La mortalidad materna por aborto
Hay llagas y heridas que cierran, otras no cierran jamás, expresa la Madre de Esperancita al cumplirse el tercer aniversario de la muerte de su hija. La madre aun reclama justicia por la muerte de su pequeña embarazada.
Esperancita con apenas 16 años y un embarazo incipiente murió por complicaciones de la leucemia. El tratamiento para el cáncer en sangre se retrasó. La Comisión de bioética del hospital optó por privilegiar la vida del embrión por encima de la vida de la joven de 16 años.
Todos los seres humanos tienen el derecho a recibir tratamiento, incluso los que están en etapa terminal, y sin importar las consecuencias para un embrión. La vida de la mujer está por encima de cualquier ser humano en potencia. A Esperancita le negaron el tratamiento por estar embarazada.
Esperancita, es solo la punta del iceberg. Las mujeres que mueren debido a que los médicos y médicas tienen las manos atadas por un Poder Legislativo que privilegia la vida de un embrión por encima de la vida de una mujer en concreto son muchas más.
Hasta la fecha han muerto diez mujeres a causa de aborto. Diez mujeres que han interrumpido los embarazos por encima del orden legal, diez mujeres desesperadas que han preferido poner en riesgo su vida a continuar con un embarazo. Diez mujeres que no querían morir, diez mujeres que querían vivir, diez mujeres que han muerto.
Diez mujeres con madre, con familia, incluso con hijos e hijas, hoy huérfanos. Diez mujeres muertas por intentar controlar su cuerpo.
Han muerto diez mujeres por las complicaciones que generan los abortos inseguros: hemorragias e infecciones, por su clandestinidad. Estas mujeres, adolescentes y adultas han muertos por las condiciones inseguras en que se practican los abortos clandestinos.
Reducir la mortalidad materna es una de las Metas Presidenciales. El aborto y sus complicaciones engordan las cifras de muertes maternas. Se nos hace cuesta arriba reducir la mortalidad materna por aborto mientras el mismo se practique en condiciones de inseguridad.
“No hay un día de mi vida que yo no sufra”. “Es un dolor del que jamás me voy a librar, jamás se me va a curar” , repite la madre de Esperancita. No ha vuelto a llamarme mamá, no ha vuelto a iluminar su vida.
Su único retoño no ha vuelto, no volverá jamás. No volverá a ir a la escuela, cuando ya estaba en cuarto de bachillerato. Su sueño de llegar a ser arquitecta tendrá que posponerse para la próxima vida, en está no ha sido posible.
jpm