La degradación en su máximo punto
El cuerpo del profesor y precandidato a alcalde de Juan de Herrera, San Juan, José Francisco Adames Encarnación, fue hallado atado y metido en una funda en el arroyo El Donao, entre San Juan de la Maguana y el paraje Mogollón.
Por el crimen está detenida su esposa María Altagracia Villegas García y las autoridades buscan a su hermano Geraldo Paniagua.
De acuerdo con las evidencias mostradas por la Policía, todo indica que son los culpables de matar al hombre de 20 puñaladas y deshacerse del cadáver.
En otro caso, un reporte policial indica que dos rasos de ese cuerpo abandonaron su servicio en un destacamento del capitalino sector San Carlos para ir junto a un civil al sector Brisas del Este, en Santo Domingo Este, a matar por encargo a un narco.
Esos hechos, uno que habría sido cometido por la pareja y el cuñado de la víctima y el otro pos agentes llamados a preservar vidas, desnudan como tantos otros la descomposición que permea al sistema.
Cuando sin importar la razón, gente atenta contra la vida ajena, nos recuerda que vamos en decadencia, que no estamos cerca de alcanzar el estado de conciencia que nos frene, que nos permita entender los límites.
Dónde empieza el problema es difícil determinarlo. Los padres y las escuelas rebotan la tarea de educar en valores, de formar seres humanos en toda la extensión de la palabra y se contraculpan de los fatídicos resultados.
No valen justificaciones ni lamentos ante tanta degradación que nos destruye porque la vemos como común, porque nos adaptamos a esas ignominias que lancinan a la familia y a la sociedad y nos roban la capacidad de análisis y de diálogo.
Tampoco sirve cerrar las puertas y enjaularnos para no enterarnos, porque desde afuera esas afrentas nos miran por las rendijas o el cristal.