Habichuelas con dulce, en tiempos de Vitalina
No bien hubo clareado el día, desde el entorno del patio y los predios de la vasta cocina se imponía un ir y venir de gente que, aunque ungidos del más solemne silencio, se mostraban afanosos por acometer la significativa tarea que tenían entre manos.
Afincada en una posición estratégica, en el centro de la cocina, Vitalina daba órdenes a diestra y siniestra, a veces con palabras cortas, otras con ademanes y severas miradas, de esas que le caracterizaban y que no dejaban lugar a dudas ni repeticiones.
Diseminadas en diferentes espacios, las mujeres y doncellas de la familia asumían diferentes tareas, en aras de la meta común que se habían echado encima, aquella mañana, y que iba, desde el riguroso fregado de las espaciosas pailas, acomodo del crepitante fogón, selección de las especias, el pelado de las batatas, en cuadritos de adecuado tamaño y, claro está, la meticulosa limpieza de las habichuelas, protagonistas indiscutibles de la sabrosa y apetecible jornada que tenían, todos, entre manos.
Hace unos instantes que llegó Polibio de la cerca, sudoroso, excitado y aferrado con sumo cuidado al voluminoso bidón de leche todavía humeante por el reciente ordeño, que fuese obsequiada con extrema cortesía por uno de los patriarcas de la familia, que quiso anotarse temprano en el futuro deguste de la delicia que se avecinaba.
Otros de los mozalbetes de la cuadra, entre los que no alcanzo a distinguir si Radhamés o Jesús María -o ambos a la vez-, llegaron también, igual de sudorosos, con sendas cargas de leña, emparejadas entre charamicos de pomo y guayabo así como otros tantos troncos de leños, de esos que crepitan y mantienen el fogón en su máximo punto de ardor.
Cual General en medio del fragor de la batalla, La Vieja imparte órdenes a diestra y siniestra, vigilante, por un lado, de la correcta distribución de los elementos del manjar y, por el otro, ocupada en no dejarse dominar por el tiempo, habida cuenta de que la jornada que se avecina y la cantidad previsible de comensales, no es paja de coco.
Las leches de vaca y de coco, cada cual a su tiempo, se hicieron colegas en el fondo de la paila, y junto a los aromáticos efluvios de las especias y el jengibre, entre la humareda del fogón empezó a ascender hacia los cielos algo muy semejante a la gloria.
Las habichuelas, previamente sometidas a una rigurosa cocción en caldero aparte, hicieron su entrada triunfal en los dominios de la renegrida paila y, con acompasados movimientos circulares del rústico cucharón que, en manos de la matrona adquiría una significativa utilidad, en pocos instantes el apetecido postre rey de los dominicanos comenzó a destellar el inigualable color y olor que le caracteriza.
Uno a uno, y en su momento, les fueron adicionados generosos cucharones de azúcar parda, junto a una pizca de sal, -para entonar el gusto- y, más adelante, a los dominios del robusto caldero llegaron en bullicioso tropel los trozos de batata, las galletitas de cruces y algunas lascas de casabe que, siguiendo el gusto y la costumbre, también forman parte de la tradición regional.
A estas horas de la faena, más de uno se relame de gusto en su rincón, atisbando entre lo que ya es una numerosa concurrencia, el nivel de cocción en que se encuentra el rico postre y haciendo gorgoritos por tener en las manos, a la mayor brevedad, el anhelado premio.
Sin embargo, La Vieja no come cuentos ni desesperos. En asuntos de cocina –y de habichuelas-, ella y solo ella es quien puede dar la última palabra del momento en que debe ser servida. Así ha sido y así será. No faltaba más!
Hacia el fondo del patio y haciendo bembitas han ido a recalar algunos aspirantes a una ‘probadita’, cuyas desaforadas aspiraciones fueron rechazadas ipso facto, mediando apenas la desaprobación de Vitalina, con la ayuda, siempre a tiempo, de una mirada enérgica, de esas que no admiten réplicas.
Y mientras esperan entre esporádicos y desabridos cuentos y adivinanzas a que se refresquen las habichuelas y que en el fragor del fogón la leña amaine un poco su chisporroteo, en el seno de esta familia comienza a desarrollarse lo que bien podríamos denominar como el gran concierto fraternal de la comunidad fronteriza, que no es otra cosa que el desfile intermitente de muchachas y muchachos de diferente edad, bandejas en mano y aprovisionados de un sinfín de envases de diferente naturaleza y tamaño, para ser depositados, con suma cortesía y cuidado, en manos de todos y cada uno de los habitantes del caserío, y más allá.
Vienen y van, trayendo, algunos, iguales presentes que los que les tocó entregar y que a su vez, serán recibidos con suma delicadeza y unción por La Vieja.
Y todos juntos, chiquillos, jóvenes y mayores, se entregarán entonces al supremo deleite de unas ricas habichuelas con dulce, elaboradas en fogón de leña con la destreza y el cariño desplegados por mi abuela y Madre de todos, un ser humano inigualable, cuya vida estuvo cimentada en inculcar la alegría, el amor y el respeto entre los suyos y relacionados.
Que flote su recuerdo imperecedero entre nosotros, en este día.
JPM/of-am