Fallas éticas-metodológicas del sistema de partidos políticos
En nuestro país se cumple un axioma cuasi axiológico: el
sistema de partidos políticos está quebrado ética y doctrinariamente, si no que
se haga un arqueo-registro exhaustivo al estado actual de la vida
orgánica-doctrinaria-institucional de esos “aparatos” (como le llamaba Narcisazo),
de los bienes y riqueza de nuestra clase política con énfasis en los últimos
cincuenta años –de historia política-nacional-, sin obviar los orígenes, fuentes
y sustentos de sus finanzas (cuentas bancarias, muebles e inmuebles); y
agreguemos este otro aspecto crucial-neurálgic su democracia interna. Esa
“acumulación espontánea” –junto a esa falta de observancia y a esa democracia
secuestrada- que no se registra sola, porque tiene un alto componente de
complicidad con los poderes fácticos en toda sociedad subdesarrollada o en vía
de desarrollo, es, probablemente, del tamaño histórico-estructural de nuestra
corrupción pública-privada.
Repasado el diagnostico socio-histórico, vayamos al
asunto meramente metodológico-educativo del problema y situemos algunas
hipótesis al respecto: ¿puede un sistema de partidos políticos tradicional, a
partir de esos antecedentes históricos nefatos, construir algún sistema-escuela
de enseñanza política-doctrinaria-filosófica creíble y sustentable hacia el
interior de cada uno de esos partidos políticos
–la excepción fue Bosch con la
génesis del PLD-, sin antes hacer una profilaxis ética-doctrinaria de sus
jerarquías e imponer lo que Giovanni
Sartori ha llamado “democracia
refrendaría”? O más grave y global aún: ¿si la sociedad dominicana está
sumergida en una crisis de valores éticos-cívicos-morales, no sería mas
pertinente y generalizado pactar una reforma ética-institucional-educativa en
procura de dos paradigmas: un nuevo currículo educativo y una nueva ética-pública
(a partir posiblemente de la embrionaria que el Presidente Danilo Medina está construyendo a fuerza de voluntad política, pero
bajo el fuego cruzado de mil subterfugios de una cultura -pública-privada-
cuasi “institucional” del robo que no ceja?
Ahora, otro dilema ético-político-metodológico -y desde
la perspectiva de los partidos políticos-: ¿quiénes llevaran a cabo esa reforma
ética-formativa- doctrinaria hacia el interior de los partidos políticos?
¿Acaso, sus jerarquías –exceptuando contadas excepciones- que han hecho
“acumulación rápida-espontánea” y echado
por tierra lo doctrinario-ideológico, o aquellos cuadros políticos-técnicos que
aun conservan estima, respeto y valoración positiva a los ojos y constatación
de la sociedad y de sus membresías?
Entonces si no se despeja meridianamente y con sentido de
autocrítica partidaria estos aspectos ético-metodológicos toda reforma –hacia
el interior de los partidos políticos- quedará invalidada moralmente y podría, si
no es que ya, correr la suerte de la indiferencia de sus membresías por la
simple “percepción pública” sobre lo que se dice, se proyecta y se denuncia de
sus jerarquías ya en el poder o en la oposición. O más claro y directo: una
reforma no podrá llevarse a cabo eficazmente por reformadores, dirigentes y líderes
políticos cuya vida y trayectoria pública entra en contradicción con los
principios y postulados que ella encierra así sólo fuere de semántica.
Y en nuestro país no hay otra forma metodológica de
plantearnos el problema si hablamos de partidos políticos, pues los tres
partidos mayoritarios de nuestro sistema de partidos políticos han ejercido el
poder (1962-2012). En otras palabras, no hay formula de escape, ni a mano otra
referencia histórica de dónde partir. Ese es el dilema y la gran encrucijada de
nuestra sociedad y, por extensión, de nuestro sistema de partidos políticos.
Además, cómo es posible que una membresia jerárquica, en
nuestro sistema de partidos políticos, equivalga, en la práctica y cuando uno
de estos partidos políticos está en el poder, a un ministerio, a una posición
jerárquica-legislativa o municipal con pretensiones cuasi vitalicia. ¿Qué
democracia es esa? ¿Qué partido político podrá sobrevivir orgánica e
institucionalmente, a semejante monopolio jerárquico? En otras palabras, ¿quién
diablo cuidará y pensará –no sólo de bulto publicitario-propagandístico- el
partido?
Y esta última: ¿qué Presidente –visto en el contexto de nuestro
sistema de partido político y en ejercicio del poder- podrá disponer del
organigrama estatal sin sospesar esas falencias; o peor, sin percibir esa
resistencia, esa creencia-cultura en la pertenencia-propiedad de los puestos
públicos a fuerza de un yo-jerárquico -de partidos políticos- cuasi vitalicio y
obsoleto?
Por ello, cualquier iniciativa de reforma o relanzamiento
de nuestro sistema de partidos políticos, pasa, necesariamente, por hacer un
levantamiento de su democracia interna, un arqueo exhaustivo ético-doctrinario
a las cúpulas de esos partidos políticos, aprobación de un marco
jurídico-fiscalizable y observancia-monitoreo a sus finanzas internas, de lo
contrario –y aun dándose aisladamente en uno de ellos-, no será efectiva si no
parte de estos presupuestos (éticos-metodológicos-evaluativos) que hay que
exigir y demandar.
Pero además, hay que desterrar: las campañas
políticas-electorales de “roba la gallina” y de “muertos de campañas”, la
cultura de “pavo de navidad” y de partidos políticos de “zafras electorales”,
la creencia, en cierta jerarquía política, de que “las bases son –como en el
juego de pelota- para pisarlas”, el ñamerismo
y el “motoconchismo político” como
corriente “política-filosófica” predominante en la actividad política, y sobre
todo y encima de ello, creer que los miembros de los partidos políticos son
borregos y que están obligados –dizque por disciplina- a tolerar y a escuchar “disciplinariamente”
a cualquier dirigente del carajo que ante el país está sindicado como un corrupto
e inmoral de marca mayor.
Apostemos sí por el adecentamiento del ejercicio del poder,
de la actividad política y de la vida pública, pero también, procuremos que los
lideres y actores secundarios que llevaran a cabo esa reforma-país –en
cualquier ámbito- estén validamente certificados, aptos y libres de cualquier sospecha
pública que ponga en tela de juicio su nombre, trayectoria y accionar público.
Por ello, abogamos porque: a dirigir el país vayan los mejores; a dirigir los
partidos políticos vayan los mejores; a dirigir las instituciones públicas y
privadas vayan los mejores; y que al sistema judicial vayan los mejores y más
probos jueces.
Sólo así, lograremos una “meritocracia” basada en valores
y principios (combinación de calidad ética-moral y competencia
profesional-técnica). Lo otro es lo que tenemos: un potrero, un instinto, que a
veces avanza, que a veces retrocede.
En fin, hay que democratizar e institucionalizar el
sistema de partidos políticos aprobando ¡ya! la ley de partidos políticos (que
duerme el sueño eterno sabrá Dios en qué gaveta del surrealismo-“motoconchismo-político” nuestro) y la
reforma a ley electoral, pues sólo así el país tendrá un marco jurídico
adecuado y moderno para sancionar la “acumulación rápida-espontanea” de riqueza
de los actores políticos y desterrar el monopolio de las jerarquías vitalicias
que lesionan y aniquilan la democracia interna de las organizaciones políticas.