El papa Francisco pide aceptar la apertura sin prejuicios
CIUDAD DEL VATICANO.- El Papa Francisco advirtió este domingo que la Iglesia no condena eternamente a nadie, al fustigar a los “obtusos” que “se escandalizan de cualquier apertura” y recordó que Jesús revolucionó su época al integrar a la sociedad a los marginados.
En el sermón de una misa que celebró junto a 19 nuevos cardenales, a los cuales les entregó el birrete púrpura este sábado, instó a los católicos a no alejarse de los necesitados, sin importar las resistencias y la hostilidad que encuentren.
Ante una Basílica de San Pedro repleta, partió del pasaje bíblico de la curación del leproso para explicar la verdadera prioridad de la Iglesia: Involucrarse en el dolor y la necesidad de la gente enferma, tocar con mano sus llagas, sin dejarse limitar por los prejuicios o la mentalidad dominante, “sin preocuparse para nada del contagio”.
Para el Papa, la Iglesia actualmente se debate entre dos lógicas: Una de “los doctores de la ley”, que lleva a alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada; y la otra es “la lógica de Dios” que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien.
Estableció que acercarse a los marginados no quiere decir menospreciar los peligros o “hacer entrar los lobos en el rebaño”, sino acoger al hijo pródigo arrepentido, sanar con determinación y valor las heridas del pecado, actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo.
“El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero”, sostuvo.
“El camino de la Iglesia es el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las ‘periferias’ de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios”, ponderó.
La homilía fue particularmente larga, a diferencia de la costumbre del Papa. Un discurso articulado, bien fundamentado, con numerosas citas bíblicas. Para algunos vaticanistas, se trata del discurso más importante del actual pontificado.
Con estas palabras, pareció justificar teológicamente el nuevo rumbo que le ha indicado a la Iglesia, no sólo a través de sus gestos sino también en las propuestas de apertura a una nueva actitud hacia personas como los divorciados vueltos a casar o los homosexuales.
Para él Jesús revolucionó y sacudió la mentalidad de su época, que estaba cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Al curar al leproso rompió con la costumbre arraigada de considerarlo un condenado y obligarlo a vivir fuera de las ciudades, en campamentos a los cuales nadie se podía acercar.
Abundó que “curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la ley”.
A los nuevos cardenales les pidió no sólo acoger e integrar a quienes “llaman a la puerta” de la Iglesia, sino también salir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos.
Urgió a no tener miedo de la ternura y de la compasión hacia los marginados, acompañándolos con paciencia en su camino, sin buscar los resultados del “éxito mundano”.
“Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, sobre el evangelio de los marginados, se juega, se descubre y se revela nuestra credibilidad”, estableció.