Los afrancesados (III)
Al cerrar esta breve serie sobre los afrancesados, y sus repercusiones en la historia dominicana, es oportuno decir que aunque sus esfuerzos fueron fallidos dejaron una cola de males que todavía se mueve en la mente de muchos.
Hay que decir que en la cadena de fracasos que tuvieron hubo una excepción: Aquellos afrancesados que se viraron a favor de España, logrando la Anexión. Sin embargo, en ese caso la sal les salió más cara que el chivo, como dice el viejo refrán.
Ese germen del entreguismo de los afrancesados ha llegado hasta nuestra época. Esa deformación espiritual se observa entre avivatos, bobalicones, apapipios, pero también en personajillos emperifollados que se mueven en diferentes niveles de la sociedad dominicana, a imitación del célebre péndulo de León Foucault.
La mala semilla germinada de los afrancesados está en cada acción en que se compromete el futuro de la soberanía nacional. Es un lastre que el país arrastra desde hace un montón de años.
Sólo la enorme resiliencia del pueblo dominicano ha impedido el naufragio anhelado por aquellos interesados en que desaparezca el conjunto de cosas que simboliza la hazaña ocurrida el 27 de febrero de 1844.
El artículo 210
Tal y como indiqué en la primera entrega de esta corta serie el injerto diabólico del artículo 210, colocado en el título XI de las disposiciones transitorias de la Constitución del 6 de noviembre de 1844, fue esencialmente el fruto de las maquinaciones de los afrancesados y del cónsul Saint Denys.
El texto original de la referida disposición sustantiva se mantuvo hasta la reforma constitucional del 25 de febrero del 1854, es decir que estuvo 9 años vigente.
El trinitario José María Serra le atribuyó al susodicho artículo 210 ser la base de graves males que minaron la salud de la joven República Dominicana.
Para Serra, que anotaba con perseverancia los detalles que no aparecían en los partes oficiales de entonces, (lo que luego el filósofo español Miguel de Unamuno llamó “la intrahistoria) Santana se convirtió en dictador: “arriando el pabellón nacional para entregar la patria a España.”1
Hay que precisar que por largo tiempo muchos actos de los gobiernos dominicanos fueron inspirados utilizando como escudo el referido artículo.
Una revisión al bloque de leyes, decretos, resoluciones y reglamentos emitidos durante un largo tramo de la historia nacional permite comprobar que el contenido del artículo 210, etiquetado en la Ley de Leyes de 1844, como se indica arriba, como transitorio, traspasaba su ensamblaje literario. En realidad se proyectó con sus fauces felinas por mucho tiempo.
Su aplicación no era solamente con fines de un duro y pesado ejercicio de política doméstica, para aplastar a los enemigos, coyunturales o no. Tenía el objetivo mayor de facilitar el aniquilamiento de la soberanía nacional, otorgándole una cobertura de impunidad al presidente que firmara la entrega de R.D. a Francia, tal y como se notaba claramente en las comunicaciones de Saint Denys y otros intrigantes.
No se trataba simplemente de lo que describió con un marcado interés particular, en el 1884, el general Damián Báez, en un manuscrito titulado Apuntes y Comentarios Históricos, al decir que:
“El artículo 210, fruto de Bobadilla, que Santana impuso por la fuerza a la Constitución de 1844, fue la vara de hierro con que se armó para continuar en la matanza y proscripciones que ya había perpetrado…”2
Esa especie de abejorro comenzó a volar hará en pocos meses 177 años, y aunque fue formalmente abatido en el 1854 lo cierto es que en la práctica una parte del mismo ha seguido moviéndose en el palenque de la vida pública nacional.
Esa larga presencia, con sus matices y disimulos, se comprueba en la gran mayoría de las revisiones que se le han hecho a la Carta Magna del 6 de noviembre de 1844.
Un ejemplo clásico de lo anterior es el artículo 55 de la reforma constitucional del 28 de noviembre de 1966, cuyos 27 numerales le otorgaban al presidente de la República múltiples poderes, haciéndolo una suerte de rey del Antiguo Egipto.
