El poder del perdón

Cuando el
hoy santo Juan Pablo II visitó en la cárcel a Alic Agca, su agresor, el 13 de
mayo de 1981, para decirle personalmente que le perdonaba por su intención de
asesinarle al inferirle dos disparos que pudieron acabar en ese momento con la
vida del Pontífice, nos daba y nos dejaba dos lecciones que bien deben
servirnos de ejemplo de amor y de vida.

Uno de esos
ejemplos de San Juan Pablo II, en su paso terrenal, es que el amor y el perdón
deben primar por encima de todo en las vidas de los hombres y mujeres; aún se
trate de personas que no soporten nuestra existencia y el derecho a vivir y
respirar el mismo oxígeno, comer, expresarse y amar como ellos.

Y más que
el perdón, el recién canonizado Santo, cuyos milagros florecían mucho antes de
llegar al cielo, nos mostró el poder y la misericordia de la madre de nuestro
Señor Jesucristo, en su Advocación de la Virgen de Fátima, a quien él, lleno de
sabiduría y amor, le dejó claro a Agca que fue ella quien había impedido que
muriese en ese momento, pues su agresor había elegido el día en que el mundo
cristiano recuerda aquel 13 de mayo de
1917 su aparición por primera vez a los tres pastorcitos.

Cuando Alic
Agca le pregunta al Santo Padre, que ¿cómo fue que no murió en ese momento? y
le afirma que él había sido puntero en los disparos, el hoy Santo le responde:
“fue la Virgen de Fátima que me salvó”, pero estas palabras no eran
comprendidas en ese momento por el agresor quien desconocía el poder de la
Madre María.

Hoy, mucha
gente no comprende y no entiende el amor, el poder y la misericordia de la
Virgen María, y no se detienen a pensar que fue la elegida por Dios para ser la Madre de
Jesucristo, Su Hijo, el Cordero de Dios. Ese desconocimiento sobre la Virgen
María no fue tomado en cuenta por Alic, como tampoco lo hacen quienes se
dedican hoy a detractarla, humillarla y pisotearla.

“Ella, la
Virgen de Fátima, va a cambiar tu vida”, fueron las palabras de respuestas de
Juan Pablo II a Agca cuando éste le manifestó que: “al parecer ella, la Virgen
de Fátima, tiene mucho poder”.

San Juan
Pablo II conoció y vivió íntegramente los evangelios en los que se les pide a
los cristianos amar y perdonar a quiénes se consideran nuestros enemigos y a
quiénes, sin justificación ni causa alguna, se dedican a perseguirlos.

Para
quienes no conocen el significado del amor, sobre todo aquel que debemos
profesar al prójimo, Dios nos habla a través de los evangelistas San Mateo y
San Lucas, sobre el amor a los enemigos y a quienes les persiguen.

Lucas y
Mateo nos invitan a amar a nuestros enemigos
o a quienes consideramos nuestros
enemigos o a aquellos que se muestran como enemigos sin nosotros conocer ni
saber el por qué. Del mismo modo, nos invitan a orar por ellos y por quienes
nos persiguen.

Mateo 5 nos
llama a amar a vuestros enemigos, y rezad por los que nos persiguen “así seréis
hijos de nuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su Sol sobre malos y
buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los os aman,
¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludais
sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo
también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto.

Cuando Dios
escribe a través de Mateo sobre el amor hacia nuestros enemigos, simplemente
nos pide procurar la verdadera esencia del amor, ya que amar a quienes nos aman
no tiene nada de extraordinario y es ahí donde debemos tratar de asemejarnos a
Jesús.

Lucas nos
invita a rezar por quienes nos persiguen, porque quien se dedica a perseguir a
su hermano carga mucho más pesado. Carga con su cruz y con la cruz de su
perseguido. Cargar además con la cruz de quien se persigue significa tener los
mismos problemas de esa persona, llevar la misma rutina de vida, ir a todos los
lugares que el perseguido frecuenta, carga con sus penas y alegrías, sus
anhelos, sus esperanzas, sus sueños, en fin con toda su vida.

Cuando
Mateo insta a rezar por quienes nos persiguen nos pide orar sin descanso porque
quienes se dedican a esta práctica son dignos de pena. Son simplemente almas
que aún no han encontrado su esencia. El evangelista nos pide orar sin descanso
por esas personas para que el Espíritu Santo se derrame sobre ellos y les
cambie su corazón.

Quien se
dedica a perseguir a otros difama, injuria y daña ante el desconocimiento de
que ese mal le recaerá a ellos porque las leyes divinas son coherentes con las
filosóficas.

Es en éste
aspecto que Mateo 7 nos señala que Jesús dice no juzguéis y no os juzgarán;
porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán
con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no
reparas en la viga que llevas en el tuyo?.

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