De las migajas a los manjares
La actividad política consume y se traga el sosiego y la tranquilidad de casi toda la sociedad dominicana no importa el estamento en el que sus integrantes estén situados, porque de una forma u otra son alcanzados por sus tentáculos haciéndoles partícipes de sus veleidades y trapisondas, así como de su fortuna y señorío.
Por ello desde el más inhóspito hasta el más paradisíaco de los lugares y en todas las esquinas de nuestras calles y avenidas de barrios o sectores pobres o encumbrados, en los colmadones y callejones, en los parques, en los campos, en fin en cada hombre o mujer, no importa la edad, ni si es profesional, obrero o un simple chiripero, siempre hallaremos un «politólogo nato», que de acuerdo como ande del bolsillo y si el que gobierna es de su partido o no, nos dará una rica charla con enjundiosos planteamientos para justificar lo injustificable y desaprobar y desmeritar toda acción correcta, aunque ésta esté más que a la vista.
Y en ese laberinto de opiniones y conjeturas, como caja de resonancia andan de boca en boca y ruedan juntas por los suelos honras y deshonras, alimentadas por mediocridad y el odio, que por la gloria alcanzada despiertan los grandes y triunfadores en aquellos que sienten el sabor amargo de no tener alas para volar tan alto, como otros han volado surcando los cielos de la historia.
Y en ese no saber qué hacer, recurren sin miramientos, sin sonrojos ni tapujos, a todo tipo de artimañas y componendas queriendo opacar esa radiante luz que molesta a sus ojos y se encrespan buscando los culpables de su desgracia en el sortilegio de sus adversarios, olvidando que no es lo mismo caer en gracia, que pretender ser gracioso, tratando de comparar a las migajas con los manjares.
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