Lo que la corrupción arrastró

Nos enteramos de que había corrupción en la Oficina de Ingenieros, Supervisores de Obras del Estado. Sí, Oisoe,  cuando un arquitecto dejó la vida en un baño de esa dependencia estatal junto con una nota en la que explicaba parte del entramado asqueante.

Reaccionamos indignados ante la admisión de la constructora brasilera Odebrecth de que pagó sobornos a funcionarios para conseguir contratos.

Abrimos la boca asombrados cuando un hombre mató a dos comunicadores en San Pedro de Macorís por un impasse con unos terrenos que compró al Conejo Estatal del Azúcar y luego murió, según las autoridades por suicidio, cercado por la Policía.

Después de  esos casos salieron a flote más y más evidenciad de una podredumbre que convirtió a esas entidades en un cajón hueco, lleno de apariencias.

Denuncias de corrupción, de extorsión, de daños a particulares y a un erario lacerado de forma cada vez más lancinante.

¿Cuántas muertes faltan, cuántas familias deben quedar desamparadas para que el entramado corrupto que saca el cuerpo por parte, muestre entera toda su anatomía y pueda ser destruido?.

¿O es que tal vez ese animal tiene la facultad de autoregenerarse  en la misma  medida en la que son cortados sus tentáculos?

¿La corrupción será por siempre el monstruo que deja sin educación, sin salud y sin esperanzas a  esa parte de la población cada vez más marginada y desprotegida de los poblados rurales y  de los barrios que rodean a los suntuosos sectores urbanos?

No quiero que su lengua succione mi optimismo.

JPM

 

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