Tomás Bobadilla
Tomás Bobadilla es un personaje con luces y sombras en el escenario de la historia dominicana. En no pocas ocasiones se movía con gran soltura entre socavones tenebrosos. Esa manera de actuar no ha impedido que muchas de sus acciones hayan trascendido a la posteridad.
El consumado burócrata, y dueño de inmensos bosques de caoba en la vertiente sur de la cordillera central, en la parte que colinda con el valle de Peravia, llevó una vida austera. Dicen que era un conquistador de mujeres y amante de la lidia de gallos.
Siendo una de las cabezas mejor amuebladas de su época, Bobadilla siempre creyó que la preeminencia de las decisiones más trascendentales del país tenía obligatoriamente que recaer en él.
Sus escritos, discursos y hechos conocidos dan la impresión, con la lejanía del tiempo de por medio, que él se consideraba con derecho de poner sus pies en el escabel de las nacientes instituciones del aparato burocrático dominicano.
De él se ha escrito que: “…se elevó a la altura de estadista…probablemente la primera figura político-intelectual de su época…en la medida en que aspiró a ejercer un protagonismo de primer orden, sufrió fracasos que lo llevaron a resignarse a desempeñar funciones subordinadas.”3
En cada generación surgen admiradores suyos que buscan aligerar la pesada capa de hechos negativos que cubre su imagen de hombre importante en gran parte de las tres décadas posteriores a la independencia nacional. Algunos obliteran elementos cardinales de su vida pública.
En la actualidad el más prolífico de sus biógrafos (superando a Ramón Lugo Lovatón) es Manuel Otilio Pérez Pérez. Ese distinguido tamayense ha escrito tres tomos sólo con expresiones favorables a Bobadilla.
El ing. Pérez Pérez publicó La impronta indeleble, El legado imperecedero y La praxis coherente de Tomás Bobadilla. Son obras que presentan lo que su autor considera de buena fe el accionar positivo de esa personalidad criolla del siglo XIX.4
Válido es también decir que antes de la independencia nacional Bobadilla tuvo sus actuaciones como funcionario al servicio de las autoridades coloniales, en tiempos de la llamada España Boba, y también con los ocupantes haitianos. Proclamó que Boyer era el “ángel de la paz.” La verdad es que fue un opresor del pueblo dominicano.
Bobadilla, además de afrancesado, apoyó la Anexión a España, acusando a los patriotas restauradores de bárbaros, ladrones y asesinos. Ocupó en esa breve y siniestra etapa el elevado cargo de Magistrado de la Real Audiencia.
Se hizo de la vista gorda ante los desmanes de Pedro Santana Familias, Felipe Ribero Lemoine, Carlos de Vargas Cerveto, José de la Gándara y Manuel Buceta del Villar, quienes como jefes en el terreno anexionista, entre 1861 y 1865, llenaron de cadáveres la geografía dominicana. Luego fue funcionario de gobiernos surgidos de las filas restauradoras.
Paradójicamente Bobadilla, ya con más de 80 años de edad, murió resaltando el patriotismo del pueblo dominicano y rechazando vigorosamente el malsano proyecto urdido por Buenaventura Báez para anexar el país a los EE.UU.
Desde la ciudad de Aguadilla, Puerto Rico, el 4 de febrero del 1871, diez meses antes de morir, con su octogenario pensamiento parcialmente transformado, Bobadilla le dirigió una comunicación al senador estadounidense por Massachusetts Charles Sumner, aliado de República Dominicana, en la cual le exponía su negativa a esa aventura anexionista, indicándole, entre muchas otras cosas, que el pueblo dominicano estaba “acostumbrado a vivir libre, sin deber su libertad más que a su propio esfuerzo, no resiste extraña dominación…”5
Murió en Haití el 21 de diciembre de 1871, adonde había ido a parar cuando gobernaba allí el general Nissage Saget. Sus restos mortales desaparecieron en el torbellino creado en esa época entre los poderes legislativo y ejecutivo de ese país vecino.
Con el cadáver de Bobadilla se aplicó, lamentablemente, el célebre verso de su contemporáneo Gustavo Adolfo Bécquer: “¡Dios mío, que solo se quedan los muertos!”
