La cruda realidad del contagio con el VIH llevado al teatro

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Encarnar una multiplicidad de personajes con perfiles sicológicos disímiles, a veces contrapuestos, historias de vidas distintas, pero unidas por el contexto y ámbitos sociales, es tarea difícil para cualquier actor por más experimentado que éste sea.

Sin embargo cuando se es dueño de una carrera, fraguada con base al talento, versatilidad, capacidad histriónica y manejo perfecto de las técnicas y herramientas teatrales, resulta mucho menos engorroso satisfacer todas las expectativas.

Lo puso en evidencia el laureado dramaturgo, director y actor Wadys Jáquez en la bien depurada producción “Crónica de Cero”, presentada, en Casa de Teatro hasta el domingo último pasado, culminando la conmemoración del 44 aniversario de la fundación de ese santuario del arte y la cultura.

Escribir, dirigir y actuar una misma obra, muchos roles, es hacerlo demasiado, supone un reto enorme, Wadys lo enfrentó y venció. Fue una fiera en el escenario. Siempre apostó a darlo todo y lo hizo.

En menos de una hora de intensa actuación con él desfilaron en el escenario al menos seis personajes, piezas claves de la comedia, entrelazadas por historias de tristeza, exclusión, dolor, vejaciones, marginación social, olvido y soledad.

Es el drama de los pacientes portadores de VIH, reflejado en una comedia, en unas sociedades presas de los prejuicios y de convencionalismos, visto desde una perspectiva sicológica, social y hasta económica.

Muy bien contada la historia, prevalece el estigma social hacia quienes conviven con el virus 35 anos después de haber sido descubierto, sustentada en las distintas teorías sobre los orígenes de la infección y los distintos modos de transmisión.

Sin ostentosos recursos escenográficos, solo un perchero en metal, colgado de unas cuerdas, colgado un chalequito blanco de plumas, Wadys irrumpió, ataviado de negro con una vetusta maleta color ocre a cuesta, en ella carga los mil personajes y sus mil historias, esas que dan vida a la obra.

El derroche comienza con Tito, un cantante urbano boricua, al que la fama y el brillo, a veces efímero, de los escenarios llevaron al consumo de drogas, arrastra al vicio a su inseparable amigo Poncho, sonsacado por una mujer que les ofreció un paraíso encantado de amor y con ella se infecta de VIH.

Excita y mueve las fibras más sensibles cuando aparece en escena “Lola la Rompe Olas”, un travesti obligado por el cierre del Camaleón, el bar cabaret de un México de los años 80. La aterra la realidad del despido de una actividad que fue su fuente económica, la irremediable soledad, se niega a quedar en el olvido.

Con facilidad hace la transición a Vinicio, un gay cubano, víctima de la persecución y el rechazo de su familia y de una sociedad cubana desdeñadora de la homosexualidad y la prostitución, ambas proscritas, consideradas un pecado capital,  hasta por quienes bajo las sombras buscaban disfrutaban de ese placer.

Su espíritu valeroso, indomable, irreverente y la relación de protección mutua, sincero amor, complicidad con Sobeida, una prostituta sin tapujos y vivaracha, le dieron las fuerzas para vivir plenamente su orientación sexual, añora sus escapadas furtivas con calenturientos marineros de los puertos y a amantes que no lo fueron.

Penetra hasta los tuétanos la historia de Juancito, un joven de prodigiosa inteligencia, infectado del virus, por una fugaz relación con una vendedora de pasión que simuló haber enloquecido por él, eso le precipita el regreso a casa, obvio, no con el ansiado diploma de Master, sino el nunca codiciado “SEROPOSITIVO”.

Música estridente, pero contagiante, excelente diseño de luces y escenografía, sustentada en aditamentos de los personajes representados hicieron que Wadys, como pez resbaladizo, se metiera en las entrañas de cada uno de los hombres y mujeres a los que dio vida, convirtió al público en testigo vívido y lo llevó casi al delirio.

Estuvo en la piel del luchador infectado del Virus, sentenciado a muerte hacía diez años y seguía vivo, con igual acierto fue cuerpo, alma, espíritu y corazón de Marina, la lesbiana residente en el corazón de Manhattan, con el bien ganado mote LA POSITIVA, no por el VIH sino por su actitud indomable.

Nada sumisa, al contrario irreverente, contestataria, agresiva, en ocasiones, un modo de sobrevivencia en una sociedad aparentemente abierta, democrática, incluyente pero, que a la vez, segrega y margina.

Era ella el prototipo de minorías. Era negra, mujer, latina, lesbiana y seropositiva. Enfrento a todos, se impuso y vivió con mayor felicidad que muchos de los que la persiguieron por su condición.

Quien juzgue con sentido de justicia, de objetividad, de sinceridad y profundo criterio analítico concluirá que en “Crónica de Cero” Wadys Jáquez, no solo demostró su incuestionable capacidad actoral sino que, dejó clara su madurez como actor, director, guionista y fina interpretación de la realidad social.

Al final, el selecto público, compuesto mayoritariamente por actores, dramaturgos y productores, tributó un aplauso tan intenso e inmenso como la calidad de su actuación.

Fue gratificante, profundamente accionadora.

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