La Casa de Bernarda Alba, un universo de palabras y silencios

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El escenario queda, tras la última escena de La Casa de Bernarda Alba, como un universo de palabras y silencios. La atmosfera, desde el público es mezcla de satisfacción, respeto y orgullo.

Si existe una dimensión en que los países son iguales, con las mismas capacidades expresivas, independientemente de sus índices de desarrollo o de sus prometedores o dramáticos índice del PIB, es en el talento de sus artistas.

En teatro, tras ver la función de un montaje que debía marcar el escenario latinoamericano y aun con el resonar los aplausos aun resonando y la alegría del público dibujada en cada rostro,  por ser servido  con un criterio ubicado  más allá de lo que esperaba, se llega a la conclusión que  la presentación de esta Casa de Bernarda Alba es  una interpretación  audaz, moderna y actual del clásico escrito hace 83 años por un desafiante e intelectualmente afirmado Federico García Lora, 16 semanas antes de ser asesinado por el fascismo franquista, acusado de revolucionario republicado y homosexual,  uno de los crímenes de odio de mayor oprobio.

Tres preguntas

Esta producción, La casa de Bernarda Alba con  todo y su opresiva y oscura atmosfera, sus actuaciones  consistentes  y cuidadas, la garra creativa de su joven directora, Indiana Brito,  con su  simbología asfixiante, claustrofóbica y oprobiosa escenografía carcelaria y su contemporáneo e imaginativo vestuario de choque, sugiere tres interrogantes:

– ¿Por qué no existe una Ley Nacional de Teatro que auspicie esta expresión artística, que respalde un quehacer estéticamente tan alto y tan caro?

– ¿Por qué no hay un premio nacional de teatro anual que reconozca todas las áreas de su producción en la diversidad de sus áreas?

-Y, finalmente, ¿por qué este trabajo excepcional junto a otros montajes, no cuentan con mayor tiempo en cartelera?

Brillar de valores

Un equipo de artistas de la actuación y junto a los técnicos, han mostrado cuan universal puede ser su talento.  Se trata de un elenco de ensueño y una dirección deslumbrante de Brito, ante cuyo trabajo hay que clamar por el respeto al teatro acometido con integridad y alto sentido estético.

El montaje convoca altos factores de calidad a la escena dominicana y tras verla en Sala Ravelo, no queda duda alguna de que se trata desde ya de uno de los trabajos escénicos más relevantes de los últimos tiempos  y con condiciones suficientes para representar el país en cualquier escenario del mundo.

De las actuaciones, debe resaltar a la maestra María Castillo, que expele desde su centro, una fuerza expresiva que contagia y convence.

Los actores (Vicente Santos, Miguel Lendor, Mario Núñez, Pavel Marcano y Camilo Landestoy), están entregados a sus encomiendas, convencen y conmueven. Poncia es recreada por Wilson Ureña, es el gran papel alternativo del montaje. Es intenso, expresivo y seduce la imaginación con sus parlamentos.

Los dos logros más rotundos, en aras de la concepción que logra Indiana Brito, son la escenografía de Fidel López y el expresivo e impactante vestuario, signado por la contemporánea modernidad.

La directora

Esta pieza supone una consagración para la joven directora que ya nos había impresionado con “Violín entre las sombras”, (2005), luego con Weekend en Bahía”, (2015) con Hony Estrella y Raeldo López y finalmente nos encandilo la piel con Agosto (2018), para enfrentarse con el reto de reinterpretación de un clásico a un nivel tan novedoso como revolucionario.

Un gestor teatral

Patricio León, desde su proyecto ¡Exprésate dominicano!, es el hombre que genera el proyecto, que procura a quienes deben integrarlo, que aplica a la práctica, la estrategia que se ha trazado de impulsar el mejor teatro posible, divulgando tesoros clásicos de la dramaturgia impulsando el conocimiento del teatro.

Este proyecto dibuja claramente la coherencia de Patricio León como educador en teatro.

La gran casa

Federico García Lorca, el iconoclasta, irreverente y desafiante poeta y dramaturgo nacido en Granada, escribió esta obra en tres actos en 1936, en los fragores de la Guerra Civil española (del 17 de julio de 1936 – 1 de abril de 1939) y dos meses antes de su asesinato.

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