Es oportuno señalar que Duarte y una parte de sus seguidores, entre ellos Juan Isidro Pérez y José Joaquín Puello, quienes abogaban por una independencia sin matices y sin compromisos con poderosos países europeos, les dieron el 9 de junio de 1844 lo que se denomina un golpe de bolsón a los conservadores que buscaban el protectorado de Francia. Con tropas que partieron del cuartel militar entonces conocido como La Fuerza, hoy Fortaleza Ozama, lograron descabezar a la Junta Gubernativa.
En esa ocasión se produjo una estampida entre los conservadores: Bobadilla y Caminero se ocultaron. Báez, Francisco Xavier Abreu, Manuel Joaquín Delmonte, etc. se asilaron en el consulado francés. Otros fueron detenidos.
Ese memorable día Sánchez, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez tomaron el control del incipiente aparato gubernamental.
El historiador haitiano Jean Price-Mars, coincidiendo con varios de sus colegas dominicanos, señala que el referido día Bobadilla y Briones pronunció un discurso para recordar que había un compromiso con Francia para ceder la península de Samaná y convertir al país en un protectorado de dicha potencia de Europa Occidental.
Era una provocación más del culto y ladino Bobadilla y Briones. En su obra La República de Haití y la República Dominicana Price-Mars relata que al escuchar esas palabras: “Duarte se alzó y se opuso con la mayor energía a la realización de semejante proyecto.”6
Los franceses imponen a sus socios
La acción intrépida del 9 de junio de 1844, arriba referida, motorizada por los verdaderos trinitarios, duró poco. En breve tiempo el poderío de los franceses logró recuperar el control del gobierno, imponiendo a su socio Santana.
El aludido contragolpe fue una prueba más de la penetración de los galos en los asuntos internos del país cuando apenas hacía 3 meses que se había proclamado la independencia nacional.
Es preciso señalar, además, para robustecer lo anterior, que en los días posteriores a la proclamación de la independencia dominicana había una flota de barcos franceses (las fragatas Nereyde y Náyade y el bergantín Enryle) surcando las aguas de la República Dominicana, en claro apoyo a los planes preconcebidos desde el 1843 por los afrancesados y los señores Levasseur y Saint-Denys.
En su obra titulada Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe, que abarca desde 1789 hasta 1854, el investigador cubano José Luciano Franco se refiere a la presencia del entonces jefe de la armada francesa en esta parte del mundo, el almirante Alphonse de Moges, quien “desde la Bahía de Ocoa, donde fondeaba la escuadra francesa” gestionó el primero de abril de 1844 una entrevista con el presidente haitiano Riviere Hérard, quien estaba en territorio dominicano a título de invasor.
“El marino francés, de acuerdo con el plan Levasseur que el cónsul Saint Denis dirigía, trató de influir al primer mandatario haitiano a que se plegara a sus exigencias en favor de los separatistas, a lo que se negó.”7
Cónsul Saint Denys
Es harto conocido el protagonismo que en contra de la soberanía dominicana jugó Eustache Juchereau de Saint-Denys. Lo que no se ha difundido mucho es que dicho personaje fue primero cónsul de Francia en Cabo Haitiano, desde donde fue trasladado a Santo Domingo por órdenes del poderoso Andrés Nicolás de Levasseur, con el apoyo del mencionado almirante Alphonse de Moges.
Esos tres intrusos franceses jugaron papeles importantes en los propósitos de cercenar la soberanía dominicana.
Estos individuos consideraron que Saint-Denys sería clave, y así fue, en sus planes de sacar ventajas políticas y económicas en medio de las convulsiones que vivía la isla a finales de 1843 y principios de 1844. Actuaron esa vez a contrapelo de las opiniones del señor A. Barrot, enviado del rey de Francia, quien arribó a Haití en noviembre de 1843.
