Francisco Ortega Polanco y sus entrevistas con notables intelectuales
Al leer “Testigos de excepción, Interviú con importantes escritores”, el cual resulta ser un manojo de importantes entrevistas que para los periódicos El Caribe y Hoy realizara durante varios años, el periodista y hoy juez de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) Francisco Ortega Polanco, uno como que se siente nadar en medio de un amplio océano de conocimientos de tipo cultural y político.
El libro en cuestión, de 159 páginas, es más que todo un retrato hablado de lo que para República Dominicana y parte de Latinoamérica, significa de viva voz la palabra cultura, pero sobre todo, nos adentra a un universo pletórico de enseñanzas.
Estas enseñanzas salen de cada uno de los insignes personajes que Ortega, durante sus fructíferos pasos por el periodismo hiciera, cual trotamundo quijotesco en busca de una verdad que hoy nos llena de satisfacción al sentirnos parte cómplice de unas entrevistas tan señeras para el análisis–estudio de nuestro comportamiento didáctico.
Por ejemplo, el libro tiene de entrada un plato verdaderamente fuerte en cuanto cultura se refiere, con Don Pedro Mir o “La entrevista con la palabra”, como el autor prefirió llamarla, en donde de manera maliciosa, si se quiere, Ortega usa como carnada a este insigne hombre de la patria, el cual a todo lo largo de su conversación nos da una fiel panorámica existencial de la palabra poesía, refiriéndose a ella como la vida misma del hombre y su espíritu.
Luego, y con pantalones largos, continúa con el premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, a quien Francisco aborda tanto desde el ámbito político como cultural, y en donde el escritor peruano, además de otros temas, toca aquel concerniente a su tan celebrada novela La Fiesta del Chivo, basada en los finales de la dictadura de Trujillo y la cual según algunas de las críticas no fue la gran cosa como las que este notable autor tiene acostumbrados a sus miles de seguidores por todo el planeta.
Sin embargo, desde la página 29 hasta la 36, el lector se choca de frente con la simpática imagen del ex presidente Juan Bosch, “Maestro de la Literatura y la Política”, el cual entre otras cosas, toca temas tan diversos en esa entrevista, como el comportamiento de la sociedad dominicana, su negación a la firma en ese momento del acuerdo entre los Partidos de la Liberación Dominicana (PLD) y el Reformista Social Cristiano (PRSC) Página 33, así como algunos tópicos de sus más encumbrados trabajos literarios.
La saga de las entrevistas nos lleva a la hospitalaria sencillez de Virgilio Díaz Grullón, uno de los grandes maestros del cuento dominicano, el cual, en cada trozos de la entrevista deja en el lector, un silencio analístico y reflexivo, a la vez que por momentos nos obliga continuar bebiendo en términos escritural, de esos sabios conocimientos a través de una obra, aunque no tan extensa, por lo menos intensa, sobre todo para aquellos que como quien escribe, pretende un día convertirse en escritor.
Ahora bien, cuando llegué hasta donde la de Don Manuel Rueda, tan solo ver su imagen, de inmediato me trasladé a ese día caluroso, cuando desde el departamento de transportación de los periódicos Hoy y El Nacional, en donde trabajaba como desabollador, le conocí.
Les cuento, que esa tarde, el autor del libro sobre el cual reflexionamos, me llamó para que subiera a la redacción del periódico, a buscar algo de dinero que yo necesitaba prestado.
Era viernes, y necesitaba ese préstamo para poder viajar hasta Salcedo ese fin de semana. Recuerdo que esa tarde vi a Don Manuel Rueda sentado frente a una descolorida computadora, el cual de manera muy delicada me observó y me giró un saludo que nunca se me ha podido olvidar, pues, les cuento que además era un asiduo lector de su muy leída revista, Isla Abierta.
Cuando llegué a la Entrevista en un solo acto, de Franklin Domínguez, me llenó de satisfacción, al verme de frente con el autor de una de las obras de teatro que más he disfrutado: “Proceso a un hombre loco”, la misma, recuerdo que fue presentada en la desaparecida “Casa de Arte”, hoy Hotel La Casona, cuyos actores principales, eran, Rafael Perdomo (El Chino) y mi otro amigo Bernardo Castillo, y cuyo lugar recuerdo que fue habilitado para allí hablar de cultura, por el doctor Jaime David Fernández Mirabal.
En este libro conocí un poco más de cerca a Doña Hilma Contreras, con su Dos Silencios, de sus viajes por el mundo y su apego a la literatura, del humanismo y la devoción por las letras y el país, de Pedro Henríquez Ureña, de la pasión por el periodismo y la literatura del maestro Freddy Gatón Arce y de una Aida Cartagena Portalatín, y su Escalera para Electra, excelsa poeta de todos los tiempos.
También vi de cerca aunque a través del papel, a Julia Álvarez, en donde pude percibir de sus amplios conocimientos y apego a la tierra que la vio nacer, la cual plasma en la mayoría de sus obras.
Sin embargo, cuando al recorrer cada página cuyos protagonistas son estos testigos excepcionales, ahí, entre la 95 y la 105, me encontré con la icónica imagen de un Manuel del Cabral, el cual a través de su búsqueda junto a Chinchina, nos acerca de manera magistral al enamoramiento de un tipo de poesía que va más allá de la poesía simple, sino, de aquella poesía que nos hace seres que al leer esta parte del libro, nos convierte en testigos silentes de un hombre, el cual de solo verlo, uno sabe que está frente a la poesía hecha carne.
Con Manuel Núñez, intelectual de fuste, y con una clara visión del sentido nacionalista, nos vemos reflejado en un ser humano que a través de la literatura irradia el amor a su terruño, para luego llegar a un Roberto Cassa, el cual se denuncia en el texto sobre el cual reflexionamos, como un hombre comprometido con los ideales de la juventud de la patria.
Como un aluvión de nostalgia, llegamos casi sin darnos cuenta, al autor de los Ritos de Cabaret y otras importantes obras, Don Marcio Veloz Maggiolo, en quien tenemos uno de los más puro referentes literarios, no solo de República Dominicana, sino de todo el continente, pues, como maestro al fin, y esto lo destaca Ortega, nos hace sentir orgulloso de haber nacido cobijado por el mismo suelo quisqueyano.
Ya con José Alcántara Almanzar, a quien conocemos a través de Debora en el recuerdo, cuento que forma parte de la Máscara de la Seducción, y al cual, todos aquellos que amamos la ficción debemos leer, pues es un maestro al estilo Marcallé con sus novelas, para luego llegar hasta donde José Enríquez García, un crítico al que respetamos, pero que a veces no compartimos los ideales cuando de un análisis de una obra se trata.
Con Pedro Vergé autor de una de las mejores novelas que he leído, no me sentí a gusto en su exposición, pues su arrogancia y pedantería, hacen del autor de “Solo Cenizas Hallarás”, un rudo exponente y además en su testimonio, se cree saberlo todo, por lo que a decir verdad, fue una lástima leer este episodio del libro.
Víctor Villegas nos hace ver el otro lado de la poesía, para eternizarla a través de la ciencia, y así darle paso a una Soledad Álvarez, cuyos trabajos enumerados a través de la entrevista recogida en este libro, invitan al lector a que la busque para devorar sus obras, para posteriormente, irnos a un final del libro, con un intelectual, cuyos trabajos lo combina con su profesión de abogado y que al igual que todos los aquí presentes, en este gran libro, forman parte de un selecto grupo que a través de los años, han sido protagonistas-testigos del desarrollo de nuestra cultura a través de sus trabajos para beneficio de la sabiduría nacional.
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