En torno a los concursos de oposición docente

El establecimiento de los concursos de oposición como requisito para optar por un puesto de maestro en los centros educativos públicos, es una medida que toda la sociedad dominicana debe saludar. De esa manera se persigue elevar la calidad de la enseñanza, y, lo que es más importante, se reducen considerablemente los nombramientos por razones políticas, como ocurría en el pasado reciente.

Para ingresar a la carrera docente, los aspirantes a cargos deberán reunir los requisitos establecidos en el Artículo 136 de la Ley General de Educación 66-97. A saber:

a) «Ser profesional de la educación graduado de las escuelas normales superiores, universidades, institutos y entidades superiores de educación o áreas afines, previa la observación del requisito de convalidación.

b) «Ser graduado de instituciones de educación superior en los casos especificados en la presente ley»

c) Reunir cualidades morales, éticas, intelectuales y afectivas necesarias, así como los conocimientos y competencias requeridos para el ejercicio de la función específica a desempeñar »

En lo que a esos requisitos respecta, todo está bien, nada hay que objetar. Lo que sí merece nuestra objeción y rechazo radical es el alcance de la medida, toda vez que el Ministerio de Educación establece que también podrán participar en los concursos profesionales de otras áreas del saber que nada tienen que ver con educación, tales como ingenieros, economistas , contadores , geólogos, lingüistas, filólogos , comunicadores sociales, historiadores, antropólogos , sociólogos, licenciados e ingenieros químicos, farmacéuticos, biólogos, médicos, enfermeras , bioanalistas y odontólogos.

Tal decisión nos parece a todas luces irracional, caprichosa, antipedagógica y carente por completo de pertinencia técnica. Su puesta en práctica constituye, además, el más burdo irrespeto a los profesionales de le educación, muchos de los cuales tienen años con una sola tanda o esperando turno para ser nombrados.

Y es que un médico, un ingeniero, un contador, por ejemplos, fueron formados para ejercer como médico, como un ingeniero y como contador, no para impartir clases en una escuela pública. En un curso de habilitación docente, de corta duración, no es verdad que estos y otros profesionales van a recibir la formación pedagógica que a un maestro le bastó cuatro y hasta seis años adquirirla.

¿Qué harán entonces estos servidores no maestros en un aula?

Sencillamente frustrar a estudiantes, en lugar de formarlos, ya que en el proceso enseñanza – aprendizaje podrán dominar muy bien el qué; pero no el cómo enseñar. Compárese, a propósito, lo que sucede en la enseñanza superior o universitaria: los profesores que más queja estudiantil provocan, que más humillan y peor tratan a los estudiantes son casi siempre los que carecen por completo de formación docente: médicos, abogados e ingenieros, entre otros.

En caso de aprobar el concurso, esos profesiones, en el momento oportuno, recibirán sus nombramientos, y después de nombrados deberán recibir un curso de habilitación docente durante diez meses que los dote de los conocimientos técnicos que les permitan desempeñan el puesto.

Léase bien : mientras un Licenciado en Educación tuvo que durar cuatro año estudiando la carrera educativa más una posible Maestría en Educación Superior para tener derecho a ejercer como maestro en el sector público, los profesionales de otras áreas, con solo participar en un entrenamiento de diez meses de duración, ya califican para impartir clases en el susodicho sector.

Valdría preguntarse, ¿cuáles contadores, médicos, ingenieros, odontólogos, comunicadores sociales, etc. participarían en esos concursos?

Sencillamente los que no han tenido éxito en sus respectivas carreras, ya sea por incompetencia o por falta de oportunidad. Entonces, ¿si no “dieron la talla” en el área que estudiaron, qué se puede esperar de su desempeño en otra para la cual no tiene ningún tipo de formación?

Hay que esperar lo peor. Y en materia educativa, lo peor tiene un nombre de dos palabras: mala calidad

Está dentro de lo posible que un profesional que no pudo ejercer su carrera, y que, en tal virtud, fue a parar a una escuela pública, puede tornarse frustrado, resentido y nunca identificado con el oficio que el destino puso en sus manos. Todo lo contrario, esa frustración y ese resentimiento puede liberarlos mediante incumplimientos, prácticas medalaganarias, trato injusto y conducta agresiva en su relación con los alumnos.

Me extraña que esta medida haya entrado en vigencia en un momento en que tanto se habla de revolución de la enseñanza. Una verdadera revolución educativa dominicana, como tantas veces la ha pregonado el actual ministro de educación, debe comenzar por la adecuada calificación del personal docente. No entiendo entonces cómo puede lograse esa revolución nombrando como maestros a personas que no fueron entrenadas para impartir docencia.

¿Evolución o involución?

A nuestras autoridades educativas quizás convenga recordarles el contenido de nuestro muy famoso y conocido refrán: zapatero a tus zapatos

of-am

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