El alto lirismo de Dulce María Loynaz

«Soy isla asida al tallo de los vientos/Nadie escucha mi voz, si rezo o grito».

Para escribir sobre la grandeza poética y literaria de una escritora antillanista que despierta madrugadas con su suave trino de ave que vuela sobre espesos nimbos y en la tierra juega con aguas relentes que se desprenden del Edén y fluyen en los ríos del alma humana avivando su lirismo escritural que aromatiza el papel en el que su pluma milagrosa deja caer gota de fragancia en versos al aire que conmueven las más virtuosas ninfas del firmamento intelectual.

Dulce María Loynaz (La Habana, 1902-1997), mujer cubana de vuelos elegíacos prominentes, cuyos poemas suturan distancias abruptas para casarse con el goce estético que seduce sentimientos y hurta corazones; yo le vi revolotear penachos en su Habana vieja vestida de terciopelo caminando sobre calles polvorientas y avenidas asfaltadas, sin alarde de gran señora más con prestancia extraordinaria de poetisa culta, escoltada por Apolo, dios de la poesía y de las artes, montada en un carruaje tirado por caballos blancos sagrados de la corte aqueménida de Jerjes el grande.

Cuando se entra al mundo poético de Dulce María Loynaz penetramos a un universo de creaciones celestiales; como si alzáramos los ojos al inmenso Salvador, cuyo contemplar queda cautivado por un poema en el aire como Melancolía de otoño, que describe los impulsos que ella produce en el sistema emocional. Veamos: «Acariciaré el aire y sonreiré a la sombra por si en la sombra me miras y en el aire me besas».

En Balada del amor tardío, la poetisa gime tiernamente por el lento amor que llega tarde a una vida que en un momento se muestra deleitosa y asequible y en otro se conforta solamente con la paz amorosamente extraviada en un anochecer que busca anhelante la quietud de la sombra. Dulce María Loynaz se reconforta en el crepúsculo de sus sueños de pasión remisa para comprender el amor que ella busca sin buscarse, sólo bastaría con invocar este hermoso verso:

 «Amor que llegas tarde/tráeme al menos la paz/Amor de atardecer, ¿por qué extraviado/ camino llegas a mi soledad?/Amor que me has buscado sin buscarte/no sé qué vale más/la palabra que vas a decirme/o la que yo no digo ya/Amor… ¿No sientes frío? Soy la luna: Tengo la muerte blanca y la verdad lejana… -No me des tus rosas frescas/soy grave para rosas. Dame el mar…/Amor que llegas tarde, no me viste/ayer cuando cantaba en el trigal/Amor de mi silencio y mi cansancio/hoy no me hagas llorar/».

La dimensión literaria y patriota de Dulce María Loynaz está sumergida en las raíces profundas de la inteligencia depurada de su padre Enrique Loynaz del Castillo, poeta y general del ejército mambí y autor de la letra y la música del himno rebelde. Ese realismo mágico que contienen sus obras literarias no es más que el reflejo de su meticulosidad por el ritmo estilístico que le impone al uso del lenguaje, lo cual define todo el tránsito de su formidable lirismo quevediano, el cual es una «expresión de los sentimientos del yo».

Marie Roig Miranda, en su ensayo titulado «El lirismo de Quevedo», escribe que «cuando Quevedo dice ‘yo’, ¿cómo saber si habla de sí? Y si el yo es retórico ¿de qué manera habla de sí? ¿Qué interés tiene hablar de sí y en qué consiste? Y seguidamente la escritora y ensayista se pregunta si somos capaces de descubrir la presencia de un ser sincero detrás o debajo de la forma retórica de un poema. Dice Gabriela Mistral, refiriéndose a la novela «El jardín», de Dulce María Loynaz, al igual que hace Roig Miranda, ‘Encrespa tempestad del oro undoso’, de Quevedo,…«Para mí, leer Jardín ha sido el mejor repaso del idioma español que he hecho en mucho tiempo».

