien su propia naturaleza en el tiempo y en las ejecutorias del poder caracterizadas por una desfasada visión ideológica. Si un talentoso siquiatra como el doctor Antonio Saglul estuviera vivo, diría que un momento así sería oportuno para unos tragos de jerez en el restaurante madrileño Costa del Sol o unos vinos de la Rivera del Duero.
Que a nadie se le irrite la piel. La historia de años recientes está en la memoria de la Isla y los grandes errores de esos señores nos trajeron la pesada y dilatada noche de un proyecto político fracasado, un modelo agotado (sin ninguna estrella y un color vulnerado) que ha creado miles de nuevos millonarios con las secuelas de la corrupción y las asimetrías que terriblemente pesan sobre la mayoría de ciudadanos y niñas y niños inocentes de la Isla de las Herejías.
Debió preguntarse, como materia para completar el desarrollo integral de su visión programática, en qué momento de la historia política un individuo o grupo social que tuvo trascendencia en el pasado llega al fin de su vida útil. De este modo la nueva visión le hubiese ofrecido a la sociedad alternativas que fueran realmente modernas y frescas.
No dudaría que si ese grupo volviera a ascender las escalinatas del palacio de Gobierno desterraría al autor de la novedosa propuesta. Posiblemente, de las luces del siglo XXI se pasaría al ambiente rural de la novela La mañosa y veríamos al economista X sin indigencia pero abatido por la fiebre y el frío, abandonado por los dueños de la finca maldita.
Sería algo así como el reverso del siglo XXI al siglo XIX. La guagua de la canción de Juan Luís Guerra sería una pobre caricatura llena de músicos y villanos. Lo verdaderamente grave sería ver un retorno de criaturas antidiluvianas a la Isla de las Herejías. Sería algo parecido a la maldición de Tutankamón o la venganza del alquimista inglés Aleister Crowley.