Este mundo está decrépito: hay que luchar

Con frecuencia uno se maravilla de que un vehículo irremediablemente destartalado y decrépito circule por las calles. Nadie puede precisar el color de los tantos parches y abolladuras en lo que una vez fue su carrocería.
La marca es irreconocible, como el año de fabricación y el motor, entre gemidos, gritos y explosiones extemporáneas todavía funciona, al menos, lo suficiente, como para mover el vehículo no sin que mas de uno exclame a su pas es increíble que, a pesar de todo lo que le falta o tiene dañado, todavía funcione.
Hay casas, casuchas en las aceras, edificios en cualquier parte que a veces a fuerza de desvencijados, tras haber soltado ventanas, caído el techo, roto las paredes e invadidos por la maleza, siendo escombros, no acaban de venirse abajo y la gente los mira, y uno que otro, humano o alimaña todavía encuentra cobijo en ellos. A nadie se le ocurre pensar que puedan perdurar, pero casi todos de una manera u otra nos asombramos de que permanezcan de pie.
En otras ocasiones, observamos seres humanos que deambulan su miseria y su desesperanza por entre aceras, vecindarios, patios y parques. Prematuramente envejecidos, doblados por las penas de sus propias faltas y de las penurias que les imponen los demás, viviendo cada día como si fuera el último; en andrajos, malolientes, enfermos del cuerpo y casi siempre del alma, abandonaron hace tiempo el mundo de los vivos si por vivos entendemos y nos referimos a nosotros mismos. Ellos saben y nosotros también, que no tienen futuro, que no hay mañana, pero todavía caminan, comen, sudan, sangran.
Hay familias, amigos, negocios, empresas, entidades en las que, desde dentro y también desde fuera, se advierte el sinsentido que los corroe, los vicios que los doblegan, las debilidades que les impiden ponerse de pie, la ruina vaticinable. No vienen de ninguna parte y a ninguna parte van pero también en ellos maravilla que, a pesar de todo, están ahí y que, por mayor que sea nuestro asombro siguen siendo parte de una realidad que no por carecer de futuro deja de existir.
Todo esto lo hemos visto y vivido a nuestro alrededor. Sabemos que no durarán aunque no podamos fijar una fecha de expiración y esas ruinas, esos malestares y esas sinrazones que vemos por doquier, son exactamente iguales y les espera el mismo destino que a la sociedad, el mundo y la civilización en que vivimos. Preferimos no ver este otro mundo que se desmorona.
La sociedad de nuestro tiempo está enferma. Irremediablemente dañada, torcida, débil, imbecilizada, justo cuando ha venido a creerse mas astuta y sabia que nunca. No hay soluciones a los problemas porque las llamadas propuestas, como los medicamentos, curan algo pero es a condición de dañar otra cosa y, eso es cuando curan, que con frecuencia disimulan los males en lugar de curarlos. Entre payasos, perversos e incompetentes, empresas y gobiernos, provincias y países se asemejan cada día más a los paisajes y las escenas descritos.
Nuestro mundo está decrépito. Irremediablemente. No tiene soluciones, no es capaz de pensarlas. No hay nada que esperar salvo la muerte súbita o lenta, pero muerte de cualquier manera pero de nuestra propia muerte brotarán otras y nuevas formas de vida. El árbol que se nutre de nuestros excrementos o de nuestros escombros es, tanto como el gusano que devora nuestra carne, forma de vida nacida de la muerte.
Hay sociedades que no merecen salvarse ni ser salvadas pero no deja de ser fascinante la contemplación del espectáculo, la constatación cotidiana de que, muerte, escombros, degradación, anquilosamiento y decrepitud, esta sociedad, a pesar de todo, todavía está. Precaria y sin futuro, pero aun existe, a pesar de todo. Es un fenómeno y un espectáculo. La vida y la muerte. Y lo mas asombroso de todo somos los que creemos y queremos enderezar entuertos. A pesar de todo.
Hay que luchar. Aceptar este mundo de mierda como destino final es equivalente al suicidio. Como afirmó una vez Joan Manuel Serrat –creo que en Chile- “No puedo vivir en un mundo sin utopías”. Además, añado, no quiero.

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