La historia de Juana (y 3)
Por lo que he escrito hasta ahora, los lectores entenderían que fui hijo único; pero no es así. Tuve un hermano mayor del que mi padre no era progenitor. Alfredito (Maquiquí), era un ingenioso negrito jetón que desde mozalbete fue canillita. Beisbolista amateur, que luego se convirtió en un excelente maestro de carpintería.
Se desposó e independizó; pero siempre visitaba el hogar materno. Juana volcó en mí todo sus mimos y desvelos. En su abnegación como madre con respecto a Fernandito, según me cuentan, cuando siendo menor de edad fui apresado y encarcelado en La Victoria, en su impotencia, Juana clamaba: “que agarren a Alfredito y suelten a Fernandito”.
Ese era el extremo en cuanto al celo y cuidado de una madre. Juana, mujer de convicciones y fuerte carácter, sí que flaqueó de veras tras el primero de mis encarcelamientos que aunque fueron varios, por ser joven y adverso al régimen balaguerista fue esa vez en que, abusivamente, fui a parar a esos enrajados.
Se dice que Juana se dedicó a mí, y que nunca más tuvo relaciones con ningún hombre. Pero sobre esta mujer, muy respetada por sus vecinos, hay otras historias que contar. Vivió en varios puntos de Villa Francisca, y recuerdo cuando vendía té y café en la esquina formada por las calles Erciná Chevalier (hoy Juana Saltitopa), y la calle Caracas.
Compartiendo con un amigo camionero en Nueva York, la recordó sin saber que estaba al lado de su hijo, dijo que una mujer “india oscura, de negrísima” y tupida cabellera que vendía café en el citado punto, a su juicio, había librado de caer preso a muchos jóvenes anti-trujillistas, y del 14 de Junio.
“Tú no sabes quien fue tu mamá” me espetó, mientras departíamos en una bodega de la calle 139 en Manhattan. Narró que Juana, bien temprano en la mañana, interactuaba con esa inquieta juventud de entonces, y solía dejar mensajes trascendentales entre conmilitones.
Dijo que cuando no veía a algunos para prevenir sobre algún asunto importante, dejaba un recado en la zapatería de Dulce el zapatero, el padre de la hoy Primera Dama, Cándida Montilla. Maquiquí trabajó alguna vez como aprendiz, en ese taller.
No hay espacio, y se podría decir más de Juana. Entiendo que, aunque este escrito es un tanto personalista, otros, como moralejas, deberían contar narraciones similares para sentar las bases de una mejor sociedad.
Doy por cierto que ha habido otras Juana y otros hechos similares. Entonces me pregunto ¿Sólo unos pocos estamos conscientes de ello? ¿No tuvieron los que manejan la cosa pública y otros que delinquen madres que, como Juana, de algún modo, fueron referentes de paradigmas?
Si realmente tuvieron ese soporte moral, entonces el núcleo familiar no nos ha fallado; esto, si partimos de que fuimos formados con certeros ejemplos de coherencias. Penosamente habríamos de concluir en que, la desigualdad, la inequidad y otros desaciertos de las políticas públicas, son los generadores de nuestros males. Y los que nos mal gobiernan y dirigen, tal vez piensen que: “el infierno son los otros”.
JPM
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