Fidel por siempre

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EL AUTOR.

 

 

POR LUIS ERNESTO SIMO MACEO                                           

                                                 

 La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.-  José Martí

 

Pocos pueblos del mundo comparten una relación de hermandad como los pueblos dominicano y cubano. Una relación de solidaridad que nace, desde los inicios de la sangrienta colonización del Imperio  español que extermino nuestros antecesores indígenas. Conocida es también, la historia de nuestro indio Hatuey, que escapo de Quisqueya para avisarles a sus hermanos indígenas de Cuba, la insaciable sed de oro de los colonizadores y los atropellos a que sometían a los cacicazgos conquistados.

Durante la primera guerra de independencia de Cuba, el General en Jefe Máximo Gómez, Luis Marcano y decenas de combatientes dominicanos ofrendarían su vida para abrirle a Cuba el sendero a su ansiada libertad. “La escuela militar dominicana”, resultado de nuestras victorias   contra Inglaterra, Francia, España y Haití, ensenaría a nuestros hermanos cubanos el poder letal de la carga de machete. Gómez, firmaría con Martí, sellando para la historia la amistad dominico cubana,  el Manifiesto de Montecristi, el más  importante documento político de la “guerra necesaria” de 1895.

Antonio Maceo y Grajales, el Titán de Bronce, cuya madre Mariana Grajales tenía sangre dominicana, fue objeto del cariño, la atención y la solidaridad de nuestro pueblo. Gregorio Luperon, el héroe restaurador, lo protegió de la persecución de las autoridades coloniales españolas. El polémico dictador Ulises Hereaux, más conocido por los dominicanos, como Lilis, le diría al Cónsul español de la época que España era su esposa pero Cuba era su…querida. Lilis aportaría también, los recursos para el viaje a la isla de Cuba de los expedicionarios que salieron con Martí y Gómez a encender la nueva rebelión de la manigua cubana.

Si se desease aportar aun más pruebas de esa hermandad, bastaría con decir, que el testamento político de Jose Martí es la carta escrita al dominicano  Federico Henríquez y Carvajal. “Yo obedezco,- nos dice Martí- y aun diré que acato como superior dispensación, y como ley americana, la necesidad de partir, al amparo de Santo Domingo, para la guerra de libertad de Cuba.

“Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino. Yo alzare el mundo. Pero mi único deseo seria pegarme allí, al último tronco, al último  peleador: morir callado. Vea lo que hacemos, Ud. Con sus canas juveniles –y yo, a rastras, con mi corazón roto…Levante bien la voz que si caigo, será también por la independencia de su patria.”

Habría que añadir que, ante la ausencia de Martí y Maceo, el pueblo cubano tuvo en Gómez, después de la intervención yanqui de 1898, a un refinado y astuto político, que desde la fecha de la invasión, maniobro para mantener la unidad de los cubanos e impedir la anexión de Cuba “al norte revuelto y brutal que nos desprecia”.

La poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tio  escribió que “Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro las dos alas” y habría que agregar que la República Dominicana era, en ese momento, el corazón donde latía el cuerpo en formación de las Antillas. Hoy, ese puesto lo ocupa, por el arrojo, la gallardía y la inteligencia de Fidel, el pueblo de Cuba.

¿Cómo olvidar los desvelos de Fidel Castro cuando presidia el Comité de Solidaridad con la Democracia Dominicana en Cuba? La historia siempre recordara la decisión de Fidel de venir a inmolarse en la invasión de Cayo Confites como un soldado más en aras de derrocar la más brutal y represiva de las dictaduras latinoamericanas. ¿Acaso no fue Cuba el refugio de nuestros exilados, la base de apoyo para la formación de nuestros principales partidos políticos?

Fue  la  “isla fascinante”, como la bautizo el Profesor Juan Bosch, la segunda patria de los exilados  dominicanos. Los que ansiaban una patria soberana, prospera y feliz como la soñó Juan Pablo Duarte. Allí se conocieron Fidel Castro y Juan Bosch. Allí creció una amistad fecunda que habría de fortalecerse, aun mas, cuando Cuba se transformo en Patria Socialista y Primer Territorio Libre de América.

