Lo que se da no se quita

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EL AUTOR es médico y comunicador. Reside en Santo Domingo.

Desde pequeño escuché a los mayores decir esa expresión convertida en un: cuando usted da algo no lo reclama después y mucho menos lo saca en cara.

Esto en relación al retiro realizado por el consulado dominicano en la ciudad de New York, al escritor dominicano Junot Díaz, de la distinción de la Orden al Mérito Ciudadano,  que le había sido otorgada a raíz de ganar el codiciado premio Pulitzer, como literato.

El argumento para la toma de esta decisión está basado en la participación del laureado escritor, en suelo estadounidense, en actividades que reclaman al estado dominicano por el hecho, según los manifestantes, de desconocer la nacionalidad a hijos de inmigrantes nacidos en territorio nacional, al ejercer el mandato de la ley 168-13 del Tribunal Constitucional.

Esto no es la primera vez que ocurre. Aunque en contextos completamente distintos le aconteció a la cantante Martha Heredia, quien se vio envuelta en problemas judiciales por transgredir la ley 50-88. La misma había sido homenajeada años antes, con un premio a la Juventud, después de ganar una competencia internacional en donde hizo gala de su talento vocal. Inmediatamente se dio a conocer la difícil situación por la que transitaba, se anunció que le retiraban la distinción otorgada.

Debemos tomar en cuenta que las distinciones de que son objeto ciudadanos, tanto nacionales como de origen extranjero son motivadas por razones básicas.

-Por meritos acumulados por toda una trayectoria de vida.

-Por contribuir por medio a la donación de recursos o un trabajo denodado y altruista al desarrollo de un renglón social especifico.

-Por realizar en un momento determinado lo que podría catalogarse como una proeza.

Para mencionar solo algunos, que de manera inequívoca son beneficiosos al país, y por aquello de que honrar honra y demuestra en el caso de ser un dominicano, que somos capaces de obtener triunfos, como cualquier otra persona de otras latitudes. Ello significa que al igual que el homenajeado tenemos como nación nuestro gran momento de gloria. Porque no todos los días un dominicano se distingue a nivel universal con la consecución de alzarse entre cientos, miles, o por qué no decirlo: millones de aspirantes a lograr un reconocimiento de fama ya sea regional o mundial.

De modo pues, que para la toma de este tipo de decisión debemos con detenimiento ver las dos caras de la moneda: El disfrute común del momento de gloria, y la debacle por la presencia de una tragedia humana, que incluye el no estar de acuerdo en un momento dado con la toma de una decisión de alguien a quien ya rendimos pleitesía por algo trascendente en un tiempo muy especifico, y que coligiéramos esta decisión personal pudiera afectarnos tiempo después como persona o nación. Ya que de otro modo tendríamos que no actuar a la carrera, dejando que pase el tiempo y él decida a quien sí, y a quien no entregar un reconocimiento.  O esperar a que muera la persona y así ya no nos dará un dolor de cabeza. De hacerlo de esta última manera sería como decirle a un fanático que no disfrute el triunfo de su equipo favorito de béisbol la misma noche en que ganó la serie de campeonato y días sucesivos.

Ya que, de continuar haciéndolo como hasta ahora, sería prudente y hasta si se quiere, decente, que aunado al retiro del galardón devolverles y a la vez pedirles devolver: los apretones de manos, los abrazos perfumados, los vítores, las fotos autografiadas, libros autografiados, la solicitud de intermediación para lograr favores de terceros, el intercambio de números telefónicos, las lujosas cenas en sitios exclusivos y extendidas conversaciones de sobre mesa, la presentación de importantes amigos de ambas partes, recoger los aplausos, y sobre todo devolverles el habernos dado por un espacio de tiempo del tan anhelado como necesitado sentimiento de orgullo, que siempre viene acompañado de esperanzas y una inconmensurable alegría.

 

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