Diez millones

 
 
 
Somos diez millones y no tenemos soluciones a la vista. Poco importa el número poblacional, es que no se puede  mantener ni abrir puertas al futuro a tanta gente. No es una desgracia colectiva. Es que no hemos superado los índices de la dependencia.
Llegamos a los diez millones con un alto nivel de pobreza y de abandono social. La marginalidad cubre a trodos los rincones del país. Cuando se habla de hambre, de miseria y de mal vivir nos referimos a casi la mitad de la población.
Es una desgracia generacional e histórica ser un país dependiente, donde sólo han  vivido bien, como seres humanos, los integrantes de un puñado de familias tradicionales. A los demás, únicamente les queda rezar y esperar mejores días.
Con el aumento poblacional crece el desempleo, el analfabetismo, la carencia de los servicios médicos, el ausentismo de las aulas universitarias y la delincuencia se propaga como un incendio en matorrales secos.
Hay que emprender de inmediato, porqué parece qué anteriores recetas fracasaron, un programa de rescate  del desarrollo nacional. Cierto que hay buenos y sólidos parametros de la supra-economía, donde los grandes centros comerciales y empresas tienen crecimientos históricos.
Pero para la mayoría de esos diez millones de habitantes todo es negro. Ni siquiera hay para mal comer, mientras la violencia, el pandillerismo, el sicariato y los vicios se van incrustando como los efectos periféricos de tareas incumplidas e incompletas.
Y a pesar de todas estas desgracias históricas, nunca éste país ha doblado las rodillas. Se enfrentó a entreguistas, dictadores, déspotas ilustrados, golpes de Estado, intervenciones militares, siempre con la frente en alto.
Que esos movimientos no triunfaran y todo terminara igual, es producto de la correlación de fuerzas. Se luchó por la Constitución del 63, y nunca se retornó a ella. Los expedicionarios del 14 de Junio del 59 plantearon un programa de reivindicación popular que fue enterrado.
Se eliminó al tirano Trujillo, pero la llamada libertad en democracia fue un trago muy amargo que solo disfrutaron los que desguasaron a las empresas estatales del sátrapa, que pasaron a ser administradas por el sector privado.
Somos diez millones, y seguimos observando los fuegos de San Thelmo, sin que haya tierra en lontananzas.
jpm
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