En la guerra de liberación nacional que emprendió Fidel  y el pueblo cubano para derrocar  la dictadura de Fulgencio Batista, se derramo también sangre dominicana. Andrés Ramos Peguero y Enrique Jiménez Moya,  fueron destacados combatientes del Movimiento 26 de Julio. La solidaridad dominicana se hizo sentir con fuerza también con los exilados en Venezuela y los Estados Unidos.

¿Cómo olvidar, en esa relación de hermandad, que el Comandante Pichirilo, patriota dominicano de mil batallas, saldría de Tuxpan, México, un 25 de noviembre como timonel del  yate  Granma hasta Playa Colorada, iniciando así, el principio del fin de la dictadura batistiana y el inicio de la Nueva Independencia Latinoamericana? Acaso puede haber mayor demostración de hermandad y solidaridad que el gesto de este inmortal de nuestra patria?

En los días gloriosos de la resistencia dominicana a la brutal intervención norteamericana de 1965, la voz de Cuba, la voz del comandante Fidel Castro, denuncio la vulgar violación de nuestra soberanía. En el estrecho espacio de la Ciudad Colonial y algunos barrios aledaños, las tropas constitucionalistas del Coronel Fernández Domínguez y Francisco Alberto Caamaño Deño, mantuvieron en alto la bandera de la dignidad, la independencia y la verdadera democracia dominicana.

Toda Cuba se convirtió en territorio de la solidaridad con nuestro país. Y se decía, que hasta el legendario Comandante Ernesto Che Guevara combatía al lado de los constitucionalistas. La denuncia de los diplomáticos cubanos en las Naciones Unidas le arrancó la careta al argumento yanqui de que las tropas norteamericanas nos habían invadido con el “noble” propósito de salvar vidas. No vinieron a salvar vidas, vinieron a rescatar el orden injusto, oligárquico y pro imperialista de Donald Read Cabral.

Los dominicanos y dominicanas nunca hablaremos de Fidel en tiempo pasado. Su legado es infinito. Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con extrañas de nación, o de humanidad”, escribió José Martí. Fidel sabía mirar así. Con mucha antelación, profetizo la que sería su verdadera misión en la Tierra, en carta a Celia Sánchez, al ver caer las bombas norteamericanas en la Sierra Maestra: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos: me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.

La guerra “larga y grande” seria la victoria de la revolución contra el dictador Fulgencio Batista, la reforma agraria, la nacionalización de las propiedades de las multinacionales norteamericanas, la alfabetización, la lucha contra las bandas contrarrevolucionarias en las montanas del Escambray.

En Playa Girón, Fidel rompería para siempre “la frontera imperial” cuando las milicias revolucionarias, hicieron pedazos a la soldadesca mercenaria anticubana, y le  propinaron una “pela” a las intenciones imperialistas de implantar un gobierno afín a sus intereses.

“Tres facetas caracterizan al personaje de Fidel Castro. En primer lugar es el arquitecto de la soberanía nacional que ha realizado el sueño del Apóstol y Héroe Nacional José Martí de una Cuba independiente y ha devuelto su dignidad al pueblo de la Isla.

Después es el reformador social que se ha ubicado al lado de los humildes y los humillados creando una de las sociedades menos injustas del Tercer Mundo. Finalmente es el internacionalista que ha tendido una mano generosa a los pueblos necesitados y que ha ubicado la solidaridad y la integración en el centro de la política exterior de Cuba,” ha escrito el intelectual  Salim Lamrani.

Fidel es un personaje histórico cuyo ejemplo e historia de vida serán eternos. Especialmente porque su ejemplo político encierra una universalidad a todas luces incómoda para el poder: eso que Enrique Dussel describe como la preeminencia del compromiso con los débiles.

Ese precepto básico de la justicia es una propiedad de la figura de Fidel que los centros de autoridad querrán manchar o deshonrar. Porque allí radica la trascendencia política e histórica de Fidel: enseñó a decenas de generaciones latinoamericanas que la política no es sólo la administración de los caprichos del dinero o el poder, sino que la política es también, y acaso más fielmente, la lucha por la justicia, y por consiguiente el compromiso con los más débiles.

