Dos caras de la grandeza: Cicerón  y César

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EL AUTOR es abogado y escritor. Reside en Santo Domingo.

Una frase de Cicerón inspiró mi pasión por la historia: “No saber lo que ha ocurrido antes de nosotros es como seguir siendo niños”.

En el plano de lo sublime no se puede decir Cicerón sin antes pronunciar el nombre de César. Este último esculpió en duro metal su propia figura: la estatua perenne de su ser refleja que sus ansias de poder no tenían confines. Él y solo él debía gobernar Roma. Y para eso levantó su espada por encima de su valor personal, dividiendo en dos la historia de su patria: la República y el Imperio Romano. Un antes y un después de sí mismo.

Cicerón y César, estas dos caras de la grandeza bélica y literaria estuvieron separadas por las rayas de su propia gloria, como cuando César marcó el río Rubicón, “la suerte está echada”, para indicar con su valerosa acción un pasado en democracia y un presente en tiranía. “Yo no soy rey, sino César”. La elocuencia y la persuasión de la retórica, versus el poder implacable de las armas de acero.

Cicerón contra César, con la agravante de que también el dueño de la espada era igualmente locuaz. “Si uno se fija en lo arreglado que luce el cabello y en la elegancia con la que da órdenes con un solo dedo, no se imagina que este hombre pueda concebir unos crímenes tan brutales que podrían destruir la República Romana“, apreciaba Cicerón.

Mientras su contrario y admirado César, expresaba de Cicerón: “la gloria de este hombre tiene más valía que la gloria de un comandante victorioso, porque el hecho de extender los límites del espíritu y la cultura del Imperio Romano por el mundo, tiene más méritos que ensanchar las simples fronteras de Roma”.

Era evidente que para el emperador y el político de mayor poder que haya existido en la humanidad, la seducción del discurso de Cicerón surtía más efecto que el peso invasor de sus tropas.

Cicerón y César, ambos se odiaron infinitamente. César y Cicerón, los dos se admiraban sin límites. César, nadie tan grande como él en el campo de batalla. Cicerón, nadie logró vencerlo en los tribunales, fue un abogado imbatible como lo supo ser el general César en la contienda. No existió un soldado con el valor guerrero de César, como tampoco se halló un tribuno con las armas retóricas y la elocuencia de Cicerón.

César fue el Cicerón de la guerra. Cicerón fue el César de los discursos. Cicerón quiso ser tan grande como César y el emperador César soñó con ser tan magnánimo como Cicerón. Ambos no lograban percibir con exactitud su dimensión porque uno y otro se veían gigantes. La oratoria de Cicerón surtía el resultado de una batalla. Las contiendas de César parecían tan efectivas como los discursos de Cicerón.

Unidos por el mortal destino

Cicerón y César murieron en manos de sus enemigos. Tres meses antes de que César fuera ajusticiado sostuvo un encuentro amistoso y personal con Cicerón, hablaron prodigiosamente de temas literarios, nada de política, nada de rencores del pasado, nada de envidias del presente.

Dos hombres felices. Dos artistas de la palabra escrita. Dos intelectuales. Dos seres humanos universales unidos por un mismo destino: la muerte anticipada.

El 15 de marzo del año 44 antes de Cristo, el cadáver de Cesar llenó de temor a sus victimarios, y César muerto lo venció en la batalla de la opinión pública. Asimismo, el 7 de diciembre del año 43 AC, Cicerón fue decapitado por órdenes de los cónsules del Imperio, quienes pretendieron acallar para siempre la voz opositora y combativa del primer tribuno romano. Increíblemente, su cabeza cortada, pareció pronunciar en silencio los discursos superiores de su vida.

Aquella inteligencia chorreante de sangre y colocada como trofeo y de burla en el mismo foro donde Cicerón persuadía a los romanos, provocó que todos los que contemplaban la horrenda escena se imaginaran que Cicerón se dirigía sugestivamente a ellos.

Cada uno de los millares que fueron llegando a presenciar la tragedia de la cabeza cortada de Cicerón, escuchó en sus adentros un discurso diferente del gran maestro de oratoria. Cada uno fue oyendo imaginariamente la pieza oratoria favorito del extinto Cicerón. Así, la masa de indignados ciudadanos se convenció por las palabras vivas del difunto Cicerón, de que solo tomando las armas podían restaurar la República Romana.

Los ya conjurados, no tuvieron entre otras alternativas que la violencia. Y terminaron siendo convencidos por aquel silente orador cuya mirada muerta se transformó en la arenga para invitar a la guerra.

Esta disertación, callada y elocuente como los muros que sostenían soberbios su cabeza mutilada, es para mí, el más persuasivo de todos los discursos de Cicerón. Y lo es, porque una voz silenciada por la espada, es también espada.

jpm-am

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TO MS WITH LOVE,RIP/A LA MAESTRA CARIÑO,EPD
TO MS WITH LOVE,RIP/A LA MAESTRA CARIÑO,EPD
11 meses hace

ejemplos como el asesinato de cicerón, muy bien narrado por el señor articulista,a quién sus verdugos convirtieron en un mártir más admirado ya muerto que cuando vivo,vino teniendo como consecuencia,que hoy,admirados personajes,los maten mediante el método de las mentiras y calumnias.