El niño y el vuelo del águila
«Da el primer paso con fe. No tienes por que ver toda la escalera. Basta con que subas el primer peldaño» Martín Luther King.
El niño había soñado que subía la escarpada montaña conocida como Monte Washington, al este del río Missisipi, y llevaba a cabo este enorme ideal animado por el impulso de los aplausos de una gran muchedumbre que le alentaba con el entusiasmo de esta expresión: ¡Tú sí puedes! ¡Adelante!
Durante el sueño, un tanto ilusionado, oía una voz firme y vehemente que procedía de la montaña o del cielo recordándole: «Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojala ya no tuviera necesidad de soñarlas».
Mientras ascendía aquella elevación le pareció haber oído alguna vez estas sublimes palabras. Tenían la frescura de un compromiso solemne; venían, además, de las profundidades de un ser eminente y luminoso. En medio del universo onírico que le incitaba a persistir su marcha, un águila americana vuela sobre su cabeza y bate con fuerza sus alas a manera de enseñarle a aquel niño cómo ganar altura.
De pronto, al tratar de despertar de su somnolencia una mano suave como de terciopelo acaricia su cabeza; era Morfeo, el dios mítico del sueño y de la noche, quien al besarle le susurra secretamente al oído: «Sigue durmiendo hasta que llegue la hora en que tu sueño de poder o de señorío se materializará con los aplausos y la soberana voluntad de tu pueblo».
Morfeo, vuelve y le habla al niño mientras éste asciende lentamente hacia su destino y le aconsejas: «Tiene que aprender la destreza del águila que si solo hay brisa leve, planea suavemente. Si acometen vientos fuertes, usa la fuerza de esos vientos para volar bien alto y desplazarse a gran velocidad».
Al poner su pie derecho en la cúspide del monte Washington una nube blanca color algodón roza su piel de ébano y reaparece nuevamente el águila majestuosa entroncada con el sol, la tormenta, el ímpetu guerrero, el triunfo del espíritu sobre la materialidad inerte, abriéndole sus inmensas alas como si se tratara de una cálida acogida.
El niño continua en su sueño y dentro de este onirismo se transforma en adulto. Cultiva todas las artes del conocimiento y de la política, llega a ser senador y desarrolla un liderato apasionante y admirable dentro de su partido. Estudia en una de las universidades más prestigiosa y emblemática.
Lee con pasión todos los discursos de Martín Luther King. Se envuelve en su perfume y consigue con tesón cultivar el don de la oratoria que lo lleva a las grandes tribunas políticas del momento. Aquel joven alto de estatura con la piel con el color de la madera del ébano, sin llegar al tono negro intenso de este árbol, comienza su figura a perfilarse y a destilar señales de un portento político y social.
No dudo que este joven maravilloso haya absorbido la figura y el atributo de la consagración y la divinidad de la luz de aquella águila que lo guió alado a remontar la cúspide de aquel monte o que sea como el rayo que Zeus, en el mito derriba a los titanes, parecido a la antigua visión que tenían los arios del mundo, definida por su antitesis con el elemento titánico, telúrico y prometeíco.
En su estado fabuloso de crecimiento le viene al pensamiento una frase sobrehumana que le avisa de las artimañas del ladrón, como muchas de las advertencias que hizo el predicador extraordinario de Atlanta, Georgia: «Siempre que Dios nos visita y nos da un milagro, o nos derrama su Espíritu, o comienza en nosotros un fresco avivamiento, el enemigo al enterarse de que Dios nos bendijo, vendrá y tratará de robar y destruir lo que el Señor nos ha dado».
La luz que refleja su personalidad parece provenir de Zeus o de Júpiter. Este joven político, guiado por el simbolismo del águila marca una nueva era. Una era moderna y de cambios significativos, sobretodo, en política exterior y por otro lado, concediéndoles mayores esperanzas a los ciudadanos que habían quedado desamparados de los beneficios de salud y de justicia social.
Un dia, radiante y primoroso del 20 de enero de 2009, despertó la multitud que había avizorado su marcha triunfal a la Casa Blanca entusiasmado por ver la solemne juramentación de aquel joven del sueño montado sobre el lomo extraordinario del águila americana.
El niño hecho hombre le dijo adiós al señor de Texas. Entonces los jardines del más emblemático símbolo de Washington eran otros capaces de atraer los vientos de un nuevo mundo diplomático.
Habría que decir, como expresara el pastor estadounidense, premio Nóbel de la paz 1964 y mártir de Memphis, en uno de sus discursos memorables: «Siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto».
El presidente, luciendo sus canas fruto de sus sagrados desvelos por la nación tiene otro sueño, casi al final de su último mandato: se le presenta un oráculo para fortalecerle el espíritu y le dice: «Cuando baje del solio donde aún te encuentra lo hará flanqueado por la figura celestial del senador demócrata, Stephen Douglas, quien desde el sitial de gloria donde se encuentra alimentó tu sabiduría y te preparó para el debate público.
También estará a tu izquierda Maximiliano Robespierre, aquella ilustre figura de la Revolución francesa, de ideas liberales y democráticas; hombre integro, justo y austero, quien llevó su disciplina moral y su fidelidad a los principios. No faltará en esa majestuosa ceremonia el alma noble de George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos, dándote su reconocimiento por haber tratado de consolidar la paz entre países vecinos.
El te inspiró para “tener siempre suficiente firmeza y virtud para conservar lo que consideró que es el más envidiable de todos los títulos: el carácter de hombre honrado”. No debes olvidar al mismo tiempo que tus ideas fecundas vinieron de James Madison y también hiciste tuya aquella frases lapidaria de Madison: “La gente es la única fuente legítima del poder, y es por ellos que la carta constitucional, en virtud del cual los diversos poderes del Estado para mantener su carga, se deriva”».
El oráculo parte de aquel sueño mítico y el presidente se recuerda así mismo despierto: «Cuando los americanos saben que tienen el poder para cambiar las cosas, es muy difícil detenerles»
Yo, intelectual y escritor estadounidense recojo otra frase del primer presidente negro: «Gracias América…Dios os bendiga. Dios bendiga a Estados Unidos».