De seguro que conocía la frase, en que en lenguaje preciso, el General en Jefe Máximo Gómez definía la corrupción: Cuando una sociedad desprecia la virtud y el talento por el poder y la fortuna, cuando funda el derecho, cuyo asiento es el alma, en el oro y solo al oro concibe honores, distinciones, privilegios y  por luciente oro lo vende todo; esa sociedad está perdida, la desmoralización roe sus entrañas, el vicio seca su mente, la gangrena se extiende por todo su cuerpo social”.

Ha dicho de Fidel el intelectual francés Ignacio Ramonet: “Martiano y también bolivariano: para Fidel la unidad de América Latina y, más aún, la de los pueblos y naciones del por entonces llamado Tercer Mundo, era esencial. Por eso crea la Tricontinental en enero de 1966, para apoyar y coordinar las luchas de liberación nacional en África, Asia y América Latina y el Caribe.

Sabía, como pocos, que la unidad era imprescindible para contener y derrotar al imperialismo norteamericano. Que en su dispersión nuestros pueblos eran víctimas indefensas del despotismo de Estados Unidos, y que era urgente e imprescindible retomar los iniciativas propuestas por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico de 1826, ya anticipadas en su célebre Carta de Jamaica de 1815.

En línea con esas ideas Fidel fue el gran estratega del proceso de creciente integración supranacional que comienza a germinar en Nuestra América desde finales del siglo pasado, cuando encontró en la figura de Hugo Chávez Frías el

mariscal de campo que necesitaba para materializar sus ideas. La colaboración entre estos dos gigantes de Nuestra América abrió las puertas a un inédito proceso de cambios y transformaciones que dio por tierra con el más importante proyecto económico y geopolítico que el imperio había elaborado para el hemisferio: el ALCA.”

Ángel Cabrera, periodista cubano escribió: “Fidel predijo en su momento que como respuesta a las políticas neoliberales nadie debía extrañarse de que estallaran nuevas revoluciones -además de los procesos de cambios ya en marcha en América Latina y el Caribe- y es lo que estamos viendo. Son las revoluciones de siglo XXI con nuevas formas y renovados contenidos aunque mantengan el apego a las heroicas tradiciones de que son herederas. Están en marcha y a veces ni nos damos cuenta.”

Para esa tarea, Fidel nos dejo la visión de su experiencia en esta frase de intenso sentido político:

“Revolución es un sentido del momento histórico. Es cambiar todo lo que debe ser cambiado. Igualdad y libertad plena. Es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos. Es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos. Es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional. Es defender valores en los que se cree, al precio de cualquier sacrificio. Es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad, heroísmo. Es luchar con audacia, inteligencia y realismo. Es no mentir jamás, ni violar principios éticos. Es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la pujanza de la verdad y de las ideas. Es unidad, identidad, independencia. Es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo

Fidel ha traspasado las fronteras de la inmortalidad.  Nos deja un legado de amor, hermandad y coherencia política y humana. Cualquiera que piense en Revolución, en cualquier lugar del mundo, tendrá que pensar como  guía a Fidel y al pueblo cubano. Fidel Castro Ruz es el nombre de la rebelión y el apellido de la justicia. Rebelión   inimitable, que transita rauda por nuestras venas. En cada célula. En cada acción. En cada anhelo. En cada  utopía vuelta realidad.

Tal como expresara José Martí, ese “…cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza de la patria”, pues como afirmara acertadamente, para hoy y para mañana, “el sol sigue alumbrando los ámbitos del mundo, y la verdad continúa incólume su marcha por la tierra…¿Para qué somos hombres, sino para mirar cara a cara la verdad?”

 

 

Por esa verdad inquebrantable, por esa infinita fe en la victoria que nos lego con su vida y ejemplo,, hacemos nuestro hoy, el grito vibrante del pueblo cubano: Yo soy Fidel! Toda la Patria Grande es Fidel!

Honor y gloria al Comandante en Jefe, Fidel Castro!

Viva la Revolución Cubana!

Viva la Revolución Latinoamericana

Patria o  Muerte, Venceremos!

 

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