El hermoso valor de la solidaridad
(A Tony Raful, por tanto…) El auditorio del entonces Conservatorio Nacional de Música estaba repleto de gente aquel 19 de mayo de 1979. Se cumplían 14 años de que Rafael se desplomara en la 30 de Marzo por un proyectil que hizo blanco en su cabeza, esa que tantas veces acuné en mi regazo para acariciar y compartir sus sueños. Finalmente podíamos dar a conocer su vida; las presiones que recibí durante los 12 años del gobierno del doctor Balaguer dificultaron que el pueblo supiera de tanta lucha ininterrumpida y lo que pasó antes del 24 de abril de 1965. Invitamos al presidente Antonio Guzmán a visitar la exposición, que conmovió a doña René hasta hacerla llorar. Esa noche, las personas más cercanas a Rafael ofrecieron su testimonio, desde que lo conocieron hasta el día que su corazón dejó de latir y el mío se rompió; presumo que los pedazos se los llevó el viento para evitar recomponerlo, porque me fui convirtiendo en una estatua de mármol, pétrea, fría, inconmovible… Y “Arlette” se fue diluyendo con el tiempo, entre los afanes y el compromiso de no olvidar. No es de extrañar la sorpresa de amigos, políticos, periodistas e historiadores al conocer la lucha y el pensamiento de Rafael, por documentos, fotos y cartas que expusimos durante todo el día. A Rita Hermann, por ejemplo, le impresionó la última carta que Rafael me escribió y lo hizo saber a su papá, Hamlet Hermann, exiliado en México. Poco después, Hamlet me escribió y manifestaba mucho interés en conocer más sobre Rafael. Aunque no lo conocía personalmente no vacilé en pedirle que me ayudara a difundir su vida. Él, sin proponérselo, abrió un resquicio por donde pudo colarse mi inconformidad, que en ese tiempo era mucha, y me sentí más confiada para emprender una tarea gigantesca, consciente de que tendría que vencer grandes obstáculos y enfrentar poderosos intereses. No me equivoqué. Tiempo después, Anselmo me entregó una nota que guardé por años, menos de los que pasé sin saber de él. Pero un día la encontré Año y medio después, el 25 de noviembre de 1980, mi hijo menor Rafael Tomás de 18 años de edad, moría a causa de las complicaciones sufridas por un accidente de moto. Cuando el sol comenzaba a asomar yo llegaba a la funeraria y allí estaba José Israel Cuello con los brazos abiertos y casi sin voz preguntando qué había pasado. Me abracé a él y sentí que no estaba sola en el abismo. Transcurrieron los años y nos vimos algunas veces pero él nunca sospechó cuánto y cómo yo lo había ligado a mi vida. A Anselmo Muñiz lo conocí a través de su hermano Miguel Ángel. Creo que fue en 1983 cuando me visitó acompañado de su hijo Edmundo quien quería escribir la vida del Coronel Fernández Domínguez. Mientras Edmundo pasaba horas copiando lo que encontró en mis archivos, Anselmo y yo conversábamos. Él se empeñó en animarme porque la pena por la muerte de mi hijo no cedía y Anselmo, con su carácter apacible y su permanente sonrisa, me convenció de que volvería a recuperar mis ansias de vivir y mi alegría. Por cierto, se me ocurre pensar en las veces que la vida me ha sorprendido con sus jugarretas, agridulces algunas, pero sin alternativas; es como si quisiera probarme y me pregunto ¿por qué?. Tiempo después, Anselmo me entregó una nota que guardé por años, menos de los que pasé sin saber de él. Pero un día la encontré; estaba deteriorada porque la tuve en mi cartera para leerla cuando lo necesitara; después la guardé. Porque todo se guarda: cartas y flores secas, fotos, una nota, un saludo, un abrazo y algún recuerdo; pero cuando menos lo esperamos, este aflora entremezclando el dolor y el consuelo, demostrando que no todo lo diluye