“Los miserables”, y no son los de Víctor Hugo
Cuando sale el sol su luz se descompone en rayos que calientan o que torturan. Los primeros, llegan a quienes tienen hogares y duermen en cómodas habitaciones. Los segundos, tocan a los indigentes de la calle, que se arropan con cartones y usan cualquier lugar de cama.
Como estos últimos está la existencia en abandono de dos seres, cuyas vidas aunque corren paralelas se juntan en la misma desdicha. Boby, igual que su tocayo “Boby”, camina sin rumbo en el cuadro de su absoluta miseria. Ambos han llegado casi al final de su biografía que se expresa en una sola palabra: “abandono”.
Los Boby son ancianos y la vejez es un terreno abonado de olvido e indiferencia, pero sobre todo de “apatía”. Como si fuera la filosofía de que “cuando algo no sirve para nada se bota”, se tira al zafacón.
Molesta expresarlo, mas la sociedad muchas veces se mueve con la dinámica de la falta de agradecimiento, dándole la espalda a quienes proporcionaron trabajo, esfuerzo y laboriosidad a los demás. La sociedad abre sus vertederos para recibir allí a todos los desechos, pero en ocasiones la basura, con alma y vestida de harapos, deambula por las calles sin que nadie se preocupe por recogerla.
Esa “bazofia social” está en cualquier esquina, con una mano extendida y no precisamente para saludar, sino para implorar una ayuda. ¿Por qué todos nos olvidamos de esos “seres queridos” cuando ya no son “queridos”? ¿Es qué a nadie les importa? ¿Dónde están los organismos del Estado que deben velar por “los miserables”, que son más cada día y que se han convertido en cierta forma en una dolorosa vergüenza de la modernidad?
En toda la ciudad se aprecian cuadros reales, aunque parecen pintados. A veces al lado de un carro lujoso observamos un mendigo implorando una limosna. También en la puerta de un caro edificio notamos a un impedido físico exigiendo un socorro económico. Parecen dos mundos diferentes en uno. En el que con frecuencia lo inhumano llega hasta la piel de los que no son humanos. ¿Cómo explicar que en pleno mediodía un pobre caballo arrastre una carreta llena de plátanos y que reciba como pago fuertes golpes para que marche más rápido?
Recordemos la escena vivida en tierra italiana por el connotado filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quien no pudo soportar que un cochero diera duros fuetazos a un caballo. Al ver el abuso saltó a la locura, abrazó al cuadrúpedo en un gesto indescriptible de solidaridad de un hombre hacia un indefenso animal. Esa dolorosa imagen jamás ha sido olvidada por la humanidad.
El filósofo desde aquel día no pudo recuperar su cordura mental. De igual manera, el patriota dominicano Juan Isidro Pérez, forzado al exilio por Pedro Santana, no pudo superar presenciar el estado de abandono que le tocó padecer a todos los trinitarios que fueron enviados al destierro, motivo por el cual también enloqueció.
Las historias anteriores evidencian que la sensibilidad de los ciudadanos es difícil que pueda contemplar indiferente la situación de centenares de seres abusados o abandonados. ¿Dónde están los organismos oficiales que tienen esta responsabilidad? ¿Qué le cuesta al gobierno prestarle atención a todos aquellos que sin rumbo y sin hogar han hecho de la vía pública su morada? ¿Cuándo se van a construir los asilos para ancianos, perturbados mentales e indigentes? ¿Qué hacemos con los animales sin dueños, seguirán dando lástima calle arriba y calle abajo?
Volviendo al plano inicial de este artículo, y arrastrando la mirada con curiosidad descubrimos que los Boby, aunque sin palabras, todas las noches coinciden en un mismo lugar. En su guarida han establecido un increíble sistema de comunicación. Cuando “Boby” ve llegar a Boby se pone contento, pues se aproxima su compañía de infortunio. ¡Hola don Boby!, parece decirle con su tierna mirada a quien se acerca a los ochenta años de edad. Boby pese a que dedicó más de cincuenta y cinco a trabajar en el gobierno cogió muy apecho su despido sin recibir una pensión.
Tanto le dolió al viejo José Peralta Rodríguez (alias Boby, por la vida de “perro viralata” que lleva) que enloqueció. El otro “Boby” es el abandonado de la rica familia Pérez, a quien sirviera de guardián con su desafiante guapeza y con gruñidos característicos de su raza.
“Boby” saluda noche tras noche a su “pana”, El viejo Boby, otro miserable. Entre ellos han establecido una afectiva relación de compañeros, porque diariamente comparten el pan, el lugar donde duermen y la soledad. Los Boby son fieles uno al otro, no se traicionan. Ellos se quieren, se quieren mucho. Es una relación tan sincera que parece confirmar la expresión: “el perro es el mejor amigo del hombre”.