Entre sorbos de café 18 Fidel Castro: la gran cuestión

Dedicado a Anthony Ríos, amigo cordial y diáfano.

Luego de la desaparición esperada del tirano cubano muchos regresan al análisis del hombre; del componente malvado que de una forma directa trató por otros caminos de encontrar «la búsqueda de la felicidad» que ya desde 1776 buscaban los patriotas norteamericanos en aquel glorioso acontecimiento de la Independencia norteamericana, con la refriega del «hombre nuevo.»

 

Pudiera resultar ahora que estaban mucho más adelantados con relación con su tiempo delo que ellos mismos sospechaban los patriotas norteamericanos de 1776 en su torio de «la búsqueda de la felicidad». Porque al concebir esta idea como un derecho humano inherente –un «derecho natural»– sostenían implícitamente  (y expresamente también) la necesidad de atemperar las estructuras públicas, es decir, el estado, a los fueros inalienables del individuo, y no   al inversa como demagógicamente proclama el pensamiento colectivista. Y es a este balance de las dos partes, de la unidad humana con el todo social, al que precisamente han arribado como fórmula ideal algunos de los preclaros entendimientos contemporáneos.

 

No hace falta mencionar aquellas oportunísimas  manifestaciones de Su Santidad Juan XXlll en su mensaje pascual al afirmar y suscitar el postulado cristiano de que «el estado existe para la persona y no la persona para el estado». Pudiera alegarse que el pensamiento del papa, después de todo, responde a una concepción parcial del fenómeno histórico. No, es más interesante recurrir a una fuente como Toynbee, a salvo de todo prejuicio o suspicacia y cuyo crédito intelectual y autoridad moral muy pocos se atreverían a discutir seriamente. En una conferencia ofrecida en Londres en mayo de 1947 sobre el panorama internacional, el autor de Estudio de la historia declaró que es un error suponer que tanto la «libre empresa» como el «socialismo» pueden por si solos ser la panacea de los  males que padece la sociedad. En la vida real, afirmó, cada sistema social tiene que ser una mescla diluida de ambas opuestas teorías. «La que el mundo más necesita ahora –seguía diciendo—es derribar de su pedestal el falso conflicto de libre empresa vs. Socialismo y tratarlo, no como una cuestión de fanatismo semirreligioso, sino como algo práctico del sentido común, más o menos de adaptación y circunstancias.» Y concluía: «La tarea del estadista consiste en hallar la proporción exacta de uno y otro que en un momento dado conviene.»

 

Si se me tolera la irreverencia, diré, con mi modesto derecho de opinante, que aunque el eclecticismo de Toynbee se funda en una indudable lógica de la vida real, peca no obstante de demasiado optimista. Es muy difícil, por lo menos así parece comprobarlo el inventario de estos tortuosos años de guerras calientes y frías, armonizar filosofías tan contradictorias como las que actualmente dividen a la humanidad con una muralla ideológica: la que sostiene que el hombre tiene, por razón de nacimiento, el derecho a su destino y a su integral realización, y que la organización de la sociedad ha de existir para garantizarle, que no para mutilarle, ese derecho; y la que nos lleva hacia una condición ideal en la cual el estado es el gran poseedor y administrador de todos los bienes existentes, incluyendo la vida y el pensamiento de los individuos que la componen.

 

Una muestra de botón fue el experimento comunista al estilo Stalin impuesto por Fidel Castro en Cuba. En vez de desarrollar un sistema progresista les quitó a los cubanos el derecho de existir, porque toda la Isla pasó a ser propiedad del Estado oneroso con que pisoteo la Patria de Céspedes, Gómez, Martí, y Maceo ese sistema que llevó a trescientos años de atraso al Caimán Verde. Esa es la pura realidad y el inventario que ha dejado esta desgracia humana a las hijas de Mariana Grajales y a los hijos de Manuel Sanguily.

 

Y tras la desaparición del tirano y no del sistema, cada vez se hace más visible el choque de estos dos conceptos; cada vez se sale más de las retortas académicas de los intelectuales y de los debates de ateneo o del papel impreso para convertirse en dilema que confronta «el hombre de la calle» en su lucha por el diario vivir. Naturalmente que, con Toynbee o sin Toynbee, el mundo para salvarse (salvarse literalmente de la catástrofe) tiene que disponerse a una combinación realista de uno y otro. Una observación detenida del presente cuadro mundial probaría, quizás, que el hombre disfruta de mayor grado de  bienestar, de «felicidad», allí donde esto ha podido lograrse. De todos modos, es menester antes que cada uno esté seguro de su posición y de su credo. ¿Cuál es el tuyo?

 

El radio de alcance de la autonomía individual y la medida del poder del estado, su valor respectivo en la escala de los valores humanos y políticos, constituyen la gran cuestión que es indispensable resolver. Y en ello valdría la pena consultar a esa sabia institutriz que es la Historia. A lo mejor resulta que la respuesta, más bien que en el futuro, está en las enseñanzas del pasado.

 

«Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

 

Con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar
el arroyo de la sierra
me complace más que el mar.

 

Mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor:
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.»

 

José Martí, Apóstol de la Independencia Cubana.

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