El peligro de banalizar el mal

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El autor es asesor del IDECOOP y reside en Santo Domingo.

Existen burócratas quienes aplicando una racionalidad basada en la ilegitima fuerza y/o un ejercicio de una legalidad abusiva, practican relaciones ciudadanas de dominación u obediencia, carentes de sustancia, sin ejercer la menor resistencia ética y ausentes en su ser de cualquier escrúpulo moral; generando una dinámica de exclusión humana. El ejemplo paradigmático es el genocida nazi Adolf Eichman.

La burocracia es la organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios. Entendemos por burocracia a un grupo de personas -usualmente se conciben como funcionarios públicos-, en un sistema jerárquico de supraordinación y subordinación en el plano político y social; el poder ejercido por este sector o grupo, o los medios con que se ejerce el poder, especialmente en la administración pública; y las ideas de legalidad basadas en ese poder.

En política se debaten los problemas de la burocracia tanto del ámbito propiamente del estado, como el análisis estructural de partidos, gremios, grupos de presión, sindicatos y otros tipos de asociaciones políticas. Se analizan las consecuencias de un organismo burocráticamente estructurado y orientado sobre el proceso de la formación de la voluntad política y de la toma de decisiones, así como las causas y consecuencias del anquilosamiento burocrático en organizaciones políticas activas.

El peor mal en una organización es que sus funcionarios o burócratas caigan en fanatismo, cuando se transforman en seres no pensantes, en no ejercitar la conciencia, no tiener memoria. Son robots y las corporaciones, públicas o privadas, son un grave peligro al desviarse de sus funciones legítimas y legales. Un histórico y dramático ejemplo es el dirigente nazi Adolf Eichman, quien, en el juicio que se le siguió, puso de bulto el grado de deshumanización a que puede llegar una persona.

La filosofa alemana Hannah Arendt escribió el libro: Eichman en Jerusalem. La banalidad del mal, a raíz del juicio al que fue sometido el genocida nazi alemán. El año 2013, Hollywood llevó el tema al cine y en cierta forma algunos desprevenidos, al colocar juntas las palabras “banalidad” y “mal”, pensaron que Arendt pretendía vender el mal como algo banal. Nada más lejos de la realidad.

Lo que expone en su libro es lo banal de un sujeto como Eichman, quien es capaz de dirigir la ejecución de millones de personas en campos de exterminio nazi y se considera inocente, encerrándose en su concha de burócrata que ejecuta órdenes superiores, sostenidas en un sistema legal por ser sancionado por el aparato legislativo y judicial controlado por los fascistas, pero en absoluto legitimo, ya que van contra los prístinos principios del Derecho Natural y de los DD HH, sobre los cuales se debe construir cualquier edificio jurídico.

La historia está llena de estos casos. La Inquisición nos ofrece una vitrina en la cual encontramos muchos curas inquisidores quienes, en abierta blasfemia, afirmaban que ni bajando Cristo se salvarían acusados de ser torturados o supuestas brujas, quemadas.

En nuestros días hay demostraciones de la banalización del mal. Hay gobiernos que han dado muestras de delirio al ejecutar cruelmente a personas sólo por ser cristianos o por sentenciar a penas infames, sin el debido proceso, basados en simples sospechas o por ser opositores; todas violadoras de los DDHH, lo que constituye una expresión de la tiranía del fanatismo y la superstición.

Pero también se observan en actividades tan comunitarias como lo es una asamblea de una junta de vecinos. En algunas ocasiones terminan dañando el vehículo u otra propiedad de algún munícipe, solamente porque no acompaña ciegamente las directrices de algún grupo dominante.

Los partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil tienen la obligación de coadyuvar al sistema educativo institucionalizado, en la formación de funcionarios inmunes a las desviaciones del fanatismo, la ignorancia y la ambición. No es fácil, pero no imposible. Igual siempre hay que tener presente la advertencia de Kant: “No hay virtud tan fuerte que pueda estar segura contra la tentación”.

Las intervenciones de Eichman durante el juicio fueron banales, de alguien que no tiene memoria o conciencia de sus crímenes. Esta declaración pone de bulto una defensa igualmente trivial: “No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos.”

Las personas que no piensan, que no ejercitan la conciencia ni tienen memoria, se transforman en un mal en sí mismo.

isidrotoro@gmail.com

JPM

 

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