Imputados Odebrecht, ¿culpables o inocentes?

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

El caso Odebrecht ha dado lugar a una serie de detenciones de personas alejadamente involucradas en acciones de soborno. El mismo ha ocasionado en buena parte de la población una especie de diversión  o fiesta de índole obsesiva.

En cualquiera otra sociedad, por la misma situación, estuviera en un estado de meditación de carácter espiritual buscando la purificación de las almas ciudadanas angustiadas por este caso o tal vez, otros ciudadanos  estarían en la búsqueda consciente de sanciones a aquellos que resultaren culpables o inocentes.

No creo que sea una postura ni sensata ni adecuada, desde el punto de vista humano, que  una parte del pueblo, por diversión, más que por cualquier otro hecho, haya abierto una especie de gran carpa novelesca en medio del país y la llene de  psicópatas para contemplar desde una silla o en otro lugar, a seres humanos, conciudadanos suyos, que son llevados a un tribunal para tratar sobre un asunto  que todavía no está claro de si cometieron o no los hechos de sobornos que se les imputa.

Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en un juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias a su defensa.

Solo en los pueblos con una conducta sádica  se  experimenta excitación y a quienes les produce placer el sufrimiento ajeno. ¿Va una parte del  pueblo dominicano camino a esa clase de sociedades? Con frecuencia se oye personas que llaman a los medios de comunicación televisivos que reproducen escenas de crímenes horribles en  el país.

En otros casos, se están viendo personas de casi todos los estratos sociales que detienen sus vehículos para participar junto a personas alejadas de sentimientos cristianos, aglomerarse pidiéndole casi a gritos a alguna persona perturbada que se lance al vacío desde la  altura de un edificio  o de un puente.

Casi le obligan a la víctima a que se suicide para obtener placer derivado del dolor de otro ser y cuando la persona decide renunciar al suicido se forma una frustración muy grande entre los espectadores que esperaban ver al  pobre individuo caer desgranado sobre un pavimento sangriento.  La desilusión es tan enorme entre el público que le vocean al infeliz: “! Cobarde!  ¿Por qué no te tirate? Por tu culpa, maldito loco, voy a llegar tarde a mi trabajo”. Pero antes de terminar de pronunciar esa frase degradada, ya las imágenes del perturbado andan a raudales  por las redes sociales.

Un país evidentemente adicto a sentir placer por los fracasos ajenos, es un pueblo neurótico y de bajos sentimientos. Es  común oír a personas llamar a los medios de comunicación pidiendo con insistencia  que muestren cadáveres en  las morgues y a seres humanos heridos aún vivos con sus cuerpos sangrantes en  las emergencias de los hospitales. Cuando uno ve u oye a gente del pueblo exhibiendo esa clase de conducta  se podría decir que esa sociedad se vuelve esquizofrénica.

No cabe duda, que en la Republica Dominicana se ha desarrollado un fetichismo  por la sangre nunca observado anteriormente. Frente a este insano comportamiento, se advierte en el país la existencia de  un estado de excitación por los hechos de sangre.

Ahora se ha abierto penosamente una nueva página de placer sádico entre algunos dominicanos, cual es sentarse frente a la pantalla de un aparato de televisión  en grupo con la morbosidad de un orate,  cada vez que uno de los imputados en el caso Odebrecht  he llevado al palacio de justicia de  Ciudad Nueva en calidad de detenido.

Parecería mentira que las telenovelas que más audiencia concitan en el país son la de violencia, como El cartel de los sapos, la Reyna del sur, Las muñecas de la mafia, El señor de los cielos y Sin senos si hay paraíso, entre otras.

Lo nocivo que resultan estas clases de novelas para la sociedad es su contenido violento y, además,  que los  padres permitan que sus hijos menores vean el cumulo enorme de agresividad desplegada en cada una de las escenas de estas telenovelas. En  la medida que los niños observan el grado alto de ferocidad, es posible que estos quieran recrear en sus barrios esas  imágenes de violencias que aparecen diariamente en la pantalla de su televisor.

Una parte importante del pueblo dominicano parecería que va camino a perder su sensibilidad como seres humanos  para  convertirse en una sociedad formada por personas indiferentes a los padecimientos de sus conciudadanos. No es posible aceptar como normal comportamientos tan extraños y tan propios de sociedades enfermizas.

En cualquier sociedad diferente, más equilibrada emocionalmente, no se ve a la gente disfrutando, por ejemplo, cuando otro ser humano es privado de su libertad y conducido a una celda o frente a un crimen atroz, ni mucho menos que muestre entusiasmos por ver otro ser humano desangrándose por heridas o sentir desilusión porque otro individuo no se lanzó al vacío desde un puente.  Tal goce es desagradable, inadmisible desde el punto de vista de una mente que se suponga espiritualmente sana.

Un pueblo al que se le oye decir, frotándose las manos, algo así como: “no me conformo con diez funcionarios presos. Necesito dieciséis;  mis  ansias por el espectáculo no me hace conformarme ni siquiera con veintiséis ministros, diputados, senadores y directores generales presos”. Una sociedad con estos trastornos tiene problemas de desequilibrio emocional. Porque no se concibe entre personas sensatas que se presente una actitud de esa naturaleza, salvo que la frustración social por una larga historia de corrupción sin sanción, desate incontrolables impulsos, gritos y proclamas de justicia.

Creo que los psiquiatras y terapistas del psicoanálisis deben aconsejar sobre estos desequilibrios, para que la población enferma mod ifique comportamientos,  como son, sentir fascinación con la violencia o con la restricción de libertad de  las  personas con quienes tiene relación cercana.

Naturalmente, una sociedad que carece de una sana diversión tiene que encontrar escape a su estrés por las presiones psicosomáticas que influyen negativamente en sus frustraciones. Pero de allí a sentir placer por el sufrimiento ajeno, sea quien sea la persona o el hecho, debemos pedir perdón a Dios por nuestro pensamiento negativo.

Debo decir, que en las reuniones sociales no es frecuente que la gente entone discursos sobre lo feliz que es con lo poco que tiene. A todo el mundo le falta algo: el amor de su vida,  un familiar fallecido, una casa más grande, un trabajo mejor… sufrimos de insatisfacción permanente y nos cuesta detenernos a pensar en todo lo que tenemos, en la riqueza de nuestras relaciones afectivas, en las herramientas que hemos adquirido con el paso de los años, en el techo que nos cobija de la intemperie a las noches, en la ducha de agua caliente que nos anima por la mañana, en la comida que tenemos en la nevera, en la sonrisa que nos saluda en las mañanas.

Pero hay otra cara en el centro mismo del gran espejo societario. Por ejemplo, a veces pasan cosas de contrabando en perjuicio del propio ciudadano, y de repente llega un golpe de sorpresa y nos damos cuenta de la intriga desnuda.

En este artículo predomina la interrogante siguiente: ¿Son culpables o inocentes los imputados del caso Odebrecht? El juez especial apoderado tendrá la palabra y la sabiduría para determinar con los medios de pruebas quienes son culpables y quienes serían inocentes.

Finalmente, no quiero cerrar este trabajo leyendo La aventura de un fotógrafo en La Plata. El caso es de mucho oro y cada ciudadano debe saberlo.

JPM

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