La pajiza aldea de Tomás Hernández Franco
“Yo fui tamborileño en París, en New York, en Centroamérica y en Santiago”. (Tomás H. Franco)
Uno de los rasgos que más distingue a los habitantes del municipio de Tamboril es el acendrado amor que estos sienten por su pueblo. Quizás no exista otra zona en el país cuyos moradores muestren mayor cariño o defiendan con tanto ardor el lar paterno que los vio nacer y crecer.
La más genuina y representativa muestra del tamborileño auténtico podemos encontrarla en Tomás Hernández Franco (1904 – 1952), talentoso y original poeta, quien no desperdiciaba oportunidad alguna para expresar el gran aprecio que sentía por su “Pajiza Aldea”, poética y afectiva denominación acuñada y empleada por él para referirse a su pueblo.
Al decir de los más antiguos pobladores de Tamboril, en la primera mitad del pasado siglo, la mayor parte de los hogares de este municipio estaban parcial o totalmente techados de cana. Cuentan estas mismas personas que una tarde cualquiera a Hernández Franco se le ocurrió montarse en un avión y sobrevolar por encima del reducido caserío de lo que entonces no pasaba de ser más que una simple aldea, y al observar las casas desde las alturas pudo percibir que las mismas, más bien semejaban grandes montones de pajas. A partir de esa experiencia Tamboril empezaría a conocerse con el artístico nombre de “Pajiza Aldea”
Hernández Franco amó entrañablemente a Tamboril. Así lo testimonian quienes lo conocieron de cerca, y así se pone de manifiesto en muchas de sus obras. En sus poesías, cuentos, conferencias, cartas y artículos periodísticos nunca faltó espacio para insertar la lírica alusión acerca de su venerada “Patria Chica”. Como bien lo expresó alguna vez su hoy fenecido hijo Rafael Luciano:
“Papá fue un embajador literario y un cantor permanente de su Pajiza Aldea”.
Los ejemplos sobran.
En el cuento El asalto de los generales; cuya acción parece desarrollarse en algún punto del municipio que nos ocupa, el poeta nos ofrece, al inicio, una imagen viva del ambiente geográfico que le sirve de telón de fondo con esta lírica descripción:
«Aldea suspendida en final del crepúsculo. El samán había acabado de cerrar los millares de sus hojas, una por una, meticulosamente, como quien cuenta billetes de banco»…»
En la conferencia El sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización, dictada por Hernández Franco en el teatro “Apolo” de Tamboril, en octubre de 1931, el afamado bardo tamborileño dice a modo de introducción:
“Tamboril fue el trampolín desde el cual lancéme hacia la vida, por las rutas sin huellas del mar y por los vírgenes caminos de la fantasía y del ensueño, y siempre, en las horas del recuerdo, en la nostálgica evocación del viajero, la patria lejana me cabía en el corazón”
Y ya al final de sus palabras introductorias envuelve su voz en el más lírico y fraternal de los acentos para aclarar pletórico de emoción:
“Por imperiosas urgencias de la vida, frente a otros públicos he escrito y frente a otros públicos he hablado y aquí he vuelto siempre, porque naturalmente aquí se polariza mi existencia, pero nunca me he sentido un simbad de quien pretende contar maravillas y a la vida aldeana me reintegro sin esfuerzo porque aldeano he sido siempre en mi orgullo y en mi sinceridad…”
En la medianoche de un día cualquiera Tamboril dormía. Todo estaba en silencio. El poeta abandonó su lecho para salir a contemplar el rostro plateado de la luna, a escuchar el sinfónico concierto de los grillos madrugadores y sostener un diálogo confidencial con la brisa parlanchina que se desprendía de la copa de los samanes. En tan íntimo y emotivo momento, el poeta aprovechó para tejer en su mente los descriptivos, sentimentales y rítmicos versos de un soneto cuyo primer cuarteto y primer terceto dicen así:
MEDIA NOCHE
Es muy puro el encanto de esta noche de luna,
la ALDEA se ha dormido bajo un cielo de plata,
y un arroyo murmura, como un canto de cuna,
monorrítmicamente su perenne sonata.
Todo es paz en la ALDEA. El viejo campanario,
sobre su cruz sostiene un búho funerario,
como un perverso emblema de horror y brujería.
Así le cantó Tomás Hernández Franco a su siempre venerada y nunca olvidada Pajiza Aldea (Tamboril)
jpm-am