el tiempo. Entre otras cosas, esta nota de Anselmo que tengo en mi estudio como una entrañable compañía: “Arlette: Tu eres un pedazo muy querido y reciente de nuestra historia. Tu alma limpia ha sido el ánfora donde ha reposado segura la memoria del coronel. “Su pensamiento portentoso, parte fundamental del ideario de redención de nuestra Patria, ha sido acunado en tu pecho con esmero excepcional, con amor y con fe inquebrantable. El dolor no pudo doblegarte ni los avatares de la vida pudieron detenerte y hoy estas aquí para cumplir tu cita con la historia. Pero no estás sola: como un mar de muchedumbre nuestra historia se levanta para recibirte… y marchar contigo. Y las nuevas generaciones te saludan: “con la frente en alto, el honor multiplicado y la vergüenza como estandarte”. “La vida renace y se levanta como la madrugada. Nada ha muerto… Nadie ha muerto… Ahora no estás sola Arlette. ¡El coronel ha regresado!.” (Te quiere, Anselmo). En ese ir y venir buscando ayuda, les pedí a Juan José Ayuso y a Nobel Alfonso escoger el material para una exposición de fotos de Rafael y para elaborar un documental. Era un proyecto importante y debía quedar perfecto. La respuesta fue tan auténtica que yo me desentendí del asunto porque ellos estaban poniendo el corazón en los trabajos y eso bastaba. El resultado fue fenomenal. El tiempo pasaba y los trabajos se multiplicaban; la gente comenzó a mostrar interés en el coronel Fernández Domínguez. Era lo que yo esperaba pero comencé a pagar el precio por dedicar todo mi tiempo a esta tarea. Quería estudiar periodismo o derecho, pero en vez de ir a las aulas, me dediqué a contar la historia de Rafael a los estudiantes de la UASD. La Federación de Estudiantes Dominicanos dirigida en 1981 por Lenchy Vargas se sensibilizó y sus dirigentes tomaron las riendas. Organizaron talleres y charlas, y uno de esos días, esos jóvenes juraron que algún día el 19 de Mayo seria declarado por ley como Día del Soldado Democrático. Pasaron 27 años hasta que un 24 de abril recibí una llamada de Lenchy Vargas quien me urgía ir a la UASD, donde la Cámara de Diputados iba a sesionar esa mañana como un homenaje a los Héroes de Abril. Me esperaba su Presidente, Julio César Valentín, acompañado de Lenchy, el rector, diputados y dirigentes estudiantiles. Julio César me dijo que esa mañana iba a presentar el proyecto de ley que declararía el día 19 de Mayo como Día del Soldado Democrático como un homenaje a Rafael. Mientras lo abrazaba me dije: ¡un paso más! Y un día, como un milagro, se escucharon voces desde diferentes sectores. Siempre don Juan, importantes jefes militares, Reynaldo y Cristina, Víctor y Abel, del Congreso. Líderes políticos, historiadores, periodistas, todos reconocían al Coronel Rafael Fernández Domínguez; Nemen, Milagros, Tony, Angela, Gustavo, Aura Celeste, Gian, son sólo algunos de los muchos que por su sensibilidad y valentía hicieron posible que hoy el Coronel Rafael Tomas Fernández Domínguez esté acunado por los brazos de la Patria. ¿Mi familia, mis compañeros? No tengo palabras…Todos han sido mi soporte en momentos trascendentes y han dejado huellas tan profundas en mi vida que yo las cambio por las mías cuando hay espinas en el camino, y me aferro a las herramientas que me dejaron para buscar fuerzas y ostentar, sin importar el costo, mi inconmovible dignidad. Por tantos ejemplos de sin igual belleza, es que he sobrevivido incólume a los privilegios y al chantaje, a la mentira y a la hipocresía, a la tristeza y a la nostalgia. Y me declaro feliz y privilegiada porque ustedes me han enseñado a valorar en toda su dimensión una de las más excelsas cualidades: la solidaridad humana.