La intromisión de Saint-Denys en los asuntos dominicanos fue tan poderosa que la proclama de la capitulación, mediante la cual Haití terminaba su ocupación del territorio dominicano, (con 10 artículos y firmada el 28 de febrero de 1844) comienza así:
“Por la mediación del Señor Cónsul de Francia y en presencia de los miembros de la Comisión designada por la Junta Gubernativa y de los nombrados por el general Desgrotte…ha sido convenida la capitulación siguiente…” Dicho texto histórico contiene esta reveladora apostilla final: “Visto y sellado por el Cónsul de Francia. Firmado: E. de Juchereau de Saint-Denis.”8
Horas antes de esa firma, cuando lo que prevalecía aquí era un mar de incertidumbre, el general haitiano Henri Etienne Desgrottes, en su condición de comandante de la plaza y de la ciudad de Santo Domingo, le dirigió una carta a Saint Denys en la que le informaba que recurría a él para, textualmente, “poner a los haitianos y a sus familias bajo la protección de la generosa bandera francesa.”9
En muchas de sus comunicaciones Saint-Denys se expresaba sin ambages con relación al control que a su pensar iba a tener Francia sobre la República Dominicana.
Así se comprueba, por enésima vez, en la carta que el 15 de marzo de 1844 le envió al almirante de Moges, el más alto jefe militar francés desplegado en el Caribe: “No temería comprometerme, señor almirante, afirmando aún que, si lo exigiremos con cierta insistencia, los colores franceses substituirían muy pronto, en Santo Domingo y otras partes también, los colores dominicanos.”10
Almirante de Moges
Los afrancesados, en su afán de entregar la soberanía nacional, también tocaron las puertas del ya mencionado almirante Alphonse de Moges, cuyo papel en los primeros años de la independencia del país ha sido poco analizado.
Dicho personaje, en su calidad de jefe de los barcos y soldados franceses desplegados en el Caribe, ejercía un gran poder desde uno de sus puestos de mando, en La Savane, una amplia planicie con vista al litoral marino de Fort-de-France, ciudad que desde hace más de cien años es la capital de la isla de Martinica, la cual es en el presente un Departamento de ultramar de Francia.
Oportuno es decir que una fragata enviada por el almirante de Moges estuvo en las cercanías de la Bahía de Ocoa el 15 de abril de 1844, cuando se produjo allí un combate naval con intrusos haitianos que fueron derrotados por los dominicanos que los fulminaron desde las goletas María Chica, Separación Dominicana y Leonor, comandadas respectivamente por Juan Bautista Maggiolo, Juan Bautista Cambiaso y José Alejandro Acosta.
En resumen, pertinente es decir que poderosos personajes dominicanos y extranjeros participaron activamente, durante varios años, en los fracasados planes de convertir a la República Dominicana en un protectorado o en una colonia de Francia.
Múltiples hechos impidieron que cuajaran los propósitos de los afrancesados y sus valedores.
Los hechos de nuestro pasado permiten señalar que de haberse consumado aquel despropósito el mismo iba a terminar mal, pues el pueblo dominicano existe y existirá para respirar el aire que emana del manto de soberanía que cubre su territorio.
Bibliografía:
1-La Constitución de San Cristóbal (1844-1854).Reeditada en el 2017.Editora Serigraf.P81. Emilio Rodríguez Demorizi.
2-Papeles de Buenaventura Báez. Editora Montalvo,1969.ADH.Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.
3- Personajes dominicanos, tomo I. Editora Alfa y Omega, 2013.Pp164 y 165.Roberto Cassá.
4-Sobre Bobadilla: La impronta indeleble. Editora Búho, 2011.El legado imperecedero. Búho, 2017 y La praxis coherente. Búho,2021. Manuel Otilio Pérez Pérez.
5- Revista Clío No.84, mayo-agosto 1949. Pp89-93. Carta de Bobadilla a Charles Sumner. 4-febrero-1871.
6-La República de Haití y La República Dominicana. Tomo II. Editora Taller, 2000.P520. Jean Price-Mars.
7-Revoluciones y conflictos internacionales en El Caribe (1789-1854).Editorial La Habana: Academia de Ciencias,1965. José Luciano Franco.
8-Bosquejo histórico del descubrimiento y conquista de la isla de Santo Domingo. Editado por SDB, 1976. Casimiro N. De Moya Pimentel.
9-Carta del general Desgrottes al cónsul Saint-Denys. 28 de febrero de 1844.
10-Carta del cónsul Saint-Denys al almirante de Moges.15-marzo-1844.
JPM
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