Además, para que el lector pueda comprender el refinamiento y la agudeza poética de esta formidable prosista y narradora cubana, permítaseme transportarlo en los hombros vigorosos del poema «La novia de Lázaro», donde esta extraordinaria habanera le pone vuelo a la imaginación sentimental diferida de un anhelo entrañable que se manifiesta tardíamente en un Lázaro desapacible, de un amor que aguarda deseoso por ese ser de fuego idealizado en este poema. Veamos unos fragmentos:

«Vienes por fin a mí, tal como eras/ con tu emoción antigua y tu rosa intacta/ Lázaro rezagado/, ajeno al fuego de la espera/ olvidado de desintegrarse/, mientras se hacía polvo, ceniza, lo demás/Vuelves a mí/ entero y sin jadeos/, con tu gran sueño inmune al frío de la tumba/cuando ya Martha y María/cansadas de esperar milagros y deshojar crepúsculos/bajan en silencio lentamente la cuesta de todas las Bethanias/Vienes, sin contar con más esperanza que tu propia esperanza ni más milagro que tu propio milagros/ Impaciente y seguro de encontrarme uncida todavía al último beso/.

En este verso, La novia de Lázaro, la Loynaz logra con un éxito formidable llevar al lector a un reencuentro fascinante con el sufrimiento de Lázaro y hace una regresión en este poema del episodio cuando Jesús le comunicó a sus discípulos que Lázaro estaba «dormido y que iba a ir a despertarlo después de muerto». Dulce María Loynaz nos refresca dulcemente el milagro de la resurrección de Lázaro y al final del poema ella extrae de su gloriosa imaginación el mismo perfume, hecho de nardo, con que fue ungido Jesús. Con este verso la poetisa nos deja uncido del olor de ese perfume sobrehumano.

Otra obra cumbre de la Loynaz que retrata toda su entidad suprema y al mismo tiempo el manejo creativo y admirable de dos épocas distintas que oscilan entre la niñez y la vejez es el epistolario «Cartas a Julio Orlando» (1994), escritas a un muchacho de apenas seis años, noventa y dos años después de su nacimiento y cuarenta y cuatro años de haber escrito su poema «Versos» (1950). A pesar de su avanzada edad, Dulce María Loynaz daba muestras indiscutibles de su solidez escritural.

La autora del ensayo «Fe de vida», dijo a raíz de sus «Cartas a Julio Orlando», que «Los niños tienen una poderosa imaginación. Bastaba muy poco expresar la mía y convertirla en realidad…». Con este epistolario la Loynaz, (premio Cervantes 1992), hace un camino de vuelta a su niñez intentando de una manera discreta incitar una especie de encantamiento en Julio Orlando. A continuación voy a compartir con mis lectores una de las misivas de Dulce María Loynaz a Julio Orlando:

«Querido Julio Orlando: Pronto han hecho las penas su aparición en la vida. Pierdes a tu padre en el momento en que te era más necesario, en que con su ayuda y su consejo te hubiera sido menos difícil traspasar los umbrales de la nueva vida de hombre. No sé si hay alguien cerca de ti que pueda asumir tan grave responsabilidad, consciente de lo que eso significa. Los que pudieran ser quizás te quieren demasiado para ejercer su misión con comprensión pero con firmeza. No hay nada más frágil que el alma de un adolescente. Quiera Dios ayudarte y ayudarlos a ellos en esa nueva responsabilidad y tú procuras hacerla menos ardua: de ti también depende ahora tu futuro. No necesito decirte cuanto he pensado en ti en estos días en ti más que en nadie. Te lo dice muy sinceramente. Dulce María Loynaz».

Dulce María Loynaz no se integró al gobierno surgido de la Revolución cubana, más por su apoliticidad que por cualquiera otra consideración. Para evitar las conjeturas que pudo haber generado su aislamiento tanto dentro como fuera de Cuba, el escritor y periodista cubano Reinaldo Cedeño Pineda, en un ensayo que tituló: «Dulce María Loynaz: Cartas a Saturno», publica lo que él llama «un auto de fe de la hija del general de la guerra de independencia, Enrique Loynaz del Castillo», el cual publico textualmente a continuación:

«Yo estoy aquí por mi voluntad y a todas sus consecuencias y si lo decidí así fue con sentido de responsabilidad, sabiendo que tendría que respetar las leyes del país donde me quedaba… Puedo añadir que esta decisión no fue fácil, teniendo como tenía a mi esposo fuera y recibiendo yo muy ventajosas y honrosas proposiciones de universidades españolas y norteamericanas, pero excusándome de aceptarla, porque sucediera lo que sucediera prefería quedarme y correr la misma suerte de mi país.  Quisiera yo saber si algunos puestos en mi caso hubieran dado la misma respuesta… una mujer ya vieja y ajena en absoluto a la clase triunfadora». (27 de febrero de 1985).

 

 

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