El populismo del siglo XXI
Latinoamérica ha caído en un ambiente nebuloso, donde todo lo que se mueve en la esfera pública y privada, es dirigido por los hilos de los interese políticos y económicos del gran capital y del nuevo actor emergente “el capital de izquierda”, todo ello denominado mercadocracia. Es decir cuando los recursos, medios y poder del Gobierno se subordinan a los intereses oligárquicos de turno, para explotar las riquezas estatales a favor de unos cuantos.
La historia ha demostrado que independientemente quien llegué al Gobierno, siempre buscará explotar al máximo los recursos y el poder que de ello se derivan, con el objeto de obtener réditos electorales para consolidar el poder y perpetuarse así en el Ejecutivo, de ahí la importancia de lanzar programas sociales populistas bien estructurados para adormecer a Juan Pueblo y hacerle creer que la personas humana es el centro del Gobierno.
Sin embargo en la práctica, de todos es sabido que el Estado como aparato, está al servicio del partido que lo llevó al poder y de los intereses económicos que se circunscribe a la visión partidaria, que dicho sea de paso obtiene beneficios directos productos de contrataciones o por medio de licitaciones irregulares, que permite que ese poder factico se fortalezca económicamente, para luego devolver ese beneficio en campañas electorales.
En consecuencia, el papel del Estado frente a los ciudadanos no debe ser paternalista, ni asistencialista, sino más bien debe de construir oportunidades y generar las condiciones necesarias en un marco de igualdad en la que todos los ciudadanos accedan a una educación de calidad, a una vivienda digna, y a un sistema de salud justo. O sea brindar las herramientas para que el ciudadano promedio salga de la miseria y que a través del esfuerzo y tenacidad labre su destino.
Pero cuando un Gobierno regala lo que no tiene por medio de programa populista, se queda sin liquidez y se ve en la necesidad de continuar endeudándose, para hacerle frente a los programas sociales. Aclaro no estoy en contra de lo social, creo que es importante en el marco de unas finanzas publicas saludables. Pero cuando no se tiene, simplemente se ubican como proyectos a futuro.
En una ocasión una jovencita universitaria cursaba el último año de sus estudios. La chica pensaba que era de izquierda y, como tal, estaba a favor de la distribución de la riqueza. Tenía vergüenza de su padre, un empresario exitoso. Él era de derecha y estaba en contra de los programas socialistas. La mayoría de sus profesores le habían asegurado que la de su papá era una filosofía equivocada.
Un día ella decidió enfrentar a su padre. Le habló del materialismo histórico y la dialéctica de Marx tratando de hacerle ver cuán equivocado estaba al defender un sistema tan injusto. En eso, como queriendo hablar de otra cosa, su padre le preguntó: -¿Cómo van tus estudios? -Van bien -respondió la hija, muy orgullosa y contenta-. Tengo promedio de 9, hasta ahora. Me cuesta bastante trabajo, prácticamente no salgo, no tengo novio y duermo cinco horas al día, pero, por eso ando bastante bien, y voy a graduarme en tiempo.
Entonces el padre le pregunta: -Y a tu amiga Claudia, ¿Cómo le va? La hija respondió muy segura: -Bastante mal, no se examina porque apenas tiene 4 de promedio. Pero ella se va a fiesta cada semana, estudia lo mínimo, y falta bastante… no creo que se reciba este año. El padre, mirándola a los ojos, le respondió: – Entonces habla con tus profesores y pídeles que le transfieran 2.5 de los 9 tuyos a ella. Esta sería una buena y equitativa distribución de notas, porque así las dos tendrían 6.5 y se graduarían juntas.
Indignada, ella le respondió: ¡¿Estás loco?! ¡Me rompo la madre para tener 9 de promedio! ¿Te parece justo que todo mi esfuerzo se lo pasen a una vaga, que no se esfuerza por estudiar?
Aunque la persona con quien tengo que compartir mi sacrificio sea mi mejor amiga… ¡¡No pienso regalarle mi trabajo!! Su padre la abrazó cariñosamente y le dijo: ¡Bienvenida a la derecha!
“Todos somos rápidos para repartir lo que es ajeno”