En el Bicentenario del Congreso de Viena
Invitado por la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe, asistí el pasado 18 de septiembre, en Viena, la capital de Austria, a la celebración del bicentenario del Congreso que tuvo lugar en esa bella ciudad, situada al pie de los Alpes y cruzada por el río Danubio.
El motivo era auspicioso. Se trataba de reflexionar acerca del impacto que ha tenido lugar en el tiempo la celebración de un encuentro que al término de las Guerras napoleónicas, en el 1815, procuraba diseñar una organización del sistema internacional que garantizase la estabilidad y la paz en Europa.
Y en efecto, así fue. Como resultado del Congreso de Viena, efectuado durante casi un año, entre septiembre de 1814 y julio de 1815, se produjo un período de paz que abarcó un siglo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en el 1914, al no suscitarse, durante esa etapa, ningún conflicto de carácter generalizado.
Los artífices de ese proceso fueron tres gigantes de la diplomacia, que a pesar de sus distintas personalidades, estilos de trabajo y posturas políticas e ideológicas, se les reconoce por su talento y capacidad de maniobra en la escena internacional. Ellos son, Klemen von Metternich, de Austria; Lord Robert Castlereah, de Gran Bretaña; y Charles Maurice Talleyrand, de Francia.
Obviamente, lo que motivó la celebración del Congreso de Viena fue la actitud conservadora asumida por las principales monarquías absolutas de la época, ante el impacto generado por la Revolución francesa y las guerras desatadas por Napoleón Bonaparte para imponer al resto de los países europeos, sus valores, ideales y principios.
En su primera etapa, la Revolución francesa logró que la monarquía absoluta del rey Luis XVI, fundamentada en derechos divinos, fuese transformada en una monarquía constitucional. Pero luego la propia monarquía fue destronada al producirse la decapitación de quien pasaría a llamarse simplemente, ciudadano Luis Capeto, y de su esposa, María Antonieta, quien conforme al relato de Stefan Zweig, en su biografía sobre la reina, de ser una mujer bella y atractiva, por las presiones recibidas, encaneció y envejeció a una velocidad pasmosa.
Al observar esos acontecimientos, las demás monarquías de la región entraron en pánico. Contemplaban, en estado de estupefacción, como bajo la dirección de Maximiliano Robespierre, el denominado incorruptible abogado de Arras, el Reino del Terror se extendía. Veían en cada acto de aguillotinamiento, como sus cabezas coronadas se veían amenazadas también de caer bajo la cuchilla del verdugo.
Objetivos y logros del Congreso
Para protegerse del movimiento contrarrevolucionario, tanto interno como externo, y por el contrario, extender sus valores progresistas de república, democracia y libertad, Francia declaró la guerra a sus vecinos de la región: Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña.
Esas cuatro potencias, en tres distintas ocasiones se aliaron contra Francia, y en esas tres oportunidades Francia siempre salió victoriosa bajo el mando de Napoleón. Pero en la cuarta ocasión, con distintos frentes abiertos simultáneamente, el emperador de los franceses no pudo conquistar a Moscú, dando inicio a un declive militar que terminaría en la derrota de la batalla de Waterloo, en Bélgica, en el 1815.
Pero aún desde antes de la derrota de las huestes napoleónicas, cuando ya resultaba inminente su desplome final, fue convocado el Congreso de Viena. Su objetivo era el de como contener para el futuro el expansionismo de Francia, al tiempo de cómo evitar el surgimiento de una nueva potencia que pusiese en peligro la estabilidad y la paz de los países de la región.
Para frenar cualquier intento ulterior de Francia de incursionar en los asuntos internos de cualquier otra potencia de la época, el Congreso de Viena determinó la restauración en el trono de la dinastía de los Borbones y despojó a la nación gala de todas sus conquistas territoriales, limitándola a como se encontraba en 1789, al inicio de la Revolución.
Pero lo más importante del Congreso de Viena, lo más trascendente y duradero en el tiempo, fue su capacidad para diseñar y poner en práctica un nuevo orden internacional basado en un equilibrio de poderes, y no en el predominio de una fuerza hegemónica.
Como hemos dicho, la ejecución de esa concepción de la política internacional le garantizó a Europa, salvo algunos episodios aislados, un siglo de relativa calma, sin ningún conflicto de carácter general.
Fue, pues, a partir del Congreso de Viena que se consagró como teoría la noción o concepto de balance o equilibrio de poder, como forma de evitar el surgimiento una potencia hegemónica que se impusiese a las demás, y asegurar, por vía de consecuencia, una paz y estabilidad duraderas.
Lo que se le ha criticado al Congreso de Viena es que se trató de un movimiento conservador, pues la paz que anhelaba a construir tenía como finalidad, por un lado, legitimar las monarquías absolutas de la época; y por el otro, mitigar el impacto de las ideas revolucionarias , liberales y nacionalistas de la época.
Al final, sin embargo, esas ideas lograron imponerse como forma de organización política en Europa. El conservadurismo fue derrotado, y el Congreso de Viena sólo empezó a desvanecerse cuando en la última década del siglo XIX emergieron nuevas potencias que resultaron decisivas para el estallido de la Primera Guerra Mundial del 1914-1918.
Post-Guerra Fría
Para algunos analistas, el Congreso de Viena sirve como un referente importante para la comprensión de la realidad actual, surgida luego de la caída del Muro de Berlín, del desplome de las democracias populares de Europa del Este y del desmoronamiento de la Unión Soviética.
Entonces como ahora, de lo que se trata es de la construcción de un nuevo orden mundial; y ese orden mundial sólo puede ser organizado por una de dos vías. Por un lado, mediante la emergencia de una potencia única, más fuerte que las demás, que terminaría por imponer su hegemonía; o por el otro, mediante la coexistencia de varios polos de poder, sin que ninguno pueda predominar sobre los demás.
Al término de la Guerra Fría, en el 1991, se consideró que los Estados Unidos se habían constituido en un polo único de poder, o poder unipolar, y que no había otra fuerza en el mundo con capacidad para hacerle contrapeso.
Se trató de una ilusión. Al cabo de un cuarto de siglo ya sabemos que si bien los Estados Unidos conservan su preeminencia en el plano militar, no ocurre lo mismo en el ámbito económico. Ahora han surgido otras naciones, como las que integran la Unión Europea, China, Rusia, Japón, Brasil y la India, para sólo citar algunas, que también disponen de capacidad para competir en la economía global, creando así las condiciones para un mundo multipolar.
Ahora bien, al término de la Guerra Fría se elaboraron también varios paradigmas de relaciones internacionales orientados hacia la organización de un nuevo orden mundial. El primero fue el de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, en virtud del cual la conquista de la democracia liberal de mercado, en tanto valor universal, marcaba, en la perspectiva de Hegel, la máxima evolución de la humanidad.
Casi simultáneamente se planteó la tesis de Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, sobre el choque de civilizaciones, en base a la cual los conflictos ideológicos entre marxismo y capitalismo, típicos de la época de la Guerra Fría, serían sustituidos por una nueva realidad: el de la confrontación entre varios tipos de civilizaciones del mundo contemporáneo.
En paralelo con estas concepciones, también han surgido otras, como la de Paul Kennedy, profesor de la Universidad de Yale, quien desde su texto, Auge y Caída de las Grandes Potencias, pronostica el declive de los Estados Unidos; la de Joseph Nye, profesor de Harvard, quien, por el contrario, en su libro, Destinados a Dirigir (Bound To Lead), estima que el poder norteamericano continuará siendo el único en el mundo; y la de Fareed Zakaria, comentarista de CNN, quien, por su parte, en El Mundo Post-Americano, afirma que no es tan sólo que los Estados Unidos están en declive, sino que otras naciones están emergiendo.
Aún abundan otras tesis, inclusive peligrosas, como las del movimiento neoconservador, pero para la construcción de un nuevo orden mundial en el siglo XXI, quizás valga la pena recordar que fue durante el Congreso de Viena, celebrado hace 200 años, que se alcanzó la paz durante un siglo como consecuencia de un equilibrio de poderes.