¿ Infantilismo político o desamparo ?
Los pueblos adscritos a España, producto del descubrimiento, conquista, colonización de América, salvo las excepciones que toda regla presenta, padecemos del síndrome del colonialismo tardío. No respetamos las normas de la convivencia pacífica, salvo que nos amedrenten o nos impongan el yugo de la obediencia. No nos comportamos, queremos vivir la vida de nuestros vecinos en vez de la nuestra. No caminamos por las aceras, las usurpamos, no nos recreamos en los parques, los invadimos, tomamos de domicilio, no disfrutamos de los bosques, los incineramos, no nos recreamos en las playas, las tomamos de basureros, no admiramos al que se destaca, le envidiamos, en caso extremo, le atracamos. Obedecemos a dioses sin profecías, a oportunistas de la fe del gobierno, al credo de la dictadura. Nuestro infantilismo político es de origen paternal, no podemos vivir sin el azote, la reprimenda, el castigo. Nuestro desamparo es importado de la esclavitud, se encuentra en nuestros genes, en el toque de tambor que nos aligera la carga del trabajo forzado, el ruido del carnaval que nos ahoga las penas, el baño de alcohol, la superstición que nos dirige el destino, nos identifica con nuestra culpa heredada, nos inflige el más autoflagelado de los castigos, el de la pérdida de la libertad individual, la estampida, el éxodo, la emigración, el desarraigo. Nuestros pueblos son víctimas de la esclavitud mental, de la orfandad de la letra, del analfabetismo exitoso de saber escribir el nombre. Si en vez de invertir en burocratismo, proyectos improductivos, en el discurso vanal de las falsas promesas, invirtiéramos en salud y educación, la historia sería distinta, exhibiríamos más sonrisas que desaires, más afabilidad que desagravios, a todos nos iría mejor, las diferencias no serían tan abismales, la injusticia no maltrataría a los infelices, la furia contenida del desamparado no se manifestaría, lograríamos el equilibrio armónico que precisa toda convivencia. ¿A quién no le gustaría vivir en una sociedad que aunque no fuera una utopía romántica fuera digna de que se le respetase? Si poseemos las herramientas por qué quejarnos si la solución está en nuestras manos. Siempre que no dejemos a nuestros graduados en el páramo del desempleo, la inmovilidad, el desencanto, la educación y la salud serían inversiones a largo plazo de las que obtendríamos suculentos frutos. Un pueblo saludable y educado mentalmente en las ciencias, la tecnología, las artes, es menos vulnerable a la manipulación, la violencia, el infantilismo político, el desamparo. ¡Tan sencillo que parece y tan impracticable en el ejemplo que hemos heredado de España de la esclavitud y del colonialismo tardío que cargamos a cuestas! diosdado0811